Sáb 13.09.2008

SOCIEDAD  › OPINION

No se discute ética sino poder

› Por Martha Rosemberg *

Me pregunto qué estará significando para esa niña violada la pena que se le está infligiendo ahora. Ya fue sometida por alguien mucho más pesado que ella, de más edad y otra generación, de mayor responsabilidad y autoridad familiar. Ni hablar de la diferencia de fuerza física. Ya sabe eso. Pero la cosa continúa: denegado el pedido de aborto por los médicos responsables de proporcionarlo, secuestrada por un juez que ni siquiera debió intervenir, demorada por un comité de bioética que se asume pertinente cuando la decisión es de abortar, pero no cuando se consigue torcerla. No es de ética de lo que se trata. Es de las estratagemas del poder médico para imponer sus decisiones. ¿Qué es este embarazo para la nena? La santificación de la perversión del violador que la toma por objeto. El inseminador es omnipotente, su poder es infinito. Aunque pueda ocurrir que sea condenado y preso, eso no repara el daño que ella soporta dentro suyo. Nadie pone fin a las consecuencias de su acto. Quienes deben protegerla sólo reafirman el sometimiento al que la destinan. No hay hábeas corpus para la nena violada. Más allá de todas las recomendaciones del Consejo Interamericano de Derechos Humanos al Gobierno.

¿Quién es ella? Funda, vaina, objeto de la voluntad divina y no tanto, sierva del violador, de sus miedos, de su desamparo que la pone en el trayecto de una eyaculación que no debería haberla alcanzado nunca. También despojada de la educación sexual y la información anticonceptiva que la escuela le debe. Ahora ya aprendió –gracias a las enseñanzas de la Santa Madre– que de la abyección de las figuras parentales –quien no la mira, quien no la ve sino por el ojo seminal– surge una vida sublime que vale mucho más que la de ella misma. Ahora sí que se disputan su dominio. Y salen el clero, los jueces y los médicos a apoderarse de ella para mayor gloria de dios. La perversión triunfa. La Iglesia y la industria sexual se las arreglan para lograr que la sexualidad sea pecado y la perversión, sagrada. Perverso mata sexual. Lo que les resulta intolerable es la resistencia de las mujeres a su destinación procreativa. Que el mandato de sometimiento sea resistido, como de hecho lo es, por las miles de mujeres –muchas fieles católicas– que abortan, y por las mujeres que afirman su autonomía y pretenden que el derecho a decidir sobre su cuerpo y su capacidad de gestar no sea ejercido más que por ellas mismas. A la nena mendocina, las falanges clericales fundamentalistas que invadieron el espacio médico en el que fue atrapada, le anticiparon y re-actualizaron el infierno: tanto con las imágenes que la obligaron a mirar, como al presionarla con su condena y prohibición de un aborto que había demandado y al que tenía pleno derecho. Niña-objeto, le impidieron el único gesto que hubiera podido acreditarla como sujeto en la vía de oponerse a la mala fortuna de haber sido violada también en un día en que su fertilidad hizo visible la violencia a la que estaba sometida. Y le dieron el visto bueno. Fertilidad mata violencia. ¿Quién paga?

* Psicoanalista. Foro por los Derechos Reproductivos-Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

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