SOCIEDAD › EL DUEÑO DEL GALPON
Osvaldo Carrizo no está en guardia. No hay ninguna razón para eso. Está confiado en el devenir de la Justicia. Pero aun así, algo le pasa. Por un momento abandona la gomería, su puesto histórico. Son sólo unos minutos, pero esos instantes bastan para intranquilizar a uno de sus hijos. “Mi viejo es ese que está en la foto”, señala él, y camina como entregado, hacia el fondo de una oficina maltrecha montada sobre el primer piso del taller mecánico. Detrás de unos mostradores, entre llantas y neumáticos, aparece una foto. Es una imagen vieja en un blanco y negro sepia, con un cartel de “parchería” de fondo, alguna chapa y los tonos viejos del cincuenta. “Así empezó todo –lo defiende–, dormía de noche en ese ranchito, ahí mismo tenía la gomería.” Carrizo es en General Rodríguez el dueño de la gomería más importante. Le dicen el “Tasca” y tiene su despacho en un inmenso galpón de una cuadra de largo, sobre la avenida Bernardo de Irigoyen al 300. La semana pasada un periodista reveló que el Juzgado de Zárate-Campana había ordenado un procedimiento en el galpón que está exactamente al lado. El galpón también era de Tasca, pero en marzo se lo había alquilado a Manuel Poggi, el secretario de Producción Municipal. En el barrio nadie dice que el galpón por el que Tasca le pidió 10 mil pesos mensuales no lo valga, pero como el alquiler es tan alto muchas veces o no lo puede alquilar o se lo alquilan por partes.
“Este es el contrato”, dice ahora Tasca, de nuevo en la gomería, y mientras saca una pila de papeles del primer cajón del escritorio. “Acá dice que yo lo alquilo para servicio de control y despacho aduanero, éste es el boleto que hicimos en la inmobiliaria; según Poggi, acá se iba a traer aceite, se juntaba y después se lo llevaban al puerto, y hacían el despacho aduanero este”. Tasca le contó lo mismo a la Justicia cuando lo llamaron a declarar como testigo. Poggi le dijo que los aceites los usaban en México sobre los cueros. Pero que como allá eran caros, los mexicanos venían a buscarlos a Buenos Aires.
Tasca siempre dijo que vio poco movimiento. Tanto que, dice ahora, eso es lo que le llamó la atención. Por lo general, llegaba un camión una vez a la semana y, detrás, una camioneta Cherokee como de custodia. Cuando los pagos empezaron a atrasarse, Tasca llamó a la municipalidad, esas llamadas ahora son un eje de la incriminación hacia arriba. Alguna vez habló con el propio Poggi, que se excusó porque los mexicanos no le pagaban. “Hasta que un día me cansé –dice Tasca– y abrí el protón y entré. Cuando entro me encuentro con esos 15 o 20 tambores y me los llevé a otro lado.” En el taller dejó uno solo, un cesto de basura inmenso que ahora funciona de fetiche ante las cámaras.
Tasca empezó a sospechar que los mexicanos eran quienes eran cuando oyó que una banda similar había sido detenida en Ingeniero Maschwitz. En ese momento, empezó a convencerse de que podían “estar en algo raro”. Un ex comisario amigo finalmente apuntaló el resto de su intervención. Hay quienes dicen que fue él quien lo llevó, y consiguió que lo libren de culpa y cargo. Luego de las inspecciones, la Justicia encontró en uno de cuatro tambores examinados restos de efedrina.
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