SOCIEDAD › SAN ISIDRO CONSTERNADO POR EL CRIMEN DE UN POLICíA
Aldo Garrido intentó detener un asalto y fue baleado. Los vecinos, acongojados, lo llamaron santo. Los comercios e instituciones públicas tendrán crespones durante tres días. Le habían ofrecido el retiro después de 30 años, pero pidió continuar.
Desde el reparto de crespones negros hasta el insólito pedido de traslado de los Tribunales de San Isidro, la muerte de un policía baleado por una pareja de asaltantes en el centro de ese partido dio para todo tipo de exteriorizaciones de congoja, de reclamos, de denuestos contra la inseguridad y hasta del inédito pedido de que el uniformado –considerado por quienes lo conocían como un ejemplo– fuera denominado como santo. San Aldo o San Garrido. El subteniente Aldo Roberto Garrido, de 61 años y más de 30 de antigüedad en la Bonaerense, vio movimientos que le llamaron la atención en un comercio próximo a los Tribunales y, cuando ingresó al local, fue sorprendido por una pareja de delincuentes. De algún modo pudieron adueñarse del arma y lo balearon. A Garrido, destacaron quienes lo conocían, ya le correspondía el retiro, pero el bonaerense había pedido continuar de servicio activo.
Los hechos: alrededor de las 9.30, Garrido vio en un local de ropa de marca Kevingston, en la calle Chacabuco 361 y a metros de los Tribunales, movimientos que le llamaron la atención. Cuando ingresó al local, fue atacado por una pareja de asaltantes que lograron apoderarse de su arma y del cargador. Lo golpearon y le dispararon tres veces, provocándole la muerte.
Mientras la DDI de San Isidro iniciaba un rastrillaje para encontrar a la pareja, los vecinos comenzaban a sorprenderse, a rearmar sus relatos y a dar forma a una marcha de crespones negros por la tarde. “Era muy bueno, ayudaba a las embarazadas a cruzar la calle”, decía un vecino con lágrimas en los ojos y ante las cámaras de los movileros, que corrían desesperadamente para obtener la nota de historia de vida trágica.
Algunos, visiblemente impactados por el hecho, pasaban horas después frente al local para abandonar un ramo de flores. La vidriera, a través de la cual Garrido había empezado a vislumbrar su final, con las persianas bajas y una hoja de cuaderno en la que se había garabateado “Cerrado por duelo”, empezaba a transformarse a media tarde, a fuerza de costumbre, creencias y mitografías, en un altar de veneración. Hubo quienes, animados por la escena, recordaron que Garrido era un santo y como tal había que denominarlo. “Un policía bueno, como los de antes”, aseguraron muchos, con lágrimas en los ojos, mientras dejaban quizá sin pretenderlo la idea de que el último de los buenos había muerto.
Por la tarde, al tanto de las manifestaciones de dolor, multiplicadas por la avidez mediática, la Municipalidad dispuso que los edificios públicos lleven durante tres días carteles de color negro. La Cámara de Comercio sanisidrense acompañó la medida y agregó lo que, para algunos, resultaba como excesivo: pidió el traslado de los Tribunales. “Es incomprensible que por distintos trámites judiciales se traslade a detenidos peligrosos y reincidentes. Además dicho movimiento conlleva la aparición de familiares, allegados cuando no cómplices de los delincuentes, además del entorpecimiento del tránsito.” Firmaban, acongojados, presidente y vicepresidente, Néstor Testorelli y Jorge Tedesco.
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