SOCIEDAD › PREMIO A DOCENTES POR SUS PRáCTICAS PARA FAVORECER LA LECTURA EN CHICOS DE BARRIOS MARGINADOS
A unos los llaman “comegatos”, porque viven en el barrio rosarino de las famosas fotos de la época de la crisis. Otros son chicos de una zona de Tucumán estigmatizada por las crónicas policiales. En uno y otro lado, ahora escriben poesía y hacen su propia revista.
› Por Soledad Vallejos
Adolescentes rosarinos acostumbrados a que los llamen “comegatos”, por vivir en el barrio donde, años atrás, algunos habitantes fueron retratados cocinando y comiendo gatos. Adolescentes tucumanos en cuyo barrio los remiseros se niegan a entrar, por verlo mencionado con frecuencia en noticias policiales. Con esos chicos y en esos contextos, dos docentes fueron inventando otros mundos sobre la marcha, y acaban de ser reconocidos por ello: Carlos Cárdenas, por haber desarrollado durante los últimos cinco años el taller de poesía “El cuaderno de Natalí” en el Gran Rosario; Silvia Camuña por haber impulsado y sostenido –desde 2005– la revista Villa Bom, una publicación escolar que, ahora, se ha convertido en barrial. Ambos fueron los ganadores de Viva-Lectura, el concurso organizado por el Ministerio de Educación y la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) y apoyado por la Fundación Santillana, que los recompensaron (en la categoría Escuelas a Cárdenas; en Sociedad a Camuña) con 20 mil pesos y una ceremonia en la Feria del Libro.
La apatía de los chicos resultaba tan infranqueable que Cárdenas pensaba en renunciar a su puesto como docente secundario en el Gran Rosario, en “El Mangrullo, zona de pescadores cerca del río, donde está el Swift, y la otra, que se hizo famosa por los comegatos, Villa Manuelita”. Bastantes kilómetros más allá, en el barrio de San Miguel de Tucumán que suele ser llamado La Bombilla, Camuña también se preocupaba ante el desinterés de sus alumnos en las clases de literatura. “La desesperación te va llevando a probar distintas cosas” –cuenta ella–; “pensé que era yo el problema” –recuerda él–. En ninguno de los dos casos, los chicos de los 2º años salían de su apatía por la materia –Ciencias Sociales y Educación ética y ciudadana la de él; Lengua y literatura la de ella–, al tiempo que estaban absorbidos por una realidad hostil: habitantes de barrios carenciados y mal vistos por el resto de la ciudad, zonas en los márgenes. “Cárdenas se planteó la gran dificultad para comunicarse con los alumnos, para que prestaran atención –explica Margarita E-ggers Lan, quien como coordinadora del Plan Lectura, de Educación, fungió de jurado–. Y un día, cuando se habían ido los chicos, encuentra sobre un banco un cuaderno olvidado. Cuando lo abre, ve que hay poemas y dibujitos...”
–Un cuaderno típico de adolescentes, digamos –cuenta Carlos Cárdenas–. La clase siguiente pregunto de quién es y resultó ser de Natalí Fernández, una chica que hoy está, por suerte, en 2º año de enfermería. Yo estaba sorprendido porque no creía que la cosa estuviera tan deteriorada a todo nivel, y además era un grupo de chicos muy difícil, en el que la lectura no existía... por eso cuando encuentro ese cuaderno, me pongo a pensar: si se toma el trabajo de copiar los poemas, de buscar, algo debe leer, de algún lado los debe sacar. Cuando le devuelvo el cuaderno, le pregunto: “¿te gusta la poesía?” “Sí”, me dice, “a mí me gusta, a mis compañeras también, y Rocío –una amiga de ella– escribe”. A la otra clase le llevo Táctica y estrategia, de Benedetti, accesible para los chicos. Se lo doy a Natalí. Cuando termina la clase, una chica se me acerca y me dice “profesor, nosotras queremos que nos traiga los mismos poemas que le trajo a Natalí”. Así, imperativas. “Bueno, la próxima clase”. Cuando los llevo, me piden que los lea yo. Cuando empiezo a leer, veo que hacen silencio absoluto. Entonces Natalí, que ya lo había leído, agrega: “Profesor, yo busqué en el diccionario lo que era táctica y estrategia porque no lo sabía”, y le dije que después nos contara porque algunos de sus compañeros quizá no lo supieran. Ahí me quedé pensando: algo a estos chicos les gustaba. Los varones no decían nada, pero guardaban las poesías. A partir de ahí, llegué a negociar: “Miren, yo no tengo ningún problema de en todas las clases dedicar 15, 20 minutos a leer para ustedes, siempre y cuando... porque acá la directora un día va a pedir la carpeta y va a decir ‘¿qué hicieron?, ¿leyeron poesía todo el año en lugar de estudiar Sociales?’”... Entonces, les digo, “lo hacemos con una condición: tenemos que hacer algo de Sociales y de Cívica”. Así empezamos, en el 2004. Después los chicos empezaron a traer cuentos y me pedían también que incluyera canciones.
–La misma situación te va llevando a probar distintas cosas –agrega Silvia Camuña–, cierta desesperación también, porque sabés que tenés que llegar a ellos... Yo soy escritora y lo que experimento como escritora lo llevo al taller literario y de escritura también, quiero decir que llevo dispositivos de educación no formal a ese lugar... En las revistas, las canciones, está la cultura de los chicos.
La franqueza con que los chicos reconocieron como propia la revista hizo que, por ejemplo, uno de los números llevara una entrevista a compañeros que trabajaban en la calle (limpiando vidrios, vendiendo estampitas, pidiendo plata) desde pequeños, leyendas urbanas que hablan de violadores con cadenas o coplas juguetonas que dividen el mundo entre ladrones y policías. En el caso de El cuaderno, el compromiso se convirtió en una campaña para incentivar la lectura (posters que fueron distribuyendo por el barrio), un documental que desmitifica el crimen (“porque a veces los criminales eran como héroes para algunos de ellos”) y textos poéticos. En ese proceso de ir comprendiendo, de sus manos, el mundo de sus alumnos, y de ir creando a partir de ese ingreso uno distinto, con estrategias y recursos no tradicionales, en ocasiones para sus propias materias, Cárdenas y Camuña tuvieron un resquemor en común: la incomprensión de la institución escolar. Pero mientras Cárdenas encontró apoyo, Camuña topó, hace un año, con un obstáculo que forzó a la revista a salir de la escuela: una autoridad escolar decidió impedir que siguiera trabajándose en ese ámbito institucional, por lo que Villa Bom. El barrio al revés (“al barrio le dicen La Bombilla, por eso los chicos eligieron ese nombre”, cuenta ella) debió buscar refugio en el barrio. Con eso, necesariamente, llegó la ampliación del público, de los temas y de los chicos que participan. No sólo han salido dos números en esas condiciones, sino que, además, la revista cuenta con colaboradores espontáneos: de esos entusiasmos nació su sitio web, www.villabom.com.ar.
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