SOCIEDAD › NUDISTA POR ARTE Y POR “QUEMARLE EL COCO A LA GENTE”
Se llama Paula, pero prefiere que la conozcan como Avril-X. Cruzó desnuda la 9 de Julio, caminó tal cual es por Florida y Lavalle, fue detenida en San Telmo. Ahora creó una agencia de modelos que están dispuestos a actuar o posar sin ropa.
› Por Horacio Cecchi
Son las 11 de la mañana. Pese a la temperatura exterior, el 24 horas de la YPF de Maipú y Güemes, en Olivos, parece una bagna calda. Dentro del local, Paula, que no es otra que Avril-X, habla en voz alta sobre sus experiencias escenográficas desnudistas. El tipo que está sentado en la otra mesa, a espaldas de la entrevistada, empuja el respaldo de su silla, se hamaca y la reclina hacia atrás, quiere escuchar, fuerza la oreja, tensiona el cuello hasta la tortícolis con tal de captar a sus espaldas la ardiente entrevista que este diario, este abnegado cronista, desarrolla con la joven mientras intenta (el cronista, quién si no) mantener la vista clavada en su mirada (en la de la joven entrevistada, de quién si no). Avril-X, más recordada como la chica que se desnudó en la 9 de Julio (ah, ¿vio que sabe de quién estoy hablando?), está vestida para la ocasión. Está vestida, aunque el escote sea un prenuncio de su proyecto de aglomerar una multitud desnuda en algún sector imprevisible de la ciudad hacia fin de año. “Me encanta quemarle el coco a la gente”, aclara, no se sabe bien por qué.
Alrededor, dentro del local, hay aglomeración disimulada. Miran hacia el techo, aunque en el techo no hay nada. El tipo de la tortícolis, a espaldas de Avril, casi se cae al balancear la silla; la cajera contiene la respiración, y escucha con los ojos; mientras que la fila de clientes, tres hombres y una chica, se mantiene embobada sin pedir nada en la caja.
Avril está vestida. Pero habla fuerte y lo que dice la desnuda y perturba los hábitos habituales y los monacales. “¿Que por qué lo hago? Porque salís a la calle y te cruzás con una mina en bolas tomando café. Me gusta que la gente experimente”, explica Avril, y lo dice tan fuerte que alrededor todos asienten en silencio y pretenden (la platea masculina, aunque no solamente) pasar por la fragorosa y gratuita experiencia educativa. Mientras tanto, el cronista continúa en su ardua tarea no reconocida y mantiene la vista al frente, inmutable, sereno, profesional y atento.
“Empecé a desnudarme en las calles de Barcelona en 2004”, dice Avril y el de la tortícolis baila en la silla. Hay riesgo de que se caiga. “Puse un aviso, busco fotógrafo y gente de todas las edades que quiera desnudarse, y para mi sorpresa recibí la propuesta de cuarenta fotógrafos por lo menos y una lista interminable de mails y mails y mails. Un fotógrafo, el italiano, no, miento, me olvido de otro, el del Congo también, se sumaron al grupo y se desnudaron. El italiano aparece en una foto con la cámara en la mano.”
Avril-X no se desnuda por protesta sino por provocación. Ella dice que es para desacomodar las costumbres y porque está en contra de lo que dicen que se debe hacer. En pocas palabras, es enemiga de la comodidad burguesa, el aislamiento del individuo y de todo lo que transforma al ser humano en un ladrillo previsible. También de la ropa, aunque ahora la lleve puesta porque “tampoco soy tonta”.
Es hija de papá ex PC y de mamá matemática, la mezcla exacta para conseguir una nena artista del desnudo en paseo público. Aunque ya conocida en los corrillos porteños y catalanes, la joven emprendió una nueva gesta en pos de la verdad corporal absoluta: hace un mes armó una agencia de modelos, Nudismodels, en la que asegura contar ya con dos centenares de abnegadas/os modelos dispuestas/os a entregar sus cuerpos a las cámaras, ya sea para escenas teatrales, películas, publicidades, modelaje para artistas y demás. Aunque ella dice que no está limitada a tomar modelos nudistas, con el título de la agencia y con la historia de Avril resulta un poco difícil pensar de otra manera. De todos modos, ella sugiere: “En la base de datos hay muchos que aclaran que no se van a desnudar, pero, ¿sabés cuántos van a aceptar si les decís que la producción paga 4 mil dólares y un viaje a México para filmar una publicidad con desnudos, sabés cuántos agarran viaje?”.
El 20 de agosto de 2004 atravesó desnuda el Parc Güell de Barcelona. Ese año se tomó a pecho la cuestión del desnudo callejero y cumplió con doce performances, como las llama ella. En una recorrió la Rambla de Barcelona, el paseo más visitado por miles de turistas, desde la Plaza Catalunya hasta la estatua de Colón. “¿Qué reacción tuvo la gente?”, pregunta el abnegado cronista sin reconocimiento pero curioso.
–Me aplaudían o miraban. Una turista inglesa o sueca, no sé, me preguntó: “¿Puedo desnudarme?, hace tanto que querer hacerlo”, y yo le dije que por supuesto y se sumó al grupo. Un día antes les había preguntado a los floristas si les molestaba que posara desnuda para unas fotos y me dijeron que no. En la Catedral de Barcelona, apoyada sobre los restos de la milenaria muralla romana que rodeaba la ciudad latina de Barcino, Avril se desnudó. Asegura que tuvo algún problemita con unas monjas, que decidieron mantener sus hábitos, pero no dejaron de sorprenderse, persignarse y musitar: “Satán, sálvame Dios de mirar”, y cuestiones por el estilo. Pero nada más. “En Barcelona acababan de votar una ley que permite caminar desnudo por las calles –recuerda Avril– y aprovechamos.”
En Buenos Aires fue diferente. La primera performance fue el 30 de diciembre de 2004 al mediodía, cuando cruzó la 9 de Julio. Esa noche, el incendio de Cromañón la dejó en el olvido. Marchó presa en 2005, y pasó por las mil y una (ver aparte).
Avril habla mientras alrededor las mesas empiezan a amucharse. Da la sensación de que no es el público habitual, pero el cronista abnegado no puede afirmarlo. La cajera debe ser la de siempre, pero sigue inmóvil, cual estatua absorta y espantada. ¿Temerá que se cumpla lo que escucha? ¿Lo temerán los clientes habituales y el resto o estarán ansiosos porque ocurra? Este cronista no lo sabe ni lo sabrá porque no forma parte del interés específico de esta nota.
Aunque, por qué no soltar la sempiterna curiosidad periodística, por qué cerrar la puerta a esa vocación de escudriñar y de buscar la primicia. Y qué tal si dice que sí. Después de todo, el no ya lo tenemos.
–Y..., esteeemmmm... Dígame, Avril, estemmm... usted, ¿se desnudaría, digo, ahora, en este bar, para esta nota, bueno, digo, para nuestro fotógrafo, un verdadero profesional indubitable en su tarea?
–No, no me desnudo por pedido –responde ella, confundiendo a este cronista y a su compañero reportero gráfico.
En ese momento es cuando noto la desazón en el público. El de la silla de atrás, molesto, golpea con los codos sobre su mesa. El periodista cree escuchar un uhhh futbolero, pero no podría confirmarlo. La cajera se tranquiliza algo ruborizada.
–A menos que te desnudes conmigo –sugiere.
Seguro que le está hablando al fotógrafo.
No. Glup. Mira al cronista.
¿Y ahora qué? Ingrata profesión ésta.
La cajera otra vez se pone roja, el público que se levantaba para irse al trabajo prefiere quedarse un momentito. En la calle hace frío. Hacen que miran para otro lado, pero esperan y, con su espera, presionan. Todos asienten y dicen que sí. Claro, no les preguntó a ellos.
Sin abandonar jamás la frialdad profesional, el abnegado cronista responde que no, que la empresa lo prohíbe, que no es el tema de la nota, que el periodista no debe ser el protagonista ni quedar implicado, y que dele Avril, que qué le cuesta. Y no hubo acuerdo.
Avril y el cronista se retiran conformes con la idea del deber cumplido.
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