SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Leticia Lettieri y Daniel Mundo *
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como quizá todas las ciudades, es un elemento plástico que se puede retorcer, estirar, aplanar, elevar, destruir y reinventar aparentemente desde la nada. Pero esto ocurre sólo aparentemente: como todas las ciudades, Buenos Aires tiene una historia, aunque esto indisponga a sus gestores. ¿Qué se hace, entonces, con la historia? Se la decanta en folklore: el malevo del Abasto, el tango, el juego de la taba, el Riachuelo, Palermo Soho y Palermo Hollywood. Este imaginario del presente extendido, sin pasado ni futuro, le permite a la gestión pública difundir hasta el cansancio, con mensajes breves y colores chillones, lo que se desea que la ciudad transmita durante sus años de gobierno. Las intervenciones son relumbrantes y superficiales. La gestión se iguala a ellas como si fuera un espectáculo más, un espectáculo al que los porteños asisten como espectadores encantados y pasmados que no logran apropiarse de lo que ven. La ciudad tampoco lo hace.
A la ciudad se le quiere sustraer su núcleo vital, que es una fuerza. Porque esta fuerza tiene el inconveniente de responder a deseos e intereses de los hombres. Las cosas no ocurren porque sí. Es posible que no haya previsión o mirada de largo aliento, pero no hay acontecimiento que no provenga de un interés, aunque éste sea espurio. El interés que prima en la gestión actual es el del lucro, el individualismo prepotente, la comercialización, la exacerbación de las necesidades.
No es que todo sea negativo, obviamente: se están cubriendo baches históricos. La repavimentación demuestra que la ciudad trabaja. Los gobiernos de derecha, en verdad, suelen hacer el trabajo sucio que los de izquierda no se atreven. Bajo el antifaz de la eficiencia expurgan a la población municipal, pero sus métodos poco seductores no encontraron el barómetro necesario para cumplir esta tarea. Mientras buscan uno políticamente correcto, la ciudad se aprovecha de aquella fuerza de trabajo a la que considera prescindible, y se sirve de ella para Hacer Buenos Aires. Cientos de actividades culturales logran superponerse, unas a otras, en espacios públicos de la ciudad. Es que la cultura se encuentra en apogeo. Museos, bibliotecas, plazas y edificios históricos se funden en una expresión mediática y poética sin poder diferenciarse en su particularidad. Los directores y jerarquías de las diferentes áreas del gobierno aparecen, como nunca, en diferentes medios. Aparecen solos. ¿Y su función? ¿Merece un incentivo que los museos, las bibliotecas, los centros culturales y los teatros logren repercusión a partir de la organización simultánea de una lectura? ¿Es suficiente que la población goce de estos beneficios como si la construcción de la ciudad y los eventos culturales fueran un espectáculo más? Detrás del espectáculo, la gestión PRO fragmentó su escenario e instaló lujosos camarines para aquellos que lo “merecen”. Separó a la conducción del conducido, al técnico del profesional.
Como desde hace un par de siglos, ahora también el secreto de la política anida en el salario. La conducción, los líderes, sueldos dignos acordes con la vida de los profesionales del primer mundo. El cargo no tiene como meta el compromiso político para mejorar la situación social (de aquí la necesidad de premiar el “gesto correcto” de cada uno de los funcionarios). Los cargos jerárquicos piensan y exigen aquello que sus “equipos de trabajo” (por alrededor de 1200 pesos, en muchos casos) deben representar y ejecutar con energía. Llevar a cabo las metas y los logros de los “proyectos” ingenieriles diseñados para poner en práctica los planos imaginarios de una construcción fugaz e inestable. La ciudad no es un fin, es un trampolín, pero ya no de la base social que usufructuaba el “dejar hacer” sino de los directores y la conducción, que sueñan con un proyecto nacional.
La crisis identitaria del empleado municipal (me quedo y comprometo con lo que hay o renuncio) no se inventó, por supuesto, en 2008, pero esta gestión se aprovechó de ella y la ahondó. No es una estrategia incorrecta convocar artistas de renombre para actuar en la ciudad, para que pinten, hablen, lean o bailen; pero debería ir acompañada de políticas de incentivo y apoyo para otros sectores y, sobre todo, con políticas de desarrollo para cada área que el gobierno posee. Los departamentos, las direcciones, las instituciones gubernamentales están pensados para que cada uno de ellos ejecute una función diferente y no para generar actividades homogéneas de visibilidad y reconocimiento que simplemente consigan ensalzar la figura de su director. Las prácticas realizadas en la actualidad apuntan al éxito en el presente de algún líder o funcionario político. Habría que pensar, en cambio, acciones cuyo resultado sean apuestas a futuro cuyo rédito lo gozará la ciudad.
* Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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