Desde la noche del miércoles, miles de fieles en una fila constante de 15 cuadras se alineó frente a la parroquia de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers, para venerar al Patrono del Pan y del Trabajo. Allí, habían acampado en los alrededores del templo. Como todos los años, la mayoría de los visitantes dijeron presente tanto para pedir favores como para agradecer por tener trabajo. En su homilía, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, pidió construir un país “sin exclusiones, ni discusiones”, que contemple a quienes “no roban, ni se pasan de vivos, o viven del trabajo de los otros”.

“Hace años venía desesperada a pedir trabajo, hoy agradezco tenerlo, pero también ruego que los precios no sigan aumentando porque lo que cobro cada vez me alcanza menos”, dijo Edith Gutiérrez, una mujer de González Catán que demoró más de cinco horas hasta poder tocar la imagen de San Cayetano. La primera en ingresar a la iglesia fue Delia Noris Lencina, una peluquera de 65 años que recorrió de rodillas el trayecto desde el pórtico del templo hasta el altar.

Bergoglio les dijo a los devotos que Dios es “el único que puede convocar a construir un lugar para todos”, porque, subrayó, “no se compra ni se vende y tampoco se deja coimear”. Tras explicar que el santuario de San Cayetano fue construido “con la fe y con la mirada limpia, sin egoísmo”, aseguró que como tal es “un lugar para todos, construido con el trabajo lleno de amor de todos los trabajadores y trabajadores de la patria”. “Esos que se levantan cada día y trabajan, esos que vienen a pedir la gracia de tenerlo, que no roban sino que trabajan. Los que no se pasan de vivos y viven de lo que produce el trabajo de otros, sino que trabajan ellos”, enfatizó.