PSICOLOGíA • SUBNOTA › MOTTRON, EN BUENOS AIRES, POLEMIZO CON LA PSIQUIATRIA OFICIAL
› Por Pedro Lipcovich
El célebre investigador canadiense Laurent Mottron, en su visita a la Argentina, criticó fuertemente la caracterización del autismo que sostiene la psiquiatría oficial, tal como la precisa el Manual Diagnóstico de los Desórdenes Mentales (DSM-IV). Esa caracterización sería “normocéntrica”, centrada en una norma prejuiciosa o ideológica, y “defectológica”, al rechazar, como “déficit”, las diferencias con los comportamientos priorizados por una sociedad o grupo de poder. Para Mottron, el autismo no es una enfermedad, sino una manera diferente de procesar la información. Claro que las consecuencias de ese procesamiento diferente merecen ser atendidas, mediante abordajes que resaltan el trabajo con la familia. En Buenos Aires, Mottron tuvo a su cargo la Conferencia Magistral Inaugural del X Congreso Latinoamericano de Neuropsicología,
En los principios de su investigación, Mo-ttron advirtió el hecho de que, en niños diagnosticados como autistas, eran muy distintos los resultados cuando se les aplicaban dos reconocidas pruebas de inteligencia: el Test de Wechsler y el Test de Raven: los autistas medían más bajo en el de Wechsler –cuya evaluación apela sobre todo a la inteligencia verbal– que en el de Raven (ver nota principal). Los chicos no autistas, en cambio, suelen obtener resultados similares en ambas pruebas. La disparidad registrada en los chicos autistas, el hecho de que chicos que rendían bien en un test no lo hicieran en el otro, le sugirió a Mottron la idea de que su procesamiento cognitivo fuese, no ya deficitario, sino distinto del de los no autistas.
Un paso siguiente fue sistematizar, en autistas, una serie de funciones cognitivas que se desarrollan mejor que en los no autistas. Por de pronto, personas autistas son capaces de hacer cálculos matemáticos con increíble rapidez. También, suelen ser mejores para la categorización y discriminación de los tonos auditivos –por ejemplo, distinguir un la de un la bemol o de otro un sonido a menor distancia tonal–. También pueden ser mucho más veloces que los no autistas para discernir palabras en las “ensaladas de letras”. Si se les presenta una figura humana descompuesta en los rasgos que la conforman, son más rápidos que los no autistas para recomponerla.
Los autistas también suelen ser mejores en la “memoria semántica”, que permite adquirir conceptos nuevos; y en ellos esta memoria es menos susceptible a las falsas memorias introducidas por elementos distractores. Un ejemplo clásico en el estudio de estas falsas memorias es el de la joven de, supongamos, 15 años, a quien se le pregunta qué vestido tenía puesto cuando cumplió 10: ella no se acuerda; veinte días después, un familiar cercano (a requerimiento del investigador) le dice a la chica, como por casualidad, que aquella vez tenía puesto tal o cual vestido; veinte días después, el investigador vuelve a interrogarla y, ahora, ella “recuerda” que tenía puesto el vestido aquel. Bien, los autistas son menos susceptibles a las falsas memorias.
En esta fase de su investigación, Mottron ya planteaba la necesidad de diferenciar claramente el autismo del retraso mental. Hay autistas con retraso mental, como hay personas no autistas con retardo mental. Pero el autismo y el retraso con cosas distintas; y Mottron desarrolló su teoría a partir del trabajo con personas autistas de alto rendimiento intelectual. Por lo demás, suele suceder que personas con autismo y sin retardo mental no sean (afortunadamente) catalogadas como autistas, sino, a lo sumo, como tipos un poco raros.
A esa altura de su trabajo, Mottron pasó a enfrentarse decididamente con las definiciones de autismo que él denomina “normocéntricas” o “defectológicas”. Así considera las que ofrece el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales (DSM-IV), publicado por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos y tomado como referencia por la psiquiatría oficial en el mundo. Para el DSM-IV –criticó Mottron en Buenos Aires–, tratándose de personas diagnosticadas como autistas, “si un comportamiento no está presente, quiere decir que es ‘deficitario’; si un comportamiento sólo está presente en ellas, quiere decir que ‘está en lugar de otros comportamientos, socialmente aceptables’”.
En cambio, de acuerdo con Mottron, los altos rendimientos encontrados en personas autistas, al igual que sus innegables dificultades en el lazo social, obedecen a que sus modalidades de aprendizaje siguen estrategias diferentes; procesan la información de manera distinta. En especial, su estrategia de aprendizaje apela a la repetición: hacen lecturas repetidas de cada fenómeno a fin de obtener las reglas que lo rigen.
En rigor, también para la población no autista se han señalado diversos estilos en el procesamiento de la información: por ejemplo, estudios de resonancia magnética señalaron diferencias, registrables por mapeo cerebral, entre estilos predominantes en hombres y en mujeres. En un orden similar se ha señalado la existencia de “inteligencias múltiples”, de las cuales una u otra puede predominar en cada persona. En el caso del autismo, la diferencia con el resto de la población iría más allá de los estilos, para constituirse como una variante cognitiva. Así lo plantea Mottron, para quien, así, el autismo no es, en sí mismo y centralmente, una patología, sin perjuicio de que sus consecuencias deban ser atendidas mediante abordajes que incluyen la orientación a la familia.
Esa diferencia cognitiva sería lo que puede hacer imposible, para el autista, la función del que se ha denominado “cerebro social”: la capacidad para inferir el estado mental del interlocutor. Las personas no autistas –sin reparar en ello y con mayor o menor eficacia–, disciernen si su interlocutor está alegre o está furioso, si escucha o si sólo quiere irse; habitualmente, en cualquier diálogo, cada interlocutor se está formulando hipótesis sobre los contenidos mentales del otro. La falta de esta función en la persona autista suele percibirse como distanciamiento afectivo.
La hipótesis de Mottron, con todo lo que tiene de polémico, se ubica en la corriente que predomina ampliamente entre los investigadores del autismo: reconocerle una base biológica, de origen genético y con compromiso cerebral. Estudios con resonancia magnética funcional han mostrado, en las personas autistas, patrones de actividad cerebral diferentes de las no autistas. Admitiendo estos principios, la hipótesis de Mottron es que esas diferencias deben entenderse como variantes, no como patologías. En cambio, por ejemplo, otra respetada corriente, en la que se ubica el investigador francés Simon Baron-Cohen, refiere el autismo a alteraciones del “cerebro social”, que en sí mismas considera patológicas.
* Con asesoramiento de Aldo Ferreres, director de la Carrera Interdisciplinaria de Especialización en Neuropsicología Clínica de la Facultad de Psicología de la UBA.
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