› Por Emilio Ruchansky
Gustavo Albornoz jura que es “antipolicía” pero que lo del oficial Marcos Sebastián Itzcovich era distinto. Desde el primer día, dice el pizzero, se acercó sin ánimo de manguear, siempre pagó lo que llevaba y terminaron haciéndose muy amigos. Iban a la cancha a ver a All Boys, cenaban juntos con sus respectivas parejas y charlaban seguido porque Sebastián había empezado con el gimnasio y Albornoz, más experimentado en el asunto, le aconsejaba una buena dieta de complemento. “Todavía tengo el último mensaje de texto que mandó, cinco minutos antes de que lo mataran”, recuerda dolorido, detrás del mostrador vestido con su delantal blanco.
Hace cinco años que funciona Todo Pizza Todo Pollo y, salvo una vez que levantaron la persiana y robaron muzzarella, nadie intentó asaltar el local de Bermúdez y Santo Tomé, en Monte Castro. El martes pasado no había plata en la caja, sin embargo los agentes de la División Unidad Investigación Técnica del Delito arremetieron contra Itzcovich y su compañero Gustavo Montenegro, supuestamente, sospechados de hurto. Ni esa versión, ni la de la banda de ladrones disfrazada de policías le cierran a Albornoz. Su amigo estaba de civil y se había acercado hasta la pizzería para saludarlo. “Tal vez si hubiera estado ahí y salía a la calle con él, no lo mataban”, se lamenta.
En el barrio, Itzcovich era muy apreciado por los vecinos, que ante cualquier robo lo llamaban y, aunque él trabajara en las brigada de investigación, siempre aparecía para dar una mano. “Si pasabas un semáforo en rojo, te hacía la multa y te daba una lección de vialidad, no te pedía 50 pesos como la mayoría de los policías, capaz que te agarraba con un porro y te decía que lo apagues y lo fumes en tu casa. Era un buen tipo y por eso éramos tan amigos.” La noche de la balacera, los chicos que trabajan en Todo Pizza Todo Pollo vieron un Renault Express azul parado en la esquina, el pizzero no sabe si lo estaban esperando pero está seguro de que no hubo una voz de alto y los vecinos apoyan la versión.
“¡Pará hijo de puta! ¿Por qué me tirás?”, gritaba Montenegro a los tres agentes que lo rodeaban, le contó un testigo a Albornoz. El auto tampoco tenía la baliza de la División, “aunque después se la pusieron”, asegura el pizzero. Itzcovich vivía en Villa Celina y tenía una nena de tres años. Solía llevar su placa colgada en el pecho y, según su amigo, “estaba muy contento con el trabajo que estaba haciendo”.
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