SOCIEDAD
› UN HOMBRE MURIO ELECTROCUTADO EN UNA CAMARA DE EDESUR ANTE UN BANCO
Una tapa de luz convertida en un misil
Rodolfo Denegri hacía cola en un banco de Villa del Parque cuando la tapa de una cámara de electricidad saltó y lo tiró en la fosa. Murió electrocutado. Edesur negó responsabilidades.
› Por Alejandra Dandan
Sobre la calle Cuenca quedó pegada una hoja firmada por los vecinos de Villa del Parque: “Rodolfo Denegri –dice– murió electrocutado por negligencia de Edesur”. Denegri era uno de los acorralados del barrio y uno de los que ayer hacía la cola en la puerta del Banco Ciudad. Poco antes de las diez Denegri saltó por el aire empujado como un cohete por la tapa de una cámara de Edesur. La explosión fue tan fuerte que la tapa de cincuenta kilos voló por el aire, arrancó un cartel, destruyó medio auto y arrojó a este hombre de 38 años de boca contra el agujero de luz. Para los que estaban ahí la imagen fue espeluznante. El profesor sobrevivió al shock durante unos segundos. Algunos aseguran que lo sintieron respirar cuando todavía las piernas le temblaban en el aire. Para Edesur “el accidente no tuvo una causa eléctrica”.
“¿Viste las explosiones de las películas? Bueno –cuenta un vecino–, esto parecía las torres gemelas.” Al lado, otro de los testigos, esta vez el dueño del kiosco que está justo frente a la cámara, trata de explicarlo mejor: “Mirá, con todo lo que está pasando –dice Roberto Fernández– yo pensé que era un atentado. La tapa parecía una alfombra mágica, el tipo voló por el aire”.
El estallido ocurrió entre las 9.45 y las 9.50 en la cámara de luz que está sobre la vereda de Nogoyá 3166. Ahí mismo hay un edificio, el kiosco FG, y el Banco Ciudad del otro lado. La historia de esos cuatro o cinco segundos en los que el cuerpo de Denegri saltó por el aire y volvió a caer, tiene dos partes. Por un lado existe la historia que vieron los que estaban ahí, la de la explosión y la muerte del profesor. Por otro lado está la parte que no se veía y estaba sucediendo en el pozo; esa es la historia real, desde donde partió el estallido.
Vanesa de Coschignano vive en el barrio y era una de las que a esa hora buscaba un banco para pagar los servicios. A las diez menos cuarto, cuenta ahora, sintió la explosión tan fuerte como la de una bomba. Cuando se dio vuelta, el profesor Denegri estaba en el aire a punto de hundir el cuello entre las dos pinzas de metal que dormían en el fondo del pozo. Vanesa no entendía qué sucedía hasta que lo vio: “Se estaba electrocutando –dice alterada–, le temblaban las dos piernas, no dejaban de temblar”.
Hasta ese momento, el profesor estaba parado sobre la tapa de luz entre quienes hacían la cola. Había llegado temprano y pretendía rescatar sus ahorros secuestrados por el corralito. Denegri vivía a unas ocho cuadras. Desde hacía algunos años estaba al frente de una academia. Según una de sus vecinas más próximas, Marcela Dimanti, el lugar se llama Instituto Argentino Empresario. Roberto sería uno de los dueños y además se encargaba de enseñar en algunas de las comisiones.
En la cola del Banco estuvo solo. Agustina, su hija de 7 años y Andrea, la menor, se habían quedado un poco más lejos. Algunos vecinos las vieron en el bar de la esquina con su mamá.
Tal vez también ellas sintieron el estallido. Dentro del sexto piso donde viven los porteros, la explosión sacudió hasta los muebles. Nadie podía imaginarse lo que pasaba. La tapa, lanzada con fuerza desde el fondo del pozo, voló diez metros: en el trayecto arrancó el cartel del kiosco de Fernández y pegó contra el balcón del segundo piso del edificio. Después de arrastrar al profesor pegó con toda la furia, y el peso, contra un Taunus. La culata y los vidrios de auto quedaron partidos.
Nadie sabía qué hacer cuando se cruzaron las miradas. Ese pozo vivo se iba comiendo de a poco al profesor. Claudio Taffarel, el policía de guardia, estaba a medio metro. Cuando lo vio hundido corrió hasta la cámara. En la mano llevaba el palo de escoba que el peluquero del barrio había podido alcanzarle. La ambulancia tardó diez minutos en llegar, pero, dice ahora Vanesa, “diez minutos a 220 terminas hecho mierda”.
En ese momento no hubo cortes de luz. Y ese dato es esencial para los responsables de Edesur quienes aseguran que sus instalaciones no tuvieron nada que ver con la descarga (ver aparte). Los cortes se produjeron variosminutos después y a pedido de la comisaría 41 que hizo los primeros auxilios. El juez Alberto Baños, que investiga la causa, ordenó una serie de pericias en función de las tres hipótesis que maneja. Para el magistrado la descarga fue:
1. Por una falla en la cámara de luz.
2. Por un escape en la cámara de gas que está a medio metro de la otra.
3. Por el portero: aunque parece un chiste, están considerando que en la cámara se haya acumulado agua. Y como no llovió, el único torrente de agua que anduvo por ahí son los baldazos matinales del portero.
Además de cuatro perforaciones en la cámara de luz y de gas, el juez ordenó sondeos en el sótano del edificio y pidió muestras de tierra de los dos pozos. “Si hubo un escape de gas deberían haber quedado rastros en la tierra, por eso se pidieron”, explica una fuente de la causa que ha debido entregar copias de las muestras a todos los involucrados. “Porque alguno de los dos tuvo la culpa”, resume un poco apresurado.
La investigación de Baños intenta dar cuenta de la otra parte de la historia, la que ocurría dentro del pozo. La cámara tiene un metro de profundidad y funciona como un embudo pero al revés. Ahí pudo haberse depositado agua o basura que, activadas tal vez con el calor, y la misma energía eléctrica, formaron gases que tuvieron un “efecto de olla presión”. Adentro, la cámara tiene unas cajas metálicas con cables que se conectan a una red: “Cuando el hombre cayó hizo masa contra las cajas”, cuentan ahora.
Durante la tarde varios testigos fueron a declarar. Entre ellos, uno de los vecinos de Nogoyá 3166. El relato de esta persona del quinto piso es importante. A las cuatro y media de la mañana, contó, cuando llegó a su casa lo sorprendió una especie de bocanada de humo que salía desde el pozo. Aun así las cosas no están claras. Dos horas después, a eso de las seis, la mujer del portero salía a la calle: “No, no –corrige ahora–: yo no baldeo, yo barro, mi marido baldea pero recién a las ocho.”
Poco más tarde estallaba la bomba. Ahora que los vecinos han organizado ya su primera marcha para pedir justicia, en la puerta del Banco han puesto un cartel. Parece un chiste de humor negro: “Por falta de energía eléctrica no podemos atender.”
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