PSICOLOGíA • SUBNOTA › DEPRESION, CULTURA Y MASCULINIDAD
› Por Luis Hornstein *
Para muchos autores, las depresiones son “el mal del siglo” y responsabilizan al estrés y a la falta de ideales de la sociedad contemporánea. Y ante ello, la sociedad entera (no sólo los laboratorios) ofrece al sufriente soluciones mágicas. Los útiles medicamentos antidepresivos se convierten en artificiales píldoras de la felicidad y, en un medio carcomido por la droga, los deprimidos se vuelven toxicómanos legales. Tal vez porque se desprecia la tristeza se prescriben antidepresivos incluso a los meros desdichados. La tristeza es un sentimiento tan fundamental como la alegría. En la alegría nos sentimos plenos; en la tristeza hay una pérdida de vitalidad. Pero desdicha no implica siempre depresión; son distintas, aunque la depresión vuelve desdichado y la desdicha deprime. Si hay depresión o tristeza, tuvo que haber fracasado un emprendimiento personal o tuvo que haber una pérdida. Pero la depresión implica una disminución de la autoestima y la tristeza no. La autoestima es el mejor indicador. Apunta al valor del yo. Angustia perder el amor del superyo. En las depresiones, esa angustia es avasallante, paralizante. En las depresiones, dos elementos nunca faltan: una pérdida y la consecuente herida narcisista. El trabajo del duelo se traba. Predomina lo mortífero ante fijaciones excesivas, duelos no elaborados, predominio de la compulsión de repetición. Hay un punto en que la herida narcisista se siente lisa y llanamente como humillación, a la que se responde o con vergüenza o con ambición. La vergüenza neutraliza la capacidad de acción; la ambición la moviliza. El vergonzoso se esconde, el ambicioso se hace notar. La humillación lleva a callar las violencias sufridas y a cultivar un sentimiento de ilegitimidad. Ambas actitudes se complementan y se refuerzan mutuamente.
La soledad y el aislamiento social son factores de riesgo porque incrementan la vulnerabilidad ante los acontecimientos vitales traumatizantes. No sólo la soledad real, sino también la vivencia de soledad. Los deprimidos presentan pérdida de energía e interés, sentimientos de culpa, dificultades de concentración, pérdida de apetito y pensamientos de muerte o suicidio. La inhibición y la pérdida de interés son los síntomas clave. Otros signos y síntomas son los cambios en las funciones cognitivas, en el lenguaje y las funciones vegetativas (como el sueño, el apetito y la actividad sexual). Los deprimidos no suelen ser muy conversadores. Y cuando hablan pueden alejar a los demás con sus rezongos. Si muestran una visión pesimista de sí mismos y del mundo es porque en su fuero interno sienten impotencia y fracaso. Nada (ni intelectual ni estético, ni alimentario ni sexual) los atrae lo suficiente. La existencia pierde sabor y sentido. Están agobiados y ansiosos. Por eso buscan a la vez excitación y calma. “No tengo futuro”, “no tengo fuerzas”, “no valgo nada.” Si no lo dicen, lo dan a entender. Están agobiados por todas partes: la temporalidad, la motivación, el valor.
Pocas veces el varón deprimido es dado al discurso psicológico y se autoaconseja una consulta. Pocas veces expresa la alteración de su estado de ánimo a través de síntomas psíquicos como la tristeza, la labilidad emocional o la ideación depresiva. A lo sumo consulta con un médico. Y la depresión puede pasar inadvertida si el profesional no advierte que se está manifestando como fatiga, astenia, dolores difusos, cefaleas, insomnio, pérdida de peso. El deprimido varón suele quedarse en los síntomas físicos de su malestar, incapaz de identificar las emociones y expresarlas con palabras. Más que tristeza, lo que predomina es la irritabilidad. Bueno, no todos los hombres deprimidos viven en mortecino abatimiento. Algunos son más ruidosos: violencia, consumo de drogas. O disimulan: adicción al trabajo. En nuestra cultura, los varones son criados para ser exitosos y restringir la expresión de emociones. Deben controlarse y son forzados a expresarse mediante la agresión. Ser “fuerte” significa soportar dolor físico y psíquico y desvalorizar los afectos, en particular la tristeza. “Ser fuertes” es encarar la adversidad sin demostrar emociones. La depresión y sus manifestaciones nos dan una oportunidad para ir construyendo un nuevo modelo de masculinidad que no implique el cercenamiento del afecto y la ternura.
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