SOCIEDAD › UN CENTRO DEL GOBIERNO PORTEñO QUE DESDE HACE DIEZ AñOS EDUCA A CHICOS DE LA CALLE
El Centro Educativo Isauro Arancibia da formación de primaria a chicos y jóvenes de entre 11 y 20 años. En 1998 asistían veinte chicos. Ahora, asisten 120. Hay talleres de panificación, confección de ropa de bebé, radio, plástica, computación, teatro y hip-hop.
Natalia tiene 16 años y al igual que su nena Sheila, de nueve meses, sabe lo que es vivir en la calle. Aunque hoy vive con su mamá en Villa Itatí, Quilmes, al sur del conurbano bonaerense. Ella es una de las pibas que asisten el Centro Educativo Isauro Arancibia, ubicado en el barrio porteño de San Cristóbal, para terminar la primaria. Abandonó la escuela cuando estaba en séptimo grado. “Estaba embarazada y no se me hacía nada fácil ir a la escuela y estar allí”, recordó Natalia, mientras sostenía a su pequeña beba. Allí, asisten unos 120 chicos de la calle, de entre 11 y 20 años, que buscan formación escolar, además de contención. “La mayoría es de las ranchadas de pibes que viven en Once, Retiro y Constitución”, contó Susana Reyes, coordinadora del Isauro Arancibia.
En el Arancibia, los chicos pueden obtener su título de primaria. Allí, además, pueden participar de talleres de panificación, confección de ropa de bebé, radio, plástica, computación, teatro, hip-hop, historieta, video, electricidad y artesanías. Además, en la producción de una revista (La realidad sin chamuyo). A la vez, la institución les brinda una merienda, asesoramiento para obtener documentos y acompañamiento médico. La iniciativa está a cargo del programa Puentes Escolares de la Secretaría de Educación porteña. “Un día por medio vengo, cuando no estoy trabajando en el subte, vendiendo estampitas”, contó con la frente en alto Natalia. Hace tres meses ella asiste a ese centro. “Acá nos tratan bien, nos ayudan para que terminemos la escuela”, destacó la joven.
Stella, de 33 años, tiene seis hijos, y si bien supera el límite de edad, también estudia allí. “Me pegaban y yo tenía que cuidar a mis hermanos –dijo– y tuve que dejar la escuela. Mi mamá trabajaba todo el día para darnos de comer y no estaba en todo el día. Un día no volví más a casa por miedo de que me iban a fajar.”
A unos metros de ella, José, otro pibe, llega al centro con su carpeta. Irritado patea una ventana. “¡No me toquen! ¡No me toquen! Lo que pasa es que estoy encabronado con lo que me pasa afuera”, alegó atormentado, mientras una profesora lo contenía. “Son chicos abandonados por la sociedad. Viven en la calle y la gente pasa a su lado y nadie repara en ellos”, observó Susana. “Son pibes que llegan en una situación muy precaria, que duermen en la calle”, agregó Pablo Caracotch, docente del primero y del segundo ciclo.
Organizaciones como el Serpaj o Che Pibe hacen de puente para vincular pibes con el establecimiento. Además de instituciones del gobierno porteño. “También, previo al comienzo de las clases salimos a buscar a los pibes. Y todos los días un grupo de compañeros va a buscar pibes en las estaciones de tren de Constitución y Retiro”, contó Caracotch. El centro funciona desde 1998, con tres ciclos y tiene duración de tres años. “Al principio, venían 15 o 20 chicos y hoy vienen unos 120, y a pesar de que el año pasado egresaron 20, ese número no se perdió. Hay muchos pibes que quieren aprender”, notó el docente.
Cuando todos se retiraban se produjo una pequeña pelea entre dos chicos. José se arrojó hacia adelante lanzando con furor trompadas a otro pibe, que respondió con rapidez. Y cuando José quiso volver a golpearlo, sus compañeros y los docentes los separaron. “¡Dale, vení, te voy a dar!”, patoteaba José en un pequeño tumulto, mientras un maestro del taller de panadería lo sostenía con fuerza para evitar que continúe el pleito. “No es común que se peleen –explicó Susana–. Las clases recién empiezan. Los grupos no están muy integrados todavía. Pero a medida que avanza el año la convivencia diaria se va haciendo buena porque vienen con muchas ganas de aprender.”
El jueves último, en el centro, ubicado en el tercer piso de la sede de la Uocra, en Humberto Primo 2260, los chicos y docentes conmemoraron el Día de la Memoria. Como parte de la jornada, los pibes reflexionaron sobre el militante de la organización Montoneros y guionista de El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld, desaparecido en 1977. “Fue torturado, muerto y desaparecido por la junta militar junto a sus cuatro hijas militantes”, recordó María, una joven mamá que busca obtener su diploma, mientras repasaba algunos datos biográficos del guionista de historietas.
Luego, Susana contó que el establecimiento lleva el nombre de Isauro Arancibia en homenaje al secretario general de la Asociación de Trabajadores de la Educación Provincial, asesinado en la sede del sindicato antes del amanecer del 24 de marzo de 1976. De la actividad participaron Tatiana Ruarte Britos, la primera nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo, y Hugo Argente, hermano de Jorge Daniel, una de las víctimas de la Masacre de Fátima, y militante de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas.
Héroes individuales, con superpoderes, o héroes colectivos fueron ejes de debate entre los chicos y los familiares de las víctimas de la dictadura, como también cuestiones que les tocaban directamente, como cómo cambiar la realidad. “Lo importante es siempre juntarnos para alcanzar los sueños”, resumió un docente.
Al finalizar el acto, Tatiana se comprometió a concurrir una vez por mes al establecimiento para hablar con los chicos. Después un pibe pidió el micrófono. “¿Por qué los militares desaparecían a las personas?”, preguntó.
–En esa época desaparecieron a toda una generación de personas y también a los hijos de esa generación –respondió Tatiana.
–Sí, pero yo quiero entender también por qué los secuestraron y mataron –repreguntó el chico.
–Esos jóvenes querían cambiar la realidad, querían construir un mundo mejor para todos, un mundo de justicia social –explicó Hugo.
Finalizaba la tarde y llegó el turno de la música. Un dúo de músicos de conservatorio interpretó “La cumparsita”, “Por una cabeza” y una balada tropical. “Esa la conozco; la cantan Los Charros”, decía José, mientras algunos chicos y docentes bailaban al ritmo de la cumbia en la improvisada pista de baile del centro educativo.
Informe: Esteban Vera.
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