SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Alberto Sileoni *
Los días 9 y 10 de octubre pasado se realizaron las Primeras Jornadas sobre Políticas Públicas en materia de drogas organizadas por el Comité Científico de control del tráfico ilícito de estupefacientes, el Colegio Público de Abogados de la ciudad de Buenos Aires, y buena parte de los ministerios que componen el Poder Ejecutivo nacional.
Existió amplio consenso en torno de la despenalización del consumo de drogas, tratando de modificar un modelo que en nuestro país no ha dado resultados. El ministro Aníbal Fernández compartió algunas cifras que merecen ser escuchadas: casi el 70 por ciento de las causas penales corresponde a tenencia y consumo personal y son producto de decomisos en la vía pública. Del resto, apenas unas pocas llegan a sentencia; cada una le cuesta a la sociedad argentina alrededor de 5000 dólares.
Por muchas razones, es tiempo de cambiar de estrategia. Es necesario dejar de perseguir a las víctimas. “Ya fue”, como dicen los chicos, que utilizan ese pasado perfecto, inapelable y definitivo para referirse a aquello que no podrá ser más. No obtuvimos frutos por ese camino, no bajó el consumo de drogas. Revelaría una gran necedad repetir los mismos procedimientos y esperar resultados diferentes.
La legislación actual hace foco en los jóvenes que consumen, los que son perseguidos y enjuiciados, con las secuelas personales y sociales que estas decisiones conllevan. Actores secundarios, “perejiles”, que deambulan sin rumbo por Tribunales, obligados a cumplir tratamientos impuestos por la Justicia, que tienen al fracaso como destino seguro.
Quedó expuesto el compromiso de todos los ministerios de llevar a cabo acciones conjuntas. El problema es de tal magnitud que, si no realizamos políticas concertadas, será muy difícil obtener resultados alentadores.
Desde el Ministerio de Educación de la Nación podemos efectuar algunos aportes. En principio, creemos más útil practicar acciones de prevención inespecíficas, sin necesidad de incluir en la currícula asignaturas referidas a las adicciones y al consumo.
A nuestros jóvenes debemos acercarles información seria y equilibrada, sin caer en el error de sobreinformar; también desaconsejamos asumir discursos morales que, en general, no escuchan. Sabemos que el miedo jamás puede ser un estímulo para desalentar las adicciones. Además, acentuar sólo las consecuencias negativas del consumo puede generar el efecto contrario de construir un objeto prohibido, cautivante para las conductas de riesgo que poseen en general los adolescentes.
Los adultos, padres y educadores, tenemos que crear lazos de confianza con nuestros hijos y alumnos. Es clave estar abiertos a una comunicación lo más franca posible. ¿Te escuchan?, pregunta una encuesta reciente a los jóvenes; poco y nada, responde más del 80 por ciento. Allí hay una voz que solicita respuestas.
Hay que contenerlos en un sentido profundo del término, lo que significa que los adultos hagamos de adultos, esforzándonos por entender sus valores. Digo más, amar sus valores, evitando comparaciones axiológicas entre generaciones, que son equivocadas y de dudosa eficacia. “Uno es más hijo de su época que de su padre”, asegura un proverbio árabe que puede ayudarnos a comprender ciertas conductas.
Señalamos también la hipocresía de los mayores que juzgan sin advertir que sus adicciones a psicofármacos y alcohol son parte de la misma problemática y producen importantes daños. ¿Es necesario reiterar que los chicos aprenden por lo que hacemos y no por lo que decimos?
La escuela debe seguir ejerciendo su tarea contracultural, estimulando valores distintos a los que comúnmente vemos en los medios y en las publicidades, que promueven el individualismo, el consumismo, la negación del dolor, la exaltación del rendimiento. Trabajar la cohesión grupal, formar mentes críticas y autónomas, consolidar la autoestima de cada uno son tareas que los educadores podemos ayudar a construir. No es poco.
¿Hay vida antes de la muerte? pregunta una pared cualquiera del conurbano bonaerense. Decimos sí. La escuela es una de las más poderosas herramientas que posee la sociedad para superar destinos avaros, para romper la profecía de los orígenes.
Por eso creemos que cuarenta y cinco mil escuelas, ochocientos cincuenta mil docentes y once millones de alumnos pueden constituir una potente red social para construir subjetividad, enseñar conocimientos, prevenir embarazos y adicciones, y consolidar un concepto profundo de ciudadanía.
Nuestro trabajo como educadores es recibir y hospedar, no es juzgar ni expulsar. Nuestra preocupación es ofrecer reconocimiento a cada joven que se nos acerca, ver en sus heridas nuestras debilidades, en sus carencias nuestras omisiones, recorriendo con ellos un camino de aprendizaje desde sus historias reales, aunque éstas no respondan a nuestras expectativas.
Este es el compromiso que fuimos a expresar en las Jornadas, junto al resto de los ministerios nacionales y diversas organizaciones gubernamentales y sociales. Una escuela que ofrezca una experiencia social en la que todos tengan valor, palabra y dignidad.
* Secretario de Educación.
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