Dom 26.10.2008

SOCIEDAD  › LOS NUEVOS TEMORES URBANOS Y QUIENES SACAN PROVECHO DE ELLOS

Las trampas del miedo

Un estudio revela los actuales miedos urbanos en diversos países. A qué se le teme, por qué, quién se beneficia con los miedos. La inseguridad y la sensación de inseguridad. En la Cumbre Social Mundial, un grupo de expertos concluyó que los políticos utilizan el temor de la gente en las grandes ciudades en lugar de resolver los problemas.

› Por Miguel Mora *

Desde Roma

“La única cosa de la que debemos tener miedo es del miedo”, dijo en 1933 Franklin Delano Roosevelt. 85 años después, los políticos parecen mucho menos valientes y bastante menos sinceros que el presidente estadounidense. La gente tiene miedos nuevos y miedos de toda la vida, pero los políticos, en vez de intentar resolverlos, prefieren cabalgar la montura del pánico para vender seguridad y obtener popularidad y votos. Esa es una de las conclusiones que lanzó la Cumbre Social Mundial, celebrada en Roma hace unas semanas con asistencia de pensadores como el psicoanalista y filósofo James Hillman, el sociólogo Zygmunt Bauman, el economista Jacques Attali o el psicólogo y sociólogo Premio Príncipe de Asturias Anthony Giddens.

La cumbre, titulada “Sin miedo, diálogos para luchar contra los medios planetarios”, dio a conocer los datos del miedo en el mundo. Un estudio de Censis, basado en 5000 entrevistas a habitantes de 15 a 75 años de diez grandes ciudades (Londres, París, Roma, Moscú, Bombay, Beiging, Tokio, Nueva York, San Pablo y El Cairo), indica que, aunque la angustia domina en las poblaciones urbanas, la gente, todavía, no se deja arrastrar por el pánico. Aunque el 90 por ciento de los habitantes metropolitanos declara que sufre al menos algún tipo de miedo y el 42,4 por ciento siente al menos un “miedo muy fuerte”, sólo un 11,9 por ciento afirma que el miedo es el sentimiento que describe mejor su actitud vital. Uno de cada cuatro define su sensación vital como “de incertidumbre”. Pero la mayoría muestra una actitud positiva. La encuesta confirma también que el miedo va por barrios, y por edades. Cunde un poco más entre las mujeres, y sobre todo entre los que tienen menos medios, menos cultura y más años. Roma es la capital mundial del miedo, y Londres, la más optimista. El 58 por ciento de los ciudadanos romanos declara vivir entre la incertidumbre y el miedo, frente a una media global del 36 por ciento. Por el contrario, en Londres y Nueva York, pese a los atentados terroristas, prevalece la confianza. Menos de un 10 por ciento declara tener miedo (el estudio es anterior al colapso del sistema financiero). Al otro lado del mundo, las dos ciudades del poder emergente, Beiging y Bombay aparecen exultantes: el 65 por ciento de los chinos y el 83,3 por ciento de los indios se mueven entre la confianza y el entusiasmo.

El pésimo dato de Roma es uno de los que más chocan a los expertos, porque al mismo tiempo la ciudad encabeza las tablas de las ciudades más seguras del mundo, pese a la “emergencia de seguridad” lanzada contra inmigrantes, rumanos y gitanos por el gobierno de Silvio Berlusconi y por el alcalde Gianni Alemanno. Para el psicoanalista y filósofo James Hillman (Atlantic City, 1926), autor del libro El código del alma, “el miedo es, como dijeron Sartre y Kierkegaard, una invención, una religión, una creencia, una ilusión. Pero no hay nada tan ilusorio como la seguridad perfecta y mágica que nos venden los políticos y nos hace perder la libertad”. “Los temores de la gente –explica Hillman– provienen del entorno, de la economía, del racismo, de la arquitectura, de los sistemas de enseñanza, del capitalismo, de la explotación, de la precariedad. Vienen de muchos sitios que la psicoterapia y la política no tratan.”

La lógica populista del chivo expiatorio lleva centurias funcionando como receta política y Hillman tiene una bonita teoría para explicar la persecución secular de judíos y gitanos. “Más que el chivo expiatorio, esa política encarna el mal absoluto. Las minorías suelen vivir vidas libres, fuera del sistema, ajenas al Estado, y eso nos produce mucha envidia. Los gitanos viven en la calle o en el campo, a menudo no pueden trabajar. Representan algo inalcanzable. Es una envidia fea, ésa. No quiero ser gitano, pero me gustaría ser como ellos.” Según Giuseppe Roma, director de la Fundación Censis, la razón del temor romano “es la nula adaptación de la ciudad al cambio generado por la inmigración. Si ciudades como Beiging y Bombay presentan altos niveles de satisfacción, es entre otras cosas por la interpretación positiva de los flujos migratorios”.

Curiosamente, los más miedosos e infelices de Roma son los jóvenes. En la franja de edad de 18 a 29 años, más de la mitad (51,2 por ciento) se declara presa de la incertidumbre, cuota que baja al 35,4 por ciento entre los adultos de 65 a 74 años. Sin embargo, los peligros más citados parecen típicos de ancianos: sufrir un accidente grave (21%), perder a un ser querido (19,4%), quedarse sin facultades intelectuales (18,6%).

“Nuestros miedos son líquidos, se nos pegan y se nos despegan dependiendo de quién nos los intente vender: la política o la economía.” Así explicó el sociólogo polaco Zygmunt Bauman el miedo europeo. “La gente siente que vive en un reality show del que te eliminan. Si pierdes es por tu culpa, y pagas.”

Es un relato sencillo: el miedo va y viene, porque se compra y se vende. Y es un reflejo de la lucha de siempre entre libertad y seguridad, dos “exigencias primarias del hombre”. El péndulo, ahora, está en el terreno de la seguridad. Y en nombre de ese principio, aceptamos cualquier cosa: “La humillación, la represión, el populismo y el liberticidio”, dice Bauman. Pero se trata, advierte el autor de Vidas desperdiciadas, de una “seguridad fantasmagórica, que no resuelve el problema. Nuestros miedos, de hecho, son líquidos, no descriptibles, fácilmente alimentables”. Pero sentimos un miedo nuevo que resume todos los demás. “Es el temor a no ser adecuado, a no servir. Sabemos que podemos ser excluidos si no sabemos tomar todo lo que la vida nos ha dado, si no somos lo suficientemente hábiles.” Ese miedo viene de todos los rincones del capitalismo global, concluyó el sociólogo de la modernidad líquida: “Podría desaparecer la empresa para la que trabajamos, podrían no hacer falta más nuestras competencias”. Y ahí es donde surgen la política y el mercado, dándonos seguridad falsa. Bauman: “El miedo es una ganancia permanente para los políticos que parecen arrogarse el deber de acabar con él. Lo mismo vale para las empresas que nos ofrecen seguridad privada. Unos y otros prefieren no resolver nuestros miedos, porque cada uno de ellos genera nuevos réditos”.

Para vencer el miedo, subraya Hillman, es preciso dialogar, conocer al otro, salir de la parálisis y la desconfianza. “Amos Oz dice que imaginar al otro cura el fanatismo. Conocerlo seguramente es mejor.” Pero la manipulación de ese sentimiento que convierte a una minoría en objeto del miedo colectivo ofrece grandes ventajas, explica el psicoanalista: “Une al Estado porque crea un enemigo común. Bush hizo eso mismo tras el 11-S, aprovechó la unidad espontánea que se generó en el país y en el mundo para crear el enemigo que Cheney y los neocon habían señalado previamente. Es el típico movimiento de Goebbels y Bush se refiere frecuentemente al nazismo al hablar de Irak e Irán. Lo malo es que McCain seguirá el mismo plan. En su discurso de nominación, dijo treinta veces la palabra lucha”.

El estudio de Censis enseña que los miedos urbanos de este siglo no son compactos y varían mucho de ciudad a ciudad; si acaso, se impone una tendencia individual, menos colectiva. En el primer puesto de las causas de inseguridad actual está la tecnología. Luego, vienen el miedo al terrorismo y otros ancestrales, como la muerte y el sufrimiento físico o psíquico por muy diversas causas. La geografía del miedo revela que en Tokio la mayor inquietud son los terremotos (16,1 por ciento); en Beiging, las catástrofes naturales (15,4), en Bombay los accidentes (23,6), y en París, como en Roma, el miedo individual a sufrir daños físicos (23). En Moscú, la gente tiene más temor a perder el trabajo y la autosuficiencia (20,4) y a ser víctima de crímenes o violencia (19). Mientras en El Cairo manda el temor a perder seres queridos (23,4) y a quedarse rezagados en los avances sociales.

Casi empatada con la violencia física, aparece, la exclusión, la marginalidad, la posible pérdida de la posición social como factor de incertidumbre. Si falta el Estado social, cuanto más pobres, más miedo. Los neoyorquinos, por ejemplo, temen más a no ser capaces de mantener su estilo de vida (17,2%) que a los atentados terroristas (16,6) o a un conflicto internacional (14,6). En la muy insegura San Pablo, la gran causa de inseguridad es el dolor físico (24,8 por ciento), seguida de la miseria (19,8).

El aumento de la violencia terrorista y xenófoba está entre los nuevos fantasmas contemporáneos para un 29,5% de los ciudadanos, pero genera más miedo la disminución del nivel de protección social, invocada por un 30 por ciento como motivo creciente del miedo, y la pérdida de valores como la solidaridad y respeto, que cita el 29,6. El progreso, el cambio climático, la falta de límites éticos y la globalización son otros factores que aumentan la incertidumbre. De media, un 54,3 por ciento de los habitantes urbanos está asustado ante la tecnología. Gary Becker, Premio Nobel de Economía, cree que el progreso incide notablemente sobre el cambio de realidad, generando nuevas ansias y remedios. “La medicina, la globalización y la economía son cada vez más complejas, pero no debemos tener miedo. La crisis económica y financiera no ha hecho más que empezar, pero no habrá una nueva gran depresión. En 1929 la tasa de desocupación era del 25%, hoy no supera el 10. Nos recuperaremos.”

Otro nuevo miedo es la ciencia. El 41,2 por ciento la considera un “mal necesario”, más un costo a pagar que un valor; y el 13 tiene miedo de ella porque teme las consecuencias. ¿Androides, quizá? El trabajo, o mejor, la ausencia de trabajo o su precariedad, es uno de los sustos más extendidos, que se impone a la inmigración en algunos casos, como en Italia.

Giuseppe Roma, director de Censis, insiste en que el rechazo de la inmigración depende, básicamente, del ambiente político. “Londres, por ejemplo, no sufre por ello. El sentimiento de los londinenses es de optimismo y de apuesta por la diversidad, algo que en Roma sólo genera inseguridad.”

Los asistentes a la cumbre han tratado de desmontar las trampas del miedo, mostrándolo como un camino peligroso e inútil, como un demonio que alimenta (y es alimentado por) el autoritarismo y la mediocridad. La gente sabe bien quién cabalga el miedo, quién saca tajada de él. Los políticos, para generar consenso (29,5%; los terroristas, para infundir pavor (25,7) y los medios, para ganar audiencia (20,4). “El discurso de unos y otros intenta reducir el miedo a la categoría de problema de orden público: criminalidad, inseguridad, violencia aparecen como los únicos factores que resumen una complejidad mucho mayor”, se afirma.

Según el sociólogo de la comunicación David Altheide, de la Universidad de Arizona, el lenguaje de los medios crea, diseña y amplifica el temor. Y el poder político hace uso instrumental. El uso de la palabra miedo “ha aumentado hoy, pero también antes del 11-S, y eso contribuye a crear una percepción del miedo mucho más intensa que en el pasado, aunque las estadísticas demuestren que la sociedad actual es mucho más segura que la de antes”. “Hace falta combatir el miedo al miedo”, afirmó el italiano Michel Maffessoli. ¿Pero cómo hacer para no sufrirlo en un momento en que la fragilidad de las instituciones no nos permite agarrarnos al viejo sueño ideológico del mundo perfecto? Nos queda el juego de rol, dice, “la capacidad de reinventarnos, de simular otra identidad, otro mundo posible”.

Como dijo Frank Furedi, de la Universidad de Kent, hace falta ser conscientes de que las medidas inútiles que nos complican la vida (por ejemplo las de los controles en los aeropuertos), “si bien no han servido para detener a un solo terrorista, contribuyen a alimentar la percepción de inseguridad”. Así, “el miedo se convierte en un tótem cultural, en una ideología absolutamente independiente de los riesgos reales. Cuando nos enfrentamos a riesgos impredecibles como el terrorismo suicida, las políticas preventivas no valen para nada”. La consecuencia de todo eso es, dijo Furedi, “la mayor vulnerabilidad del hombre, que se siente solo y se hace misántropo y desconfiado”.

El encuentro entre el escritor indio Suketu Mehta, autor de Maximum City (un libro sobre Bombay), y el napolitano Roberto Saviano, autor de Gomorra, dejó varias paradojas. Según Mehta, Bombay está entre las ciudades más optimistas del planeta porque la vida y la muerte “se basan en un sistema de solidaridad. Los indios saben que ante una catástrofe natural el sentido de autogobierno que se crea entre los ciudadanos resolverá la crisis. Nadie pide ayuda al gobierno, cada uno asume su responsabilidad y crea una red de esperanza en el futuro”.

En Campania, es el sistema camorrista el que gestiona el miedo, dijo Saviano. Y “la solidaridad es sólo instrumento de la Camorra que lo alimenta y después la explota para sustituir al Estado”. Hasta el punto de que “los ciudadanos ni siquiera tienen ya sensación de miedo. Ni ante la muerte, porque la ganancia que deriva del riesgo de morir es más conveniente. La Camorra se alimenta del miedo y lo compra para alimentarse”. De momento, en Novoli (Lecce), está a punto de estrenarse un musical sobre Juan Pablo II. Escrito por el cura Giuseppe Spedicatoi, tiene un título de estirpe rooseveltiana: No tengan miedo.

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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