SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Claudia Fernández *
Mientras seguimos escuchando los interminables reclamos de los empresarios rurales y las peleas por las retenciones, existe otro reclamo, sin voz, pero contundente: miles de manitos lastimadas y llagadas se levantan para contarnos cómo niños y adolescentes son explotados por inescrupulosos “hombres del campo” que, lejos de cumplir con la ley, la violan sistemáticamente sometiendo a estos chicos a condiciones infrahumanas de trabajo esclavo.
Ellos no tienen voz, no paran, no cortan rutas, no piden reuniones con presidentes para que mejoren su situación, no saben de retenciones, sólo saben de horas interminables de trabajo, de dolor, de calor y de frío, de hambre y necesidades, no tienen manos para jugar, ni para escribir, tienen manos codiciadas para ser explotadas.
Desgraciadamente, éste es un fenómeno que se extiende por el mundo, donde 132 millones de niños y niñas entre los 5 y 14 años son sometidos a trabajos rurales que implican serios riesgos para su salud e integridad física, según un informe de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). La OIT, por su parte, sostiene que el 70 por ciento de los niños que trabajan en el mundo lo hace en el sector agrícola y el 7 por ciento de los trabajadores infantiles tiene menos de 10 años.
Lejos de la escuela y del juego, sin ninguna medida de seguridad o de protección, utilizando a menudo herramientas diseñadas para manos de adultos, los niños son particularmente vulnerables. Sometidos a extensas jornadas de trabajo y a las inclemencias del tiempo, muchos de ellos mueren por causa de enfermedades de la piel y respiratorias o se convierten en enfermos crónicos.
Imaginemos por un minuto un país maravilloso en el que todos los niños jueguen y vayan a la escuela, en el que el Estado tenga programas de inclusión para ellos, en el que sus padres ganen lo suficiente para poder mantenerlos, en el que la Justicia juzgue con dureza la violación de sus derechos y en el que los “hombres del campo” no piensen sólo en “cosechar” más dinero a costa de la explotación de niños y adolescentes.
Este país es posible. Pero, para lograrlo, los adultos debemos velar desde distintos lugares –como padres, empleadores, funcionarios, profesionales– para que los chicos tengan una vida digna con pleno acceso a los derechos consagrados en la Convención Internacional por los Derechos del Niño. Tenemos una asignatura pendiente. No pensemos, al final de cada jornada, que hemos hecho lo suficiente: en materia de infancia y adolescencia queda mucho por delante. Y si hace falta, de tanto en tanto, revisemos las cifras de los organismos internacionales que son escalofriantes.
* Periodista especializada en infancia.
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