SOCIEDAD › MASIVO RECITAL DE LA SINFONICA DE BERLIN EN EL OBELISCO
Decenas de miles de personas disfrutaron de un programa de piezas breves y ligadas al cine. La orquesta fue precisa y mostró una buena relación con su director, el argentino residente en Salzburgo Jorge Uliarte.
Para el musicólogo Nicholas Cook, una obra musical es como un árbol. Y quien escucha es como una hormiga que sube por él. El insecto nunca verá todo el árbol, jamás podrá recorrerlo por completo, lo que perciba tendrá que ver con las particularidades de su recorrido y, desde ya, también con las de su percepción. Pero esa visión, aunque sea parcial, jamás existiría –y jamás sería esa– sin ese árbol en especial. Cada vez que una fiesta comunitaria tiene a la música llamada clásica como objeto –o como disparador o como pretexto, poco importa– aparecen los fundamentalistas que, entre otras cosas, argumentan que nada hay en esa reunión social que tenga algo que ver con una “escucha verdadera”. Las 30.000 personas que, según los cálculos de los organizadores, cubrieron ayer varias manzanas frente al Obelisco para escuchar a la Sinfónica de Berlín –es decir para hacer su propio recorrido del árbol– no hubieran opinado lo mismo.
Dirigida por el argentino radicado en Salzburgo Jorge Uliarte, la orquesta encaró un programa armado, en su mayoría, con piezas breves y bastante conocidas fuera del ámbito cerrado de los habitués del género, todas ellas ligadas, de maneras más o menos directas, al cine. La música que Edward Grieg escribió para las representaciones de Peer Gynt, de Ibsen, la primera de las Marchas de Pompa y Circunstancia de Sir Edward Elgar y su bellísima Nimrod, una de las Variaciones Enigma, el “Vals del Danubio Azul” de Johann Strauss (de 2001, claro), la Obertura de Tannhäuser, de Wagner (que fue protagonista de la película Encuentro con Venus) y Oblivion, de Piazzolla (originalmente la música del film Enrico IV) fueron algunos de los argumentos con que la orquesta cautivó al auditorio. En una magnífica tarde veraniega fueron muchos, además, los que a lo largo del concierto fueron sumándose a los previsores –o los ansiosos– que desde temprano habían ocupado las sillas que los organizadores previeron en el sector contiguo al escenario. La orquesta interpretó también, con buen manejo del estilo y ajuste en sus filas, el último movimiento de la Sinfonía No. 3 de Ludwig van Beethoven. Con sonido homogéneo la Sinfónica de Berlín mostró un nivel sumamente correcto y, sobre todo, un muy buen entendimiento con su director, que supo extraerle potencia y precisión. Muchos de los asistentes nunca antes habían escuchado una orquesta sinfónica. Y es posible, también, que varios no vuelvan a hacerlo. Poco importa. Nadie sería capaz de sostener, a esta altura del partido y de los debates estéticos, que quienes escuchan música clásica son mejores personas que los que no. Lo que sí puede afirmarse es que quienes tienen más información tienen más posibilidades de elección. Y que a la multitud que sonreía, en el comienzo del concierto, mientras sonaba la Obertura de La flauta mágica de Mozart, como en el memorable film de Bergman, nadie podrá quitarle lo escuchado.
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