PSICOLOGíA › LA CARRERA DE PSICOLOGIA DE LA UBA CUMPLE 50 AÑOS
Conocer los orígenes y el desarrollo de la carrera de psicología –“una de las más importantes del hemisferio”– es imprescindible para entender el “fenómeno psi” argentino, que incluye “la expansión inusitada de los discursos psicológicos en nuestro país”.
› Por ALEJANDRO DAGFAL *
Hace cincuenta años, el 14 de marzo de 1957, el Consejo Superior de la UBA aprobaba por unanimidad la creación de la segunda carrera de psicología del país. La primera había sido creada dos años antes, en la ciudad de Rosario, en el ocaso del primer peronismo. El nacimiento de esa primera carrera había estado ligado al auge que tuvo la psicología aplicada al trabajo y a la educación a fines de los ’40 y principios de los ’50. La carrera de Psicología de la UBA, en cambio, fue uno de los frutos de la renovación social y cultural producida luego del ’55, que implicó a su vez una profunda transformación en el seno de las universidades nacionales.
La psicología que comenzaba a desarrollarse en esa época ya no era sólo una disciplina técnica aplicada, sino que pretendía ocupar un lugar de privilegio como fundamento teórico de las humanidades y las ciencias sociales. Si el hombre era el objeto de todas esas disciplinas, ¿qué mejor que la psicología para facilitar la comprensión de sus mecanismos más íntimos? Considerando esa perspectiva, no es extraño que la carrera de psicología haya sido creada en la Facultad de Filosofía y Letras (el mismo día que las carreras de sociología y ciencias de la educación), y no en la Facultad de Medicina, como algunos habían propuesto. En adelante, a diferencia de lo ocurrido en otros países de la región, la psicología argentina estaría siempre más cerca de la subjetividad abordada por las disciplinas del sentido que de las pretensiones de objetividad de las ciencias naturales.
Paradójicamente, los primeros profesores de psicología fueron en su mayoría médicos. El primer director de la carrera fue Juan Marcos Augusto Victoria (1901-1975), un médico especializado en neurología, que tenía además un cierto renombre en el campo de las letras y había hecho estudios de filosofía. Pese a su erudición y a sus múltiples contactos en el extranjero, Victoria supo granjearse rápidamente la enemistad de los estudiantes, quienes tenían un papel muy activo en la vida universitaria. Sus alumnos le imputaban cierto conservadurismo aristocrático, poco afín con el humor reformista y participativo que caracterizaba esa nueva etapa. Por otra parte, le reprochaban el no tener un proyecto profesional claro para la nueva carrera, ya que la psicología que él profesaba iba de la especulación teórica a las prácticas de laboratorio, sin definir una identidad profesional independiente. Más aún, Victoria se oponía férreamente al ejercicio de la clínica por parte de los psicólogos, considerando –como muchos de los primeros profesores– que la psicoterapia era una prerrogativa médica.
En cierto modo, Victoria fue tan resistido como los jerarcas de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), que desde 1954 habían cerrado sus puertas a los no médicos. Ellos también encarnaban un cierto elitismo paternalista, en virtud del cual, en sus consultorios privados, mostraban a los estudiantes de psicología los secretos de una práctica que supuestamente no deberían ejercer y los beneficios de una pertenencia a la cual no podrían acceder. Mucho se ha hablado ya de la frustración de los primeros psicólogos, que pagaban sesiones analíticas y supervisiones, y a los que les estaba vedada la entrada a la APA. Pero es muy poco lo que se ha dicho sobre la dificultad de algunos miembros prominentes de la APA para desembarcar en la universidad pública. Angel Garma, por ejemplo, entre 1956 y 1966, trató de ingresar tres veces en las nuevas carreras: dos en Buenos Aires y una en La Plata. Y nunca tuvo éxito.
El psicoanálisis que finalmente entraría en las carreras de Psicología (y en especial en la de la UBA) respondía a otras premisas. Si bien reconocía en general una matriz kleiniana, como el que se enseñaba en los seminarios de la APA, abrevaba también en otras fuentes. Se trataba de una disciplina “profana”, que ya no era patrimonio exclusivo de los médicos, sino que estaba inserta en las ciencias humanas y sociales. Por ello, no tenía una vocación clínica excluyente, ya que ese tipo de psicoanálisis, más allá de la cura por la palabra, anhelaba proyectarse en la escena pública, aportando respuestas para la resolución de problemas de la vida cotidiana, tanto en el plano individual como en el institucional, desde la escuela hasta la fábrica, pasando por la pareja y la familia.
En este marco de ideas, es entendible que, ante la presión de los estudiantes, Marcos Victoria haya sido reemplazado muy rápidamente como director de la carrera. La persona designada para suplantarlo en 1958, Enrique Butelman (1917-1990), es muy representativa del clima que imperaba en ese entonces. No sólo no era médico, sino que había sido estudiante crónico de filosofía, además de admirador de las ideas junguianas. Erudito y autodidacta, Butelman era amigo y ex compañero de Gino Germani (1910-1979), un reconocido sociólogo de origen italiano que estaba al frente de la carrera de sociología y que había sido uno de los impulsores de la de psicología. Antes de ser profesores universitarios, entre 1948 y 1952, ambos habían escrito, en clave analítica, el consultorio epistolar de Idilio, una revista del corazón dedicada a la mujer moderna. Pero también habían participado en iniciativas más “serias”.
Antes de cumplir 30 años, en 1944, Butelman se había asociado a otro ex compañero de Filosofía y Letras, Jaime Bernstein (1917-1988), quien además de ser profesor de pedagogía era cultor de las ideas de Alfred Adler. Juntos fundaron la editorial Paidós, que en principio iba a dedicarse a la psicología de la infancia. Gracias a la avidez del público local y a la decadencia de la actividad editorial en la España de Franco (que importaba los libros que ya no producía), Paidós prosperó muy rápidamente. Amplió entonces su oferta a diversos dominios de las humanidades y las ciencias sociales, creando numerosas colecciones, cuyo denominador común era la voluntad de renovar la agenda de autores disponibles y de temas en discusión. Una de esas colecciones, “Biblioteca de psicología social y sociología”, sería dirigida por Gino Germani, quien, en 1947, ya había participado de uno de los mayores éxitos editoriales de la nueva empresa, escribiendo el prefacio de El miedo a la libertad, de Erich Fromm.
Una década más tarde, estos tres antiguos estudiantes de filosofía y letras no sólo manejarían una de las editoriales más importantes en el campo de las ciencias humanas, modulando los gustos del público con la elección de los libros que traducían o publicaban, sino que además estarían al frente de las dos primeras carreras de Psicología del país y de la primera carrera de Sociología. En efecto, si Butelman y Germani, en Filosofía y Letras de la UBA, dirigían las dos carreras mencionadas, Bernstein era director del Instituto de Psicología de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) desde 1956. En 1958, también fue designado jefe del Departamento de Orientación Vocacional de la UBA. Con un despliegue fuera de lo común, estos profesores trashumantes dictaban en total cerca de diez materias troncales entre la UBA y la UNL, para lo cual, todos los viernes a mediodía, se subían puntualmente al vagón número 27 de la segunda clase, en el tren que los llevaba de Buenos Aires a Rosario.
Para entender los efectos del accionar de este grupo ligado a Paidós en los primeros años de la carrera, baste recordar que Bernstein trató de reclutar a Enrique Pichon-Rivière para que asumiera la titularidad de Psicología Social en Rosario. Si bien no tuvo éxito, logró que José Bleger, su discípulo dilecto, impartiera en 1959 el primer programa de Psicoanálisis en ser dictado en las universidades argentinas. Ese mismo año, con el apoyo de los estudiantes, Butelman incorporó a Bleger a la carrera de Psicología de la UBA, para hacerse cargo nada menos que de Introducción a la Psicología, la materia que venía dictando Marcos Victoria, y de Psicología de la Personalidad. La distancia que separaba a Victoria de Bleger era exactamente la misma que mediaba entre los proyectos originarios de algunos de los fundadores de la carrera y las ideas que finalmente se impusieron. Bleger, que acababa de publicar por Paidós su segundo libro, Psicoanálisis y dialéctica materialista, si bien era un médico psicoanalista miembro de la APA, también era afiliado al Partido Comunista. Siguiendo las huellas de Pichon-Rivière, combinaba una concepción kleiniana del inconsciente con una tradición francesa de la conducta, a las que agregaba las nociones antropológicas de los culturalistas norteamericanos y la perspectiva ideológica de un cierto humanismo marxista con ribetes existenciales. Las clases de Bleger cautivaron desde el comienzo a un estudiantado tan ávido de una nueva psicología como de un compromiso social y político militante. De este modo, los primeros psicólogos egresados de la UBA tuvieron una formación singular, que, entre otros autores, incluía a Freud y Marx, Adler y Jung, Klein y Lewin, Politzer y Lagache.
Pero sin ánimo de ser exhaustivos, justo sería reconocer que hubo también profesores que orientaron a las primeras generaciones por otros rumbos. Es el caso de Telma Reca, por ejemplo, que con su vasta formación en psiquiatría infantil logró el reconocimiento de aquellos que luego se dedicaron a la clínica, o el de José Itzigsohn, quien introdujo una perspectiva reflexológica que intentaba competir con el psicoanálisis como matriz teórica. Ambos serían luego directores del Departamento de Psicología, creado en 1958 para formalizar la organización de la carrera. En todo caso, a pesar de sus diferencias, todos los profesores mencionados contribuyeron a instaurar un cierto canon para la formación del psicólogo, canon que rápidamente sería cuestionado por las generaciones venideras, tanto por razones teóricas como ideológicas.
En las décadas subsiguientes, la radicalización política y la situación de la universidad hicieron que muchas veces lo académico fuera subsidiario de otros ámbitos de decisión. La carrera de Psicología de la UBA, como tantas otras, supo de intervenciones, expulsiones y desapariciones, atravesando períodos muy críticos, no exentos de pequeñas traiciones y grandes complicidades, de personajes heroicos y otros menos loables. Mientras tanto, los psicólogos se organizaban profesionalmente y adquirían mayor reconocimiento social. En los años ’70 y ’80, la hegemonía del kleinismo cedía su lugar a la primacía de las ideas lacanianas, a la par que empezaban a consolidarse otras áreas de intervención, más allá de la clínica, y aparecían nuevos marcos teóricos de referencia.
Después de 1983, con la recuperación democrática, el rol del psicólogo obtuvo finalmente un reconocimiento legal, a partir de la fijación de sus incumbencias y la sanción de diversas leyes provinciales que rigen el ejercicio profesional. Las carreras de Psicología vieron crecer su matrícula en forma exponencial, y la carrera de la UBA no fue la excepción. En 1985, el antiguo Departamento de Psicología de la Facultad de Filosofía y Letras pasó a ser una facultad autónoma, ganando en jerarquía y ampliando su oferta académica de grado y posgrado. Hoy en día, con más de 2000 docentes y una matrícula que supera los 15.000 alumnos, la carrera de Psicología de la UBA es la más numerosa de la Argentina y una de las más importantes del hemisferio. Por sus aulas han pasado muchos de los docentes y de los profesionales que, con su producción, han contribuido a forjar el “fenómeno psi” argentino. En efecto, sería muy difícil explicar la expansión inusitada de los discursos psicológicos en nuestro país sin la presencia de la formidable caja de resonancia que constituyó la carrera de Psicología de la UBA.
* Profesor de Historia de la psicología (UBA), doctor en Historia (París VII) e investigador del Conicet.
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