Mar 10.06.2008

SOCIEDAD  › LAS CELEBRACIONES POR EL BICENTENARIO DE LOS MOVIMIENTOS INDEPENDENTISTAS EN AMéRICA LATINA

Dos siglos de una historia común

En la Argentina, hace tres años se creó una comisión ad hoc para organizar los festejos de la independencia. El conflicto con el sector rural postergó los anuncios, pero el debate historiográfico se realimenta en toda Latinoamérica.

El 25 de mayo pasado, las cuatro entidades ruralistas juntaron una multitud bañada de celeste y blanco en Rosario, a los pies justamente del Monumento a la Bandera. Desde ahí, insistieron con que “la patria es el campo”, mientras se apropiaban políticamente de la escarapela. El mismo día, en Salta, Cristina Fernández de Kirchner evocaba frente al monumento a Martín Miguel de Güemes a los próceres oficiales de aquel mayo de 1810 y llamaba al Acuerdo del Bicentenario. Así, en las vísperas de la conmemoración de los doscientos años de los primeros esbozos independentistas, en la discusión política argentina se cuela una efemérides que motiva debates historiográficos, la relectura del pasado fundador y la consiguiente disputa por los símbolos. El fenómeno, como a comienzos del siglo XIX, le compete a toda América latina.

Los preparativos para el 2010 lentamente comienzan a tomar forma. Surgen mesas de debate, reuniones de historiadores, proyectos gubernamentales e independientes. Por lo pronto, decreto de Néstor Kirchner mediante, el Gobierno formó en el 2005 el Comité Permanente del Bicentenario, integrado por el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el por entonces ministro de Interior, Aníbal Fernández, y el secretario de Cultura, José Nun. En su página web, con la firma del último, se enumeran los objetivos: la realización de obras como escuelas, teatros y monumentos, la fijación de metas vinculadas con la reindustrialización, la reforma fiscal, política y judicial y la necesidad de “crear conciencia en la ciudadanía acerca de la importancia de la construcción misma del bicentenario como un horizonte común que les dé sentido unificador a las obras y metas que debemos emprender de inmediato”.

Y, efectivamente, en la actual coyuntura lo que está en debate es ese “sentido unificador” del que habla Nun. El conflicto con las entidades agrarias no sólo imposibilitó el acuerdo macro que buscaba la Casa Rosada, sino que plantea una disputa por los símbolos y emblemas que, como afirma el jurista Julio Maier, sólo subsistirán como patrios en tanto no se intente sectorizarlos.

Consultada por este diario, la historiadora Patricia Funes, autora entre otros libros de Salvar la Nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos, coincide con varios de sus colegas en que el debate historiográfico en torno al bicentenario está todavía rezagado. “En todo caso lo que se discute es la idea de nación. Cómo representarla, cómo los historiadores crearon los símbolos, una liturgia patriótica, cómo se revisa o construye, el valor de los héroes”, explica.

Pero ante lo inevitable de la efemérides, la intención todavía embrionaria de algunos intelectuales cercanos al Gobierno es cuestionar “la historia mitrista”, que es la que se enseña aún hoy en las escuelas. “La historia oficial se encuentra en un callejón sin salida desde hace dos o tres años. Luis Alberto Romero publicó un artículo diciendo que los historiadores no están de acuerdo con lo que se enseña en los colegios. Eso, justifican, lo hizo Mitre para hacer la Nación. Pero más allá de que no estén de acuerdo, sostienen que hoy hay que tener mucho cuidado en desmontar ese invento porque implicaría quedarse sin patria. En realidad, nosotros opinamos que así lo que somos es colonia”, argumenta en conversación con PáginaI12 Norberto Galasso. Para él, la relectura debiera basarse en la participación popular de aquel 25 de mayo que reivindique su carácter democrático y antimonárquico (y no antihispánico), despojándose de las versiones liberales que les otorgan un lugar central a las influencias inglesas con su libre comercio.

Luciano De Privitellio no coincide. También historiador, autor junto a Romero de un estudio sobre los manuales escolares publicados en la Argentina desde 1950 La Argentina en la escuela, descree que “el revisionismo (y mucho menos aún el neorrevisionismo) aporte alguna idea que valga la pena considerar en términos de una historiografía universitaria seria, moderna y a la altura de los cánones mundiales de la disciplina”. El argumento es que dicho sector, en el que se embarcaría Galasso, “suele englobar una historiografía rica en matices, diferencias y debates bajo el sencillo mote de ‘historia mitrista’ o ‘historia oficial’”. “La Revolución de Mayo –continúa– no es un ente homogéneo. Hay sectores promonárquicos, otros independentistas, otros republicanos, muchos antiespañoles, etc., etc... y todos hacen la revolución. La hace Saavedra (un monárquico) y Moreno (que, en principio, no lo era). Y, sobre todo, cambian de opinión a medida que los conflictos y las diferentes coyunturas los obligan a hacerlo. A su vez, hay muchas monarquías posibles y muchos debates políticos internos. Ese es, en realidad, el gran debate. Mucho más que monarquía o república.” Así, esta corriente ha abandonado la discusión por “el mito de origen” y, en todo caso, busca convertirlo en objeto de estudio.

Una mirada regional

La ola independentista fue un fenómeno definitivamente latinoamericano. Las colonias debieron resolver su futuro luego de que la Francia napoleónica quitara del trono a Fernando VII. Sin rey, los virreyes ya no eran autoridad en el territorio americano. Entonces, fueron los pueblos (término con el que se entendía a los vecinos de las ciudades capital de intendencia con cabildo) los encargados de deliberar y tomar drásticas decisiones.

Pero, ¿por qué si la independencia fue continental hoy se la conmemora de manera aislada? Para Funes, la respuesta se encuentra en la mirada endógena de los Estados: “La personalidad del Estado-Nación recorta unas fronteras que los historiadores del siglo XIX consideraron como teleológicas, o sea que invariablemente la Argentina iba a ser lo que fue, cosa que no es así, porque podría haber sido lo que es o muy otra cosa. Así, los Estados recortan sus atributos, su soberanía, su historia y su educación”.

Lo cierto es que los distintos países de América latina han venido organizando la conmemoración de sus respectivos bicentenarios, pero mirando siempre sólo hacia adentro. En todo caso, la mayor vinculación entre un proyecto y otro son los links que acompañan a las páginas web oficiales. Chile lo viene haciendo desde el año 2000, México y Argentina desde el 2005, Venezuela festejó en 2006 el bicentenario del desembarco de Francisco de Miranda, Ecuador y Bolivia desde 2007. Hasta España se decidió a apoyar las celebraciones a través del nombramiento del ex jefe de Gobierno Felipe González como un embajador extraordinario.

De la ciudad, la guerra y la revolución

No en todos los casos la disputa es la misma. Para la mayoría de los países se trata de una conmemoración ritual en la que poco se pone en disputa, pero hay otros que ponen varias cosas en juego. El caso mexicano es emblemático. En un contexto de impugnación a lo que denuncian fue en 2006 una elección fraudulenta, el Partido de la Revolución Democrática, cuyo bastión es el Distrito Federal que gobierna Marcelo Ebrard, planea una ofensiva. El planteo es el siguiente: en 1808, con lo que se conoce como la Revuelta del Ayuntamiento y el rol del síndico Primo de Verdad y Ramos, se comienza a dibujar la independencia. Esta visión, que pone en el centro de la escena a la ciudad, va a contramano de la historia oficial, que reivindica el presidente panista, Felipe Calderón. Para el gobierno, todo se habría iniciado aquel 16 de septiembre cuando el cura Miguel Hidalgo y Costilla se lanzó a la guerra, movilizó a indígenas y campesinos bajo la consigna “Viva la Virgen de Guadalupe, muerte al mal gobierno, abajo los gachupines”, y abolió la esclavitud. “Lo que nos interesa poner sobre la mesa es que la Ciudad de México siempre estuvo a la vanguardia de los procesos revolucionarios”, reconoce desde la capital el asesor de Ebrard, Ismael Carvallo. A toda esta interpretación se le debe añadir que también en 2010 se estará celebrando el centenario de la Revolución Mexicana de Pancho Villa, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza.

En Colombia sucede algo similar. En 1879, una ley consagró el 20 de julio como día festivo. En 1910 se celebró el centenario y todo indicaba que en 2010 se festejaría el bicentenario. Pero en 2005 el presidente Alvaro Uribe intentó modificar los tiempos al plantear que la independencia no debía contarse desde la proclamación civil, sino desde el triunfo militar de Boyacá en 1819. De fondo, insoslayable, se encuentra su política de “seguridad democrática” y su vocación por derrotar en el terreno militar a las FARC y al ELN.

Sin embargo, la comunidad de historiadores se opuso al proyecto, por lo que en febrero de este año Uribe se vio obligado a rectificarse y crear la Alta Consejería para el Bicentenario con miras al 2010. “La Academia de Historiadores de Bogotá clamó, clamó con ímpetu al anterior alcalde, Luis Eduardo Garzón (del opositor Polo Democrático Alternativo), que ante el estropicio de la Visión 2019, Bogotá debiera arrancar por su lado con el Bicentenario, toda vez que en su plaza se dio el célebre suceso del Florero de Llorente. Oídos sordos. El tema logró introducirse en la campaña electoral de Samuel Moreno, quien en su programa prometió una celebración bicentenaria para reivindicar los principios de independencia, autodeterminación e integración latinoamericana. Pero la promesa duró hasta el 1° de enero de 2008, día de su posesión, cuando éste anunció que celebraría los 200 años de la independencia, pero para cabildear para Bogotá a la sede de los Juegos Panamericanos de 2012”, reseña Luis Javier Caicedo, autor del libro 1810-2010: bicentenario de la independencia de Colombia y Latinoamérica.

En Venezuela, Hugo Chávez es otro, quizás el que más apela a los símbolos y la liturgia decimonónica para robustecer su proyecto actual. Sin ir más lejos, la nueva Constitución de 1999 le cambió el nombre al país: República Bolivariana de Venezuela. Incluso el “socialismo del siglo XXI” dice que tendrá mucho que ver con las raíces: “Bolívar, Sucre y Simón Rodríguez, sin duda, forman parte del patrimonio socialista utópico de nuestra América, no tengo duda”. Incluso, en medio de las disputas por su vocación reeleccionista, Chávez insiste en que se quedará en el Palacio de Miraflores hasta el 2021. Es que, doscientos años atrás, recuerda, se libró la batalla de Carabobo, que selló definitivamente la independencia venezolana.

Informe: Diego González.

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