SOCIEDAD › COMO SE DEFIENDEN EN LA VILLA 31 POR LAS CONSTRUCCIONES
Aclaran que trabajan levantando torres. Y que saben cómo hacer sus casas. Esta semana se hicieron oír con un corte de la Illia. Aquí explican cómo construyen y por qué critican a Macri.
› Por Emilio Ruchansky
Son miles de albañiles que parten de madrugada, como a las 5, y van a pie desde las vías del ferrocarril San Martín hasta al centro de la ciudad para construir nuevos rascacielos, como el Chateau Puerto Madero de 47 pisos. Tienen años de oficio pero no terminaron de construir sus propias casas en la Villa 31 Bis, donde tuvieron que instalarse hace poco tiempo, después de “caerse del sistema”, dirá uno de ellos, por el aumento indiscriminado de los alquileres o porque el sueldo no alcanza para otra cosa. Construyen departamentos cuyo metro cuadrado ronda entre los dos y cuatro mil dólares. Y de repente el ingeniero Mauricio Macri afirma que sus casas son “precarias”, que conviene demolerlas porque se pueden caer. Son miles de albañiles que no comparten la preocupación del jefe de Gobierno y que además se sienten insultados.
“¡O qué se piensa Macri! ¿Qué a mí me gusta vivir acá?”, contesta frente a su casa Darío Baez, ubicada entre la Terminal de Micros y las vías cercadas con rejas y alambres de púa. “Si se hubiera preocupado por nosotros, no estaríamos acá. Primero. Segundo: la única opción que había, que hubo, que hay, es meterse en una villa. Tercero: si me voy de Buenos Aires pierdo mi trabajo”, enumera Baez, que hace poco dejó la construcción “para afuera” y se convirtió en el encargado de un restaurante en Palermo.
A mediados de los ’90 se vino de Puerto Iguazú, Misiones, porque había “buen trabajo” en Capital pero se le complicó todo. Hace cuatro años su sueldo se estancó y el alquiler de su departamento en Boedo subió de 350 a 600, luego pasó a 800 y se clavó en 1000. El ganaba 1500 y no alcanzaba con las changas de su mujer para alimentar a sus tres chicos. Ahora está terminando los cuartos del primer piso donde vivirán otros familiares que vienen desde Misiones y el segundo donde planea dormir con su mujer y sus tres hijos. La planta baja es la cocina-comedor que todos comparten, con horno a gas, cerámicos, mesadas, paredes revocadas y pintadas. El frente es de ladrillo común, “mucho mejor que el ladrillo hueco”, y la casa se sostiene con tirantes de concreto sobre los que se posan planchas de telgopor con hormigón encima.
Puso lo mejor que consiguió en un villa donde todo se recicla, hasta las viejas puertas tijera de los ascensores, que se cambiaron por ley y que en la Bis tienen cerradura. Las casas más nuevas también están armadas con lo que cirujean los cartoneros y venden al público: chapas, maderas, plásticos. Hay pilas de cemento y arena en las calles de barro. “Esto está creciendo mucho”, dice Baez. “La mayoría son gente que viene de las casas que desalojó el gobierno en Capital, muchísima gente”, agrega Giovanna Montes, la mujer designada por la delegada Mónica Bustamante para acompañar al cronista de PáginaI12. En los pasillos reina la tranquilidad. Un cabo se da el gusto de vigilar el asado, preparado en un parrilla fija al lado del destacamento policial que está bajo la autopista Illia.
Ella también es nueva y se queja de lo difícil que se puso la situación entre los de la Bis y los viejos residentes de la Villa 31. “Nos cuesta mucho conseguir luz y agua, a veces no te lo prestan o quieren que te vayas porque no podés construir tu casa –reconoce–. Nosotros queremos pagar por los servicios, pero nadie los ofrece. Para los viejos es más fácil porque la casa es de ellos o porque tienen piezas para alquilarles a otros.” La única solución que la dejaría conforme es la urbanización de ambas villas, sería más barato que “echar a la gente, demoler y construir”.
Su rancho se lo regateó a unos cartoneros por cuatro mil pesos y pelea a diario con los antiguos punteros para conseguir planes del Estado. Mucha gente que hoy tomó nuevos terrenos ya alquilaba dentro de la propia villa. La mudanza no parece fruto del ánimo expansionista, sino de los tiempos de crisis. O al menos, eso confirma esta mujer oriunda de Cochabamba que también asegura que “Macri dividió al barrio porque hay gente que recibe subsidios y gente a la que le ofrecen irse a vivir a algún lugar de la Patagonia”. De hecho, Enzo Pagani, el diputado del PRO que negocia con los vecinos, hizo dos mesas de trabajo bien separadas: una para la Villa 31 y otra para la Bis. Mónica Bustamante define la estrategia con un refrán: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.
El siguiente albañil también se apellida Báez, pero no es familiar de Darío. Su nombre es Lucas, tiene un cuerpo enorme, manos enormes y enormes modales. Está construyendo una casa de tres pisos en la Bis. “Acá no hay humedad de cimientos”, bromea. “Me parece rara la preocupación de Macri –sigue–, somos todos villeros los que hacemos las casas de ellos, cómo no vamos a hacer bien nuestras casas. Es más, nuestras casas están mejor hechas que las de ellos. Ves ese techo: tiene chapón fenólico, sale 180 pesos el metro cuadrado. ¿Sabés cómo queda? Un lujo. Ni en pedo lo vas a ver en los departamentos del centro.”
Lucas Báez arma un presupuesto a pedido PáginaI12. Una casa de cuatro cuartos en la Bis, con baño compartido, cuesta ocho mil pesos de mano de obra y quince mil en total con materiales incluidos. Trabaja con vigas de acero, pilares de hormigón y hierros. Casi no hay techos sostenidos con tirantes de madera. “Estas casas son eternas”, remata. Su papá se instaló en el ’74 y todavía no terminaron su propio hogar. Cuando sobra plata, la invierten ahí. Pero nunca sobra. Las construcciones en la villa las cobra “por tanto”. En el resto de la Capital gana más porque cobra por día. A metros de él, el dueño de una Toyota Hilux de patente paraguaya le baja el volumen a la música de la camioneta con un control remoto.
“Acá hay peones, albañiles, oficiales, capataces, maestros mayores de obra”, distingue Báez. Las construcciones “dependen del filo”, pero tienen buenos cimientos, de hasta un metro para abajo y en algunas hay balcones. Afuera trabajan desde las 7 hasta las 18, en negro y mayormente en el nuevo barrio de Puerto Madero. La mayoría de los albañiles tiene tonada guaraní o del altiplano. Si los echan de la villa, esos edificios nunca se van a terminar. “A menos que estén pensando en sacarnos de acá cuando los terminemos”, piensa en voz alta el joven.
Para ahorrar material, todas las casas que tienen más de una planta evitan las escaleras de cemento. Instalan escaleras caracol de acero. Uno de los argumentos centrales dados por el macrismo a la jueza Cecilia de Negre es que las casas de la 31 y la Bis son de más de tres pisos y que “no cumplen con las condiciones mínimas de habitabilidad y seguridad edilicia”. Días después, el jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, admitió que buscan “detener el crecimiento”.
Los materiales para edificar siguen entrando a la villa, pese a que uno de los corralones fue clausurado días atrás. Entre todos los asentamientos de Capital Federal, coincidieron los consultados, la 31 y la Bis son los más tranquilos. “Sí, hay drogas, pero si la policía viniera y nos pidiera las direcciones de los dealers se las daríamos con gusto, igual los policías no necesitan saberlo. Si ellos van y vienen a las casas de los narcos para pedirles plata”, explica otro vecino.
Nadie piensa en que exista la sola posibilidad de erradicación. “Sería masacre porque vamos a dar pelea”, anuncia Baez. Inquebrantable, el albañil misionero repasa todo lo que intentó antes de instalarse en la Bis. Pidió un crédito pero lo máximo que consiguió fueron 10 mil pesos, buscó más trabajo o algo más barato para alquilar y no encontró. “Era salir a robar o venirme acá. Soy como todos mis vecinos: gente que se cayó del sistema”, reflexiona. En un momento, mientras explica que la cantidad de habitantes supera los 40 mil oficiales, tiene un acto fallido y dice “presos” en vez de “personas”. La confusión sucede en el mismo momento en que se plantea que no hay espacio físico para reubicar a los habitantes de las villas en la Capital. Y pide disculpas por andar dándoles ideas a los que quieren echarlo.
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