SOCIEDAD › A 30 AÑOS DEL PRIMER NACIMIENTO PRODUCIDO POR FERTILIZACION ASISTIDA
El 25 de julio de 1978 nacía Louise Brown y con ella la polémica sobre la fertilización in vitro. Desde entonces, las técnicas avanzaron en igual proporción que el debate bioético. En el país, 23 mil personas nacieron gracias a esa ayuda. Aquí, la historia, la controversia, lo que no se dice de esos tratamientos.
› Por Mariana Carbajal
Hace 30 años, el mundo se sorprendía con el nacimiento en Inglaterra del primer ser humano concebido en una probeta: se supo luego que se trataba de una técnica experimental y que ni los padres de la beba Louise Brown –tal el nombre de la famosa criatura– habían sido alertados de su condición de conejitos de Indias. Desde aquel gran avance, las técnicas de fertilización asistida han ido evolucionando sin pausa, rodeadas de una paradoja: dan alegría a miles de parejas –a veces son mujeres solas– con dificultades para procrear y que tienen el sueño de un hijo (y el dinero suficiente para pagar los costosísimos tratamientos), y al mismo tiempo despiertan fuertes debates desde la bioética. Hace unos días, una mujer de 70 años dio a luz a mellizos en India: ella y su marido ya tenían dos hijas veinteañeras, pero buscaban desesperadamente tener un varón para que los heredara y se ocupara de sus campos. Los casos de madres-abuelas son algunos de los más polémicos, pero no los únicos. Voces de la bioética cuestionan que se gaste tanto dinero en solucionar problemas de esterilidad y no se tomen medidas para prevenirla –cuando se puede– con educación sexual y el acceso a anticonceptivos para evitar enfermedades de transmisión sexual y los abortos realizados en malas condiciones, importantes causas de infertilidad secundaria en mujeres en América latina (ver aparte). Se estima que cada día al menos un nacimiento en el mundo es producto de un procedimiento de reproducción asistida. En la Argentina hay 23 centros dedicados a esta especialidad, acreditados por la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR) y se calcula que más de 20 mil chicos y chicas han nacido en el país con la ayuda de estas técnicas. En algunos casos, con esperma u óvulos donados en forma anónima. En otros países ya se ha legislado para que el padre o la madre genéticos dejen de ser secretos. Hay quienes proponen que se los integre a la vida de la criatura para conformar familias “ampliadas”. En la Argentina no hay ningún tipo de legislación, ni en ese ni en ningún otro aspecto de la fertilización asistida, y los que deciden los límites son los mismos médicos. Ni siquiera están regulados los bancos de semen y no hay control estatal sobre cuántas mujeres son fecundadas en una misma ciudad por el esperma de un mismo donante. Los éxitos se festejan y difunden. Pero muchos de los fracasos y los riesgos que encierran los procedimientos y sus consecuencias se ocultan. Cerca de siete de cada diez intentos no resultan en un embarazo y muchas mujeres nunca llegan a lograrlo. Ya se habla del síndrome de “desencanto reproductivo”, que afecta a mujeres que han quedado con el útero y la cuenta bancaria vacíos, con su pareja disuelta y su carrera profesional afectada por años y años de intentos infructuosos. En este aniversario, PáginaI12 consultó a varios especialistas de distintos campos, para analizar y reflexionar sobre este camino abierto por la ciencia.
Por año en la Argentina se realizan unos 6 mil tratamientos de alta complejidad en los centros acreditados por SAMeR, según las últimas estadísticas de la entidad correspondientes a 2006 y aportadas a PáginaI12 por su presidenta, Liliana Blanco. La tasa de embarazo oscila entre 20 y 35 por ciento, según la técnica aplicada y –fundamentalmente– la edad de la mujer. Pero no todas las gestaciones llegan a término: un 15 por ciento, se estima, termina en un aborto espontáneo. “A partir de los 35 años de la mujer, las probabilidades de éxito caen significativamente”, señala Ester Polak, directora de CER Instituto Médico, una de las clínicas dedicadas a la reproducción asistida, y ex presidenta de SAMeR. Es justamente después de esa edad cuando se concentra la mayor cantidad de las pacientes. De cada 10 que consultan en CER, cuatro están alrededor de los 40 años. En mayores de 41, apunta Polak, la tasa de éxito es de apenas el 8 por ciento en cada intento, de acuerdo con estadísticas internacionales. Es decir, los fracasos les ganan por goleada a los éxitos. Pero de esta disparidad pocas veces se habla. Como contrapartida está la felicidad inmensa, infinita, de parejas, de mujeres solas, que con la ayuda de estas técnicas pueden conseguir un hijo biológico.
El dinero invertido –y muchas veces, perdido– es enorme. Hay que partir de 15 mil pesos hacia arriba para cada intento de una in vitro o de un ICSI, la técnica que consiste en la inyección de un solo espermatozoide directamente en el citoplasma de un oocito o huevo maduro. Son técnicas para pocos. El Hospital de Clínicas es el único del sector público que está realizando fertilización asistida paga, pero a precios más accesibles. De ahí el planteo de los pacientes, que proponen que se considere la infertilidad una enfermedad y sea cubierta por las obras sociales y las prepagas. En la Cámara de Diputados hay un proyecto desde 2005, que este año se volvió a presentar, que propone ese punto y además reglamentar la especialidad. Lo presentó Concebir, un grupo de apoyo para parejas con trastornos en la reproducción. Nunca se discutió. También desde el foro www.infertilidad arg. com.ar se lanzó este año una campaña de recolección de firmas para lograr que el Congreso considere enfermedad a la infertilidad. Este aspecto es polémico. ¿Deben cubrirse tratamientos tan caros cuando la Argentina no tiene un problema demográfico de población como en países europeos, donde la tasa de natalidad es negativa? Se calcula que un 15 por ciento de la población en edad de concebir experimenta problemas con su fertilidad.
Dilemas
Uno de los grandes avances en el campo de la reproducción asistida es el uso de la técnica del Diagnóstico Genético Preimplantatorio (DGP). Se practica desde hace una década en el mundo. Consiste en el análisis de una célula extraída de embriones obtenidos por fertilización in vitro, para seleccionar aquellos que no presentan anomalías genéticas que predisponen a graves enfermedades. Ese fue su objetivo original, pero algunas clínicas comenzaron a usar el DGP para brindar a los interesados la posibilidad de elegir el sexo de su futuro bebé. En la Argentina, donde este estudio cuesta cerca de 15 mil pesos, nadie reconoce que se haga con el fin de lograr un bebé “a la carta”. Los pedidos, sin embargo, existen, reconoce Polak.
–¿Qué les dice a quienes la consultan para elegir el sexo del bebé? –le pregunta PáginaI12 a esta especialista, formada en ginecología y endocrinología, con veinte años de experiencia en reproducción asistida.
–Si no tiene que ver con prevenir alguna enfermedad hereditaria en un sexo particular, los derivo a que consulten en otros centros médicos fuera del país.
CER Instituto Médico logró en 1997 el primer nacimiento en América latina a partir de un óvulo congelado.
–¿Qué otro tipo de planteos ha rechazado?
–Una mujer que por razones estéticas quiere un vientre subrogado. He tenido ese tipo de pacientes.
El alquiler de vientres se practicaría en el país bajo cuerda porque para la ley argentina la madre es quien da a luz. Rolando Hanglin y su esposa Marta Ibáñez tuvieron así a su hija Salomé hace 18 años y contaron la experiencia en el libro Esperanza por encargo. Sin embargo, otros países como Estados Unidos tienen un andamiaje legal y comercial bien desarrollado en torno de esta opción para pacientes que no tienen útero, o sufren abortos a repetición, o no quieren ser portadoras del embarazo. A las que tienen problemas médicos, Polak las contacta con clínicas de California y Alabama, con las que trabaja en estos casos. Este año, dice, ha tenido tres pacientes que han recurrido a un vientre alquilado en Estados Unidos: dos ya tienen las criaturas en sus casas.
–¿Cuánto cuesta un vientre subrogado?
–Carísimo.
Polak ha dicho que “no” también a mujeres que le han planteado ocultarles el tratamiento in vitro a sus maridos porque ellos no quieren un hijo, una situación que también se está observando en las clínicas. “Usamos un consentimiento informado donde los dos padres prospectivos tienen que firmar”, aclara la experta.
A veces son mujeres solas las que consultan. “Todavía son casos excepcionales”, dice. También recurren a la fertilización asistida parejas de lesbianas. A Polak no le ha tocado ninguna.
Objeciones
La psicóloga clínica Mirta Videla, especializada en Maternidad y Familia, se opone al alquiler de úteros porque opina que “la maternidad es literalmente descuartizada, al transformarse en una actividad económicamente rentable”. En diálogo con PáginaI12, dice: “Se trata solamente de una nueva forma de uso mercantil del cuerpo de las mujeres, situación tan vieja como la humanidad misma. Esta transacción se hace en Estados Unidos, donde también la adopción es privada y se paga a empresas que obran como intermediarios hacia el ‘producto’ buscado. Lo increíble es que las leyes norteamericanas ya han establecido que en el supuesto caso de suceder un litigio entre las progenitoras, la que donó el óvulo y la que lo gestó, el que decidirá será quien aportó el esperma”. En Brasil, para no ir tan lejos, la fertilización asistida tampoco está legislada, aunque existen guías. Allí se acepta el alquiler de vientres sólo si un pariente está dispuesto a someterse a ese procedimiento, es decir, no se acepta que haya un negocio detrás.
Videla atiende a mujeres que no han conseguido tener un hijo después de someterse a múltiples intentos de fertilización asistida. “Muchas de ellas sufren lo que yo llamo síndrome de desencanto reproductivo, son mujeres que tienen el útero, el regazo y la cuenta bancaria vacíos; además sienten desconfianza en la medicina y en muchos casos hacen crisis de pareja, terminan separándose; y tienen problemas en su trabajo, porque les han dedicado mucho tiempo a los tratamientos”, describe la psicóloga.
Videla no demoniza las técnicas de reproducción asistida, pero opina que debería usarse con indicaciones precisas para casos de infertilidad irreversible. “Hay casos que se solucionan con psicoterapia o esperando un tiempo, pero rápidamente en las clínicas los incorporan a programas de tratamientos”, cuestiona la psicóloga, autora, entre otros libros, de Los derechos humanos de la bioética (Editorial Ed-Hoc).
A la bióloga Susana Sommer, especialista en bioética, le preocupa la donación de óvulos, una práctica extendida tanto en la Argentina como en otras partes del mundo. Las donantes suelen ser pacientes y también otras mujeres que por altruismo o dinero aceptan recibir cargas importantes de hormonas para producir muchos óvulos en un ciclo: diez o más en lugar del único producido espontáneamente cada mes, para luego ser fecundados in vitro con el esperma del varón obtenido por masturbación. Así se obtiene un mayor número de embriones para ser transferidos al útero y contrarrestar la alta tasa de fracasos. “Donar semen es muy fácil, pero donar óvulos no. Con la estimulación hormonal hay riesgos. Puede que no le suceda nada a la mujer, pero se está estudiando que puede potenciar la aparición de algún tipo de cáncer o hasta quedar estériles”, advierte Sommer, autora del libro De la cigüeña a la probeta, entre otros, y profesora de Etica en la UBA.
Aunque hace más de dos décadas que la fertilización asistida es una opción en el país, nunca se ha llegado a debatir en el Congreso si debe o no tener marco regulatorio. Algunos proyectos que se presentaron son tan restrictivos que, de aprobarse, harían imposible la realización de tratamientos. De todas formas, vale recordar que actualmente los bancos de semen, por ejemplo, funcionan sin ningún control estatal. ¿Todo lo que es técnicamente posible se debe hacer? La pregunta queda abierta.
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