Mié 07.05.2008

SOCIEDAD  › EL INSóLITO CASO DE LOS DOCUMENTOS FALSOS EN EL ARCHIVO NACIONAL DE INGLATERRA

Cuando la ficción supera la historia

Una investigación descubrió 29 falsificaciones en uno de los archivos más prestigiosos del mundo. Varios libros se basaron en ellos para reescribir la Segunda Guerra. Pero era mentira.

› Por Marcelo Justo

Desde Londres

Como en un cuento de Borges, la historia y la ficción se entremezclaron en el Archivo Nacional de Inglaterra. Una investigación policial descubrió que 29 documentos sobre algunos episodios clave de la Segunda Guerra Mundial eran falsos. Los documentos fueron contrabandeados durante seis largos años para demostrar que Winston Churchill había ordenado el asesinato de Heinrich Himmler, el jefe de las SS, y que el duque de Windsor, tío de la reina Isabel II, había ayudado activamente a los nazis a conquistar Francia. El Servicio Fiscal de la Corona señaló que había suficientes pruebas para llevar a la Justicia al único sospechoso del fraude, pero que no era en el “interés público” debido a la salud de la persona y “otras circunstancias”. En respuesta, ocho prestigiosos historiadores británicos exigieron ayer que se abriera una investigación pública para determinar cómo se había producido este contrabando de información falsa para reescribir la historia.

Los documentos sirvieron de base para tres libros del historiador Martin Allen que daban vuelta la versión oficial de algunos episodios de la Segunda Guerra Mundial. En Hidden Agenda, publicado en 2002, Allen sugería que el duque de Windsor había pasado información clasificada a los nazis por medio de un espía alemán. El documento más llamativo que citaba Allen era una carta manuscrita a Adolf Hitler, firmada EP por Edward Prince, una abreviatura que solía usar el príncipe, en la que le pedía al Führer que tuviera en cuenta la información que había memorizado su emisario. Allen aseguraba que esa información le había permitido a las tropas alemanas conocer los puntos débiles de los franceses y dominar el país en sólo seis semanas. Según el historiador, el duque de Windsor, que había abdicado en 1936 y era conocido por su amistad con Hitler, sería coronado rey una vez que el Reino Unido se viera obligado a firmar la paz.

En 2003 Allen publicó The Hitler-Hess deception, sobre uno de los hechos más extraños y misteriosos de la Segunda Guerra Mundial. En mayo de 1941, en vísperas de la invasión alemana a Rusia, el número dos de Hitler, Rudolf Hess, emprendió un vuelo solitario a Escocia para, según dijo, concertar la paz entre el Reino Unido y Alemania. En su momento, ambos países lo calificaron de demente. Hess estuvo preso en la Torre de Londres y se lo internó luego en un psiquiátrico. En los juicios de Nuremberg en 1946, en que se lo sentenció a cadena perpetua, nadie cuestionó esta versión de los hechos. Según Martin Allen, el propósito de ese viaje de Hess era coordinar un golpe con los sectores británicos contrarios a la estrategia de “sangre, sudor y lágrimas” que impulsaba Churchill, remanentes del anterior primer ministro, Neville Chamberlain.

En 2005 Allen publicó la última joya de su trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial: Himmler’s secret war. El historiador citaba una carta de John Wheeler-Bennett, funcionario de la Foreign Office, para probar que la versión oficial era poco más que una cortina de humo. El texto de la carta tenía el lenguaje excitante y clandestino de una novela de espionaje. “He pensado bastante sobre la situación del pequeño H.”, decía Wheeler-Bennett y más adelante comentaba sus conclusiones: “Deberán tomarse los recaudos necesarios para eliminarlo tan pronto como caiga en nuestras manos”. Una carta posterior de Bernard Bracken, ministro de Información de Churchill, confirmaba que él había sido ejecutado. En base a estos “documentos” en los Archivos Nacionales, Allen tejía una historia diferente del final de Himmler que abonaba su tesis principal: Churchill quería borrar todo rastro del jefe de las SS por temor a que revelara las conversaciones secretas que habían tenido para un acuerdo de paz. La versión oficial era que Himmler fue arrestado el 22 de mayo de 1945 y se suicidó con una pastilla de cianuro. Sus últimas palabras fueron “Ich bin Heinrich Himmler” (Soy Heinrich Himmler). Para Allen todo esto no era más que una tapadera de un brutal “establishment” británico.

La interpretación de Allen contradecía con tanta violencia la versión oficial que varios periódicos e historiadores se interesaron en investigar los documentos que citaba el historiador. A primera vista parecían auténticos. Cuando se los estudiaba con más detenimiento, empezaban a aparecer las divergencias. Muchas eran de amateur. En la carta que el ministro de Información de Churchill, Bernard Bracken, le envió al primer ministro para informarle del asesinato de Himmler, el membrete estaba hecho con una impresora láser, invento de los ’70. Había firmas falsificadas, los telegramas y memos contenían inexactitudes históricas y los 29 documentos habían sido escritos con cuatro máquinas de escribir, a pesar de que procedían de orígenes muy diversos. La investigación policial halló que sólo dos personas habían visto las cajas donde se encontraban estos documentos: Martin Allen y su esposa. Allen negó todo y ya no concede entrevistas, pero siendo el principal beneficiario de todas estas revelaciones, es el sospechoso número uno.

El Archivo Nacional de Inglaterra tiene 900 años de historia y documentos que van desde el testamento de William Shakespeare hasta textos de Guillermo el Conquistador, en el siglo XI. En una carta publicada ayer en el Financial Times, que lanzó la primicia el sábado, ocho prestigiosos historiadores expresaron su preocupación por este intento de distorsionar el pasado. “La integridad y reputación de los Archivos Nacionales y de instituciones similares en todo el mundo está en juego. Ya que no va a haber un juicio, sería importante que haya un informe oficial sobre lo ocurrido.” Entre las firmas se encuentran el autor de una de las biografías más admiradas de Adolf Hitler, sir Ian Kershaw, y otros reconocidos historiadores británicos, como sir Max Hastings, autor del libro sobre Malvinas La batalla del Atlántico Sur.

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