Mar 30.09.2008

SOCIEDAD  › DECLARARON EN EL JUICIO CUATRO SOBREVIVIENTES DE CROMAñóN

“Le dije, en ésta nos morimos”

Una chica de 20, otra de 33 y dos varones, de 23 y 24, relataron todo el horror de aquella noche y cómo lograron sobrevivir. Dijeron que la disco estaba repleta, que no se revisaba a los invitados especiales y que los hospitales quedaron desbordados.

› Por Horacio Cecchi

Dijeron que habían estado dentro, tanteando el humo, pisando cuerpos y siendo pisoteados, que durante meses escupieron esa cosa como de plástico negro, caminaron por la cornisa oscura de la muerte y aunque no lo dijeron, de sus relatos surge que salieron vivos de milagro. Los cuatro primeros chicos sobrevivientes de Cromañón pasaron como testigos por el juicio. El presidente del Tribunal Oral 24, Marcelo Alvero, estuvo puntillosamente cuidadoso: conversó con cada uno de ellos en un pasillo, les explicó en qué consistía todo (tal como lo viene haciendo la Oficina de Protección a la Víctima desde hace un año), les dio todas las facilidades para interrumpir, les señaló que tenían un vaso de agua a su lado, “¿te sentís bien?, ¿querés interrumpir?, ¿podés seguir?”, les preguntaba. Fueron testigos protegidos. Motivos, había. Días atrás, uno de los primeros bomberos en llegar al local relató impresionado cómo al ingresar para el rescate a la disco aparecían manos que se extendían de entre pilas de cuerpos pidiendo auxilio. Un par de esas manos pertenecía a uno de los chicos que ayer declaró como testigo. ¿Protegidos? De sus recuerdos, de sus relatos, de revivir y revisar esa noche negra, y de lo que la difusión pública de sus recuerdos podría volver sobre a ellos.

La audiencia de ayer se inició a las 10.33 cuando Alvero dijo, dirigiéndose a un chico delgado y alto, hoy de 23 años (19 al momento del incendio), sentando en el banco de los testigos: “Tenés toda la tranquilidad, podés pedir de parar cuando sientas la necesidad de parar”, le dijo el juez tuteándolo. “Yo te voy a empezar a contar”, respondió I. L. devolviendo la confianza y mucho más tranquilo de lo que se especulaba. Siguió a partir de allí una sucesión de escenas desgarrantes relatadas con serenidad.

I. L., habrá que aclarar, porque el tribunal y la Oficina de Asistencia a la Víctima (que desde hace un año da apoyo a los testigos víctimas para suavizar los efectos de su declaración) solicitaron mantener en recaudo sus nombres. I. L. dijo que la seguridad en el boliche era leve, que había entrado sin pagar porque conocía a un muchacho que formaba parte de la seguridad con una remera con la identificación “Los Callejeros” y que a él no lo habían revisado. Vio cuando una mano se asomaba entre la multitud y disparaba un tres tiros, uno de cuyos impactos desató el incendio en la mediasombra. “Enseguida se abre un círculo de gente que no quería que le cayera el fuego”, dijo, desmintiendo la versión de Djerfy que sostuvo que la gente bailaba alrededor del fuego. “Estaban todos aterrados”, dijo. Mencionó que encontró un extinguidor que le parecía descompuesto, señaló con términos curiosos que no había visto que el local tuviera “una red ignífuga”, insistió en la cantidad desmesurada de público que había ingresado y se internó en el relato del horror tras el corte de luz.

“Dejé que me lleve la gente porque era imposible caminar. Me rasguñaban la espalda y eran las chicas que sentían que se estaban muriendo. La gente se desvanecía, te pisoteaban. Cuando llegábamos a las puertas (las seis internas conocidas como puertas cine) creo que estaban cerradas porque la gente se volvía y hubo una avalancha, yo quedé en el medio y me caí de espaldas. Quedé en el piso. Era el último en el piso, con un metro y medio de gente caída arriba. No se veía nada y después descubrí que el que estaba arriba mío era mi amigo. Nos abrazamos, le dije ‘en ésta nos morimos’ y me puse a llorar. Gritaba mucho, pero nadie me escuchaba. Mi amigo dijo ‘flaco ahora qué hacemos’, y yo le dije ‘yo no me quiero morir acá’”. A su amigo alguien lo sacó. “Me quedé solo, gritaba desesperado, estiraba las manos y le agarraba las piernas (a los que pasaban) a ver si alguien me sacaba. Una de tantas personas que había tocado empezó a tirar de mis brazos y otro lo ayudó y me pararon. Seguí caminando hasta que sentí un viento de afuera que era como sentir la vida de nuevo. Empujando, empujando, empujando, logré salir al hall.”

I.L. tenía un tobillo fracturado por la torsión y el peso que tuvo que soportar. También tenía un tajo profundo en uno de sus pies. “Y solamente una fisura en un disco en la espalda”, agregó. No terminó allí. Al salir, después de vomitar un líquido negro caminó cuatro pasos y se desvaneció. Apareció en una ambulancia donde había cinco chicos más. “Una chica empezó a tener convulsiones. El médico estaba más desesperado que nosotros. Le empecé a hacer respiración boca a boca, pero se murió en mis brazos, y me puse a llorar.” En el hospital Durand, “estaban desbordados de gente”, dijo. Al final de su relato, llegaron las preguntas. La más sorprendente fue de parte de Marcelo Orlando, abogado del subcomisario Miguel Belay. Orlando preguntó al joven la cantidad de cervezas que había tomado antes de entrar. Alvero interrumpió, “Doctor, no va a empezar a poner en duda a los testigos”, le impidió seguir preguntando y dijo al testigo: “Yo te expliqué que esto lo manejo yo”. Una hora y media después, el primer testigo se retiraba de la sala.

Siguió una joven, G.A., de 33, que aseguró que fue en grupo, que algunos amigos entraron sin pagar porque estaban en una lista de invitados. A ella la revisaron en exceso, pero a sus amigos no. Su relato fue doloroso, con la voz entrecortada y llantos. En la oscuridad, mientras caminaba “tenía agarrados de la remera chicos y chicas que se querían salvar y que se fueron soltando”, dijo entre lágrimas. “Había bultos. Yo sabía que eran personas, eran chicos que estábamos pisando. Pensaba en mi familia, y en las fiestas que les iba a hacer pasar. Después me desmayé”. Un bombero la rescató, la trasladaron al Ramos Mejía en una ambulancia “donde había una chica que para mí ya estaba muerta”. En el hospital tuvo que golpear una puerta para que la atendieran. “Estaban desbordados”.

M. S. es una niña de 20 (16 en Cromañón). Fue la tercera testigo y desde el inicio se mostró muy nerviosa, se tuvo que retirar antes de empezar, luego regresó, su novio y la mejor amiga se sentaron a su lado (otro detalle de la correcta protección excepcional dispuesta por el tribunal), ya que su madre, que la acompañó, será testigo y no puede escuchar el juicio hasta declarar. Prefirió no declarar y sólo responder preguntas. Se le cortó la voz en varias ocasiones. Tenía Cromañón a flor de piel.

Por último, L., de 24, fue el último testigo de la audiencia. Su relato fue más sereno y coincidió con quienes lo antecedieron en los horrores de aquella noche. Dijo que apenas pudo salir, volvió a entrar dos o tres veces más, “a buscar chicos que se habían quedado”. Cinco horas y media después, la primera audiencia del horror finalizaba.

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