Por Luis Hornstein *

Una pesadilla de mil cabezas –política, social, económica, ética– se ha abatido sobre la Argentina. Sólo durante la dictadura estuvimos tan abrumados. Se requerirán ámbitos de elaboración colectiva y no sólo de protesta colectiva. Nadie sabe a qué atenerse. ¿Puede un psicoanalista aportar algo, junto a economistas, políticos, comunicadores sociales, al pueblo en marcha? Sobre las ruinas, y no sin teoría, habrá que trabajar en la reconstrucción de niveles de vida y de proyectos de vida, si se admite este orden de prelación. Y no se trata de mechar algunos conceptos con algunos sentimientos humanitarios. Freud, en 1930, escribió que la cultura “comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles”. Se han demolido las “normas necesarias”. Los vínculos recíprocos” se pulverizaron. Y la “distribución de los bienes” (los que no se evaporaron) parece regida por la cotización del dólar, cuando no por la distribución de las prebendas. En la periferia, destronados del Primer Mundo, todavía estamos hablando de desocupados, pero la globalización ha creado un nuevo no-personaje: los excluidos. Gente que cayó fuera del mapa, fuera del sentido.
El psicoanalista tiene bastante que decir sobre la diferencia entre dejar caer la tradición y dejar caer los reparos identificatorios. Los “siempre se hizo así”, “siempre se pensó así”, serán una rémora para las tecnologías de ráfaga, pero el “siempre sentí así” es algo más que la nostalgia por el pasado. Es testimonio de continuidad, y es base para cualquier cambio.
Se ha ido aceptando el aspecto trófico del narcisismo, por el cual el yo mantiene la cohesión, la estabilidad y la valoración del sentimiento de sí. Pero la autoestima deviene precaria al perderse anclaje cultural. Cada uno vive en un mundo inestable, hecho de trayectorias inciertas. Se propagan los colapsos narcisistas. La pérdida de relaciones afectivas, proyectos, patrimonio y trabajo incrementa las depresiones, que han pasado a ser, desde el fatídico diciembre, el malestar predominante. Un sentimiento de agobio ante la ausencia de proyectos. Depresión: patología de la temporalidad (“no tengo futuro”), de la motivación (“no tengo fuerzas”) y del valor (“no soy capaz”). Si la relación con lo externo se vuelve desorganizante, otro riesgo es una salida autística. Si la dependencia se incrementa, se pasa al ser gobernado desde afuera. Existe otra opción: una unión solidaria que postergue ciertos intereses sectoriales.
“Desde tres lados amenaza el sufrimiento”, dice Freud en 1930 (al tanto de la crisis de Wall Street). El sufrimiento nos amenaza desde el cuerpo propio, desde el mundo exterior y “por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro”. Es que lo intersubjetivo (en la historia y en la trama relacional actual) es una conquista del psicoanálisis contemporáneo y a la vez un fundamento freudiano. Algunos se limitaron a ensamblar lo vincular a la teoría psicoanalítica. Otros produjeron una renovación. ¿Dónde estriba la diferencia? En los cambios que se producen en la comprensión de todos los procesos analíticos. La pertinencia del psicoanálisis no es sólo el mundo fantasmático: es la relación objeto fantaseado/objeto real. La angustia real prevalece en la clínica actual, poblada por pacientes atravesados por situaciones graves. No son pacientes graves. Viven situaciones devastadoras.

* Médico psicoanalista. Su último libro es Narcisismo: autoestima, identidad, alteridad, Paidós, 2000. El texto que se publica es un fragmento del artículo “Pesadillas e ilusiones”.