SOCIEDAD › LA MUJER QUE QUEDó APLASTADA BAJO UNA PILA DE CUERPOS EN CROMAñóN
Una madre que fue al recital con su hija recordó lo difícil que fue rescatarla porque estaba atrapada entre los cuerpos. Otro testigo contó que el techo se derretía y caían sobre él gotas de plástico encendido. Las defensas intentaron impugnar testimonios.
› Por Horacio Cecchi
“Cuando la veo salir a mi hija para mí ya estaba, ya no me importaba lo que me pasara a mí. Yo estaba abajo de todos, con un montón de gente arriba y lo único que se me veía era la cabeza”, dijo con la voz entrecortada F.A., de 44 años y madre de una chica a la que había acompañado para ver el recital de Callejeros. Un relato durísimo, que golpeó a los familiares presentes, quizá por identificación, quizá por imposibilidad de identificación. F.A. fue la segunda de cuatro testigos sobrevivientes de la tragedia.
Antes, cuando finalizó el primero de los testimonios, el juicio pareció transitar por una sorpresiva cornisa cuando Pedro D’Attoli, defensor de Omar Chabán, y luego Martín Gutiérrez, representante de la mayor parte de los Callejeros, sorprendieron al pedir la impugnación de todos los testigos que participaran en la querella penal o en una demanda civil.
El pedido de impugnación fue amparado en que los testigos representados en alguna de las querellas o en una demanda civil tendrían intereses creados. El presidente del Tribunal Oral 24, Raúl Llanos, rechazó temporariamente la resolución.
Antes, M.A., de 24 años, había declarado durante 40 minutos. El joven sostuvo que lo habían revisado estrictamente al ingresar y recordó que cuando se inició el incendio “se apagaron las luces y empezaron a caer gotas de plástico caliente que me quemaban la espalda. Empezaron a caerse los de adelante, yo agarré la remera, bajé la cabeza y dije ‘ya está, se acabó’ y pensé que ya no iba a salir de ahí. Se escuchaba a la gente gritar y pensé en mis viejos que iban a decir ‘qué boludo, este pibe, que se viene a morir en un recital’”.
Siguió el turno de F.A., de 40 años, que había acompañado a su hija, fan de los Callejeros, a ver el recital. La mujer dijo que había escuchado alertar sobre el uso de pirotecnia y recordó que estaba muy asustada, por lo que durante todo el tiempo miraba hacia arriba.
Su relato fue el más impactante, con un registro diferente de la escena, muy angustiada y especialmente sensible en sus descripciones. Mientras ella hablaba, mientras decía que “lo que me pasara a mí no me importaba, yo quería sacar a mi hija” y repetía la escena en que vio a su hija salir caminando del local, rescatada, quizá como mecanismo de identificación, quizá por imposibilidad de ello, muchos de los padres, en la sala, se restregaron los ojos.
Relató que cuando se desató el incendio su hija creía que “no va a pasar nada”, pero la aferró de la mano y empezó a llevarla hacia la puerta, hasta que se desató la corrida, los gritos de la gente, el tropiezo, la caída en el umbral de las puertas interiores que separan el hall del recinto, el momento en que quedó sepultada literalmente bajo un montón de cuerpos y describió muy angustiada y con la voz entrecortada el rescate. Ya en otros testimonios se había escuchado una reacción sorprendente en una situación límite como aquella. Fue cuando F.A. recordó que cuando su hija fue rescatada, ella, debajo de la pila humana y sólo con su cabeza asomando desde el piso, le dijo “andate hasta la esquina, no te quedes, tomate un taxi, decile a la abuela que ya voy y que te pague el taxi que yo después le doy la plata”. En ese momento, F.A. no sabía aún si saldría viva. También recordó la difícil tarea de rescatarla de debajo de un metro y medio de cuerpos. “No sé por qué me vieron a mí. Arriba mío debían estar todos desmayados o no sé, yo era la única despierta. Veo un chico, descalzo, gordo, grandote, no me olvido más, me dijo ‘esperame que ya te saco’ y trató de tirar de mi cuerpo, pero estaba tan apretada por los que estaban arriba mío que no me podían mover. Con mucho trabajo saqué un brazo y empezó a tirar, pero no pudo. Entonces, con mucho esfuerzo saqué el otro brazo, y entonces sí, tiró ayudado por otro y me sacaron. ‘Cuidado que está lleno de vidrios’, me dijo cuando me fui, porque estaba descalza. No me importaban los vidrios. Salí, fui para la esquina, vi a mi hija que estaba ahí, esperando, llorando desesperada. Había chicos llorando, gritando nombres de sus amigos. Un taxi no nos quiso parar. Tomamos otro. Yo sabía que iba a haber muchos muertos.”
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