PSICOLOGíA • SUBNOTA › UNA VIDA CONTRA LA IMPOSTURA
› Por Juan Carlos Volnovich
Conocí a Tato Pavlovsky en la Asociación Psicoanalítica Argentina, en 1965, cuando la APA detentaba el monopolio absoluto del poder y administraba con mano férrea el legado freudiano. El era Miembro Adherente (a punto de pasar a ser Miembro Titular) y yo candidato en el Seminario, lo que quiere decir que él estaba casi en la cima de la pirámide jerárquica y yo, en la base. Lo veía en la Asociación y, de vez en cuando –uno entrando, el otro saliendo– en el consultorio de Marie Langer.
Tato, que había concluido el análisis con Marie Langer al estilo de aquella época –cincuenta minutos cuatro veces por semana durante largos años– volvió a consultarla, sólo que, por entonces, Mimí no tenía una sola hora disponible de manera que ante su insistencia sólo pudo ofrecerle los diez minutos que le quedaban entre paciente y paciente. Tato aceptó. Diez minutos de oro. Había que aprovecharlos a toda costa. El día en que llovía torrencialmente, cuando los colectivos no paraban y los taxis pasaban inexorablemente ocupados, no dudó y en plena Avenida del Libertador se paró en medio de la calle con la intención de detener un auto. Lo logró, le explicó al conductor que era médico que estaba frente a una urgencia y consiguió que lo llevaran. Llegó justo para ocupar los diez minutos. Llegó triunfante, empapado y agitado. Mimí le interpretó: “Tato, usted siempre haciendo teatro”.
Pero fue el descontento con la APA, fue la insatisfacción con nuestra práctica pretendidamente apolítica, fueron los acontecimientos sociales en los finales de los sesenta lo que comenzó a unirnos. El reconocimiento de que estaba frente a un grande –mi admiración– creció cuando en sesión plenaria de la APA leyó un trabajo donde criticaba de manera implacable la ponencia oficial de la institución al próximo Congreso Internacional de Viena. Por aquel entonces había que tener valor y una alta dosis de herejía para atreverse a una confrontación tan frontal con el establishment; valor y sentido de la travesura. Lo de “travesura” viene porque el texto que había leído no era de su autoría. Ese texto había sido redactado por Gregorio Baremblitt. Solo que Gregorio era candidato y no miembro titular; por lo tanto, no tenía posibilidad de hacer oír su voz en sesión plenaria. Tato, tan autor, tan actor, esa vez sólo actúo un texto ajeno con el que, sin dudas, acordaba.
Coincidimos en Plataforma el tiempo que estuvimos dentro de la APA y el año que, después de la renuncia, estuvimos fuera. Plataforma fue un invento de Hernán Kesselman y de Armando Bauleo al que nos sumamos unos pocos: Gilú y Diego García Reinoso, Marie Langer, Emilio Rodrigué, Rafael Paz, Lea y Guillo Bigliani, Fany Baremblitt de Salzberg, Gregorio Baremblitt, Manuel Braslavsky, Luis María Esmerado, Andrés Gallegos, Miguel Matrajt y Guido Narváez. Con nosotros estaban también, aunque por no ser miembros de APA no habían renunciado, Eduardo Menéndez, León Rozitchner y Raúl Sciarretta. Tato se encargó de remarcar que lo mejor de Plataforma fue, además de renunciar a la APA, habernos disuelto no bien nos dimos cuenta de que comenzábamos a cometer los mismos errores que tanto criticábamos en la APA. Y a eso dedicó su vida: a señalar las imposturas, a denunciar la hipocresía de una sociedad que habla hasta el hartazgo de su propio silencio, a poner en evidencia los poderes que prometen liberarnos de las mismas trampas que fabrican.
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