SOCIEDAD
› UN GRUPO COMANDO DESVALIJO EN CINCO HORAS UN EDIFICIO ENTERO
Los inquilinos del soplete
Es un edificio de oficinas en el centro. Los ladrones alquilaron una de ellas. Y el domingo, con el lugar casi vacío, violentaron 26 puertas blindadas y numerosas cajas fuertes. Se llevaron miles de dólares, valores y computadoras. La Policía llegó dos horas tarde.
› Por Horacio Cecchi
Un grupo comando desvalijó un edificio de oficinas de 14 pisos, en pleno centro de la ciudad (Perú 359). El golpe fue organizado durante 15 días, desde dentro mismo del edificio: la banda alquiló una de las oficinas, la 509 del 5º piso, y se dedicó a estudiar cómodamente las diferentes alternativas. El domingo, a las 9 de la mañana, entraron como por su casa, dominaron al encargado, a su hijo, y a uno de los propietarios y durante toda la mañana (hasta las dos de la tarde) se dedicaron a abrir 26 puertas blindadas y varias cajas fuertes con sopletes de acetileno. Cuando desaparecieron, el encargado tocó la alarma y como la policía no llegaba, llamó a la comisaría. Pasadas dos horas de la denuncia, un patrullero se estacionaba en la puerta. “Es como entrar a jugar sin arquero”, se lamentaba ayer uno de los desvalijados.
Apenas se entra al amplio hall de entrada se divisa, a la derecha, el escritorio del encargado, con una pantalla de circuito cerrado que permite registrar todos los movimientos de quienes ingresan. Más al fondo, sobre la izquierda, dos sillones individuales y uno más amplio, rodean una mesita ratona sobre la que hay un cartel que dice, en letras negras de imprenta: “Alquiler. Oficinas. Cocheras”. Según algunos de los propietarios, “se había puesto un sistema de cámaras en los ascensores para controlar quiénes suben y bajan. Pero las cámaras se las afanaron”.
El 28 de agosto pasado, unas personas se presentaron ante la propietaria de la unidad 509 para firmar contrato por el alquiler de la oficina. “Gente normal, que no hacía presumir nada”, señaló un colaborador de la propietaria (no eran merodeadores sino inquilinos). Se acordó que tomarían posesión el 1º de setiembre. Días después, se acercaron a Carlos Serra, el encargado del edificio, para solicitar las llaves de calle. “Solamente dejaron dicho que uno de estos días iban a venir para arreglar la oficina y después hacer la mudanza. Pero ellos no volvieron a aparecer”, sostuvo Serra.
El sábado pasado, el mismo Serra recibió un llamado telefónico. “Mañana va a pasar un electricista con algunos de mis socios”, alertaron del otro lado del teléfono. Y a las 9 del domingo, no se sabe si el electricista o uno de los socios (en realidad da lo mismo) abrió la puerta de calle con la llave provista. Detrás de él ingresaron unos siete socios o electricistas más, cargando cajas “para la mudanza”.
Subieron hasta el 509. Se ve que abrieron las cajas y volvieron. Esto lo pudo confirmar Carlos, hijo de Serra de 30 años, porque vivió ese regreso en carne propia. Los tipos ya no como socios, electricistas, ni siquiera inquilinos, sino armados con pistolas y armas largas (a cara descubierta y uno de ellos con peluca) llevaron a Carlitos hasta el piso 14º, donde se encontraba su padre. A ambos los despacharon hasta el improvisado bunker, donde quedaron custodiados. Dentro de las cajas, además de las armas, llevaban varios equipos de sopletes de acetileno. Se dividieron en grupos de tres y empezaron su tarea de inquilinos truchos.
Desde el 9º piso hacia abajo, salvo el octavo, abrieron 26 puertas blindadas como si fueran latas de sardinas y cajas fuertes como margaritas en flor. En algunos casos, simplemente arrancaron la mirilla de la puerta, miraron hacia adentro, consideraron que no valía la pena y siguieron de largo. En otros casos, violentaron con barretas las cerraduras más endebles. Pero la mayor atención la pusieron en las puertas blindadas, cuyas cerraduras simplemente fueron desintegradas al calor del soplete. En el 4º 407, el trabajo de apertura provocó un principio de incendio, sofocado por los mismos inquilinos truchos sin necesidad de convocar a los bomberos. Allí, como en otras cinco oficinas, abrieron las pesadas puertas de las cajas fuertes a soplete y robaron valores y dinero.
Aunque la banda estuvo en posesión del 509 desde el 1º de setiembre, en realidad no parecen haber desarrollado una profunda investigación del edificio: en el 4º piso, de las cinco oficinas asaltadas, tres en realidad estaban vacías. Y en otras, revolvieron todo pero no llevaron nada. “A míme robaron una lapicera, nada más”, dijo a Página/12 el propietario de la 310, todavía sorprendido y sin saber si alegrarse por suerte comparativa, o atemorizarse por haber quedado pendiente. “Tomate tu tiempo, no hay apuro, total hoy no van a volver”, decía el dueño de la 905 al cerrajero, mientras conversaban si tenía sentido volver al costoso blindaje: dos huecos impresionantes hacían de él una extraña puerta giratoria.
Pasadas cinco horas de inquilinato trucho, la banda se retiró con las mismas cajas, cargadas de armas, sopletes, una laptop, una suma no precisada pero importante de dólares y valores de escribanías, agencias de comercio exterior, despachantes de aduana, contadurías, estudios de abogados y oficinas de turismo. “Si querés llamar a la policía, llamá, pero esperá 15 minutos”, le dijeron a Serra. El encargado no cumplió. Tocó de inmediato la alarma. Tocó de nuevo. Esperó un rato hasta que envió a su hijo en taxi a la comisaría 2ª. “Está en línea recta, a siete cuadras”, aseguró muy enojado uno de los propietarios.
El caso que ocupa esta nota vendría a ser una variante a la muletilla de “las manos atadas”, recientemente renovada por el jefe de la Federal, Roberto Giacomino. En la 2ª, tenían los pies atados: el patrullero llegó, pero dos horas más tarde.