SOCIEDAD › OPINION
› Por Jorge Halperín
¿Les dice algo el nombre de Silvestre Gosio?
No tengo el difundido hábito de leer los avisos fúnebres, pero se me apareció una mañana hojeando La Nación y, como suele suceder en los grandes medios, de pronto un nombre cualquiera se repite como la voz de un coro enloquecido: ¡conté 170 avisos de conmovida despedida, diez columnas de avisos fúnebres dedicados al desconocido Silvestre Gosio! (si no es record, está cerca). Como ustedes saben, en el diario fundado por los Mitre son despedidos cotidianamente y con toda la pompa los Pereyra Iraola, los Alzaga Unzué, los Menéndez Behety, alguna celebridad del mundo de los negocios. Pero, ¿por qué accedía el ignoto Silvestre Gosio a semejantes honores? ¿Qué atributos sociales, de linaje o de otros órdenes lo ubicaban en el centro del Olimpo con casi doscientos avisos de despedida que ni siquiera se concedieron a un Pereyra Iraola fallecido en la misma circunstancia?; ¿quiénes lo despedían?
Anoté los nombres y familias conmovidas: Sáenz Valiente, Beccar Varela, Tezanos Pinto, Labougle, Llauró, Lynch, De Urquiza, Etchart, Avellaneda, Duhau, Delfino, Ortiz Basualdo, Macri, Roviralta, Erize, Lartirigoyen, Ayerza, Buchanan, O’Farrell, Murphy, Elizalde, Pando, Bourdeu, Bouquet Roldán, García Terán, Dagnino Pastore, Dodds, Devoto, Daireaux, Solá, Mirré, Perriaux, Perkins, Ballester, Carreras Saavedra, Vigil de Zorraquín, Pizarro Ayerza, Reca, Miguens, Pirovano, Massey, Anchorena, Menéndez Behety, French, Cornejo, Brochou.
A esta altura, mi curiosidad volaba y recaló igualmente en clubes, colegios y empresas adhiriendo al duelo: Estancia Los Matreros, Colegio Cardenal Newman, Club San Isidro, Asociación Argentina de Criadores de Corriedale, Huelquen S.A., Estudio Richelet & Richelet, MJS S.A., Central Puerto, Lartirigoyen y Cía, Estudio Nicholson y Cano, Estancia María Behety. Apenas expirados los cuatro meses de dramática confrontación entre el Gobierno y las entidades del campo en las que se había hablado de un “intento golpista de sectores oligárquicos” y desde la otra vereda se replicaba contra “la visión setentista y anacrónica del Gobierno”, la muerte de un personaje ignoto ponía en escena una gran ceremonia de la alta burguesía y el patriciado argentino con cierto aroma indisimuladamente decadente.
Silvestre Gosio, de 17 años, chocó en la ruta a mediados de septiembre manejando el Toyota de su padre, y murió junto con dos compañeros del colegio católico Cardenal Newman, Bautista Pereyra Iraola y Francisco Oxenford. Lo recordé ahora que tres catequistas se mataron manejando a más de cien kilómetros por hora en la Avenida Santa Fe, también al regreso de una fiesta. Silvestre Gosio y sus compañeros de infortunio integraban el equipo de “rugby” de Cardenal Newman y, en una lectura oblicua de los avisos fúnebres, deduzco que era el rubio carilindo y exitoso socialmente. Aun así, ¿por qué lo despedían con gran ceremonia todos los apellidos patricios que cuarenta años atrás encontré hojeando el Libro Azul de la aristocracia argentina?
Era como un acontecimiento de clase. Y había algo de dèjá vu en el episodio, es cierto. Estaban los Pereyra Iraola y los Anchorena, pero también los miembros de la clase alta “reciente”, con apellidos de inmigrantes italianos y de ingleses llegados para la construcción del ferrocarril. Estaban los colegios, los clubes y las asociaciones de criadores de la burguesía. También las estancias, los estudios jurídicos y “todo el personal de la Central Puerto”, en cuyo directorio Oscar, padre de Silvestre y dueño del Toyota chocado, es una de las figuras. La Central Puerto provee la novena parte de toda la energía eléctrica consumida en la Argentina.
Tan extraordinaria convocatoria de la muerte, tan preñadas las dedicatorias de un tono proustiano, tornaron la partida de Silvestre Gosio en un episodio de textura épica, en una bienvenida al patriciado y en un ritual en el cual una familia afirma su peso en la sociedad. Hay un texto clásico en el que Georges Bataille analiza el rol del potlatch en las sociedades primitivas, y desglosa usos sociales como el regalo que humilla a quien lo recibe, y la destrucción de bienes valiosos como una muestra del propio poder. Bataille menciona incluso el hecho de que la religión de Occidente se funda en la destrucción, dos mil años atrás, de Jesús. Para alguien de mi generación de los ’70 –que tal vez fue más cristiana de lo que sospechamos–, la idea de dar la vida por una causa noble era todo un valor, aunque convocó al peor de los infiernos. Pero la posibilidad de morirnos en una ruta que tiene doble carril nos hubiera parecido de una banalidad insoportable.
Sin embargo, la muerte de Silvestre y sus amigos se convirtió, como dije, en un acontecimiento de clase, y su partida fue celebrada como la de un héroe clásico. El pasado, incluidos los anacronismos, está aquí, a su lado.
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