Jue 14.05.2009

SOCIEDAD  › OPINIóN

Mosquitos mutantes

› Por Eduardo Fabregat

Los mosquitos picoteaban a un chancho estancado/
masticando mariposas de los pantanos
León Gieco, 1978

La palabra “mutación” siempre mete miedo. Cualquier científico sabe que no siempre significa algo malo, pero en general cuando el término se menea ante la opinión pública viene acompañado por las más negras presunciones. El virus de influenza A puede mutar y volverse un monstruo aún más grande, que pisa más fuerte. Las nuevas generaciones de piojos se hacen más y más resistentes, de allí la constante renovación de marcas y submarcas. Y los mosquitos aguantan: antes bastaba una buena ola de frío para liquidarlos, ahora se los ve rozagantes, incólumes, como si hubieran inventado el gamulán mosquitero.

Quizá sea así. Quizás haya llegado el momento de sincerar las cosas. Los mosquitos evolucionaron. A diferencia de las hormigas, que alcanzaron la sociedad perfecta pero les falta el ejercicio de la memoria para pasar al siguiente estadio, los dípteros nematóceros se ríen –sí, se ríen, porque hasta aprendieron a reír– de nuestras corridas a la farmacia para dejarnos abusar por el nuevo precio del repelente. Se frotan las patitas con expectación por los litros de sangre que nos van a extraer, se bancan el ataque de celos por el súbito predominio de los chanchos en la agenda de los medios, organizan patotas cada vez más atrevidas, miran los avisos de Raid como quien mira cortos de Carlitos Chaplin, afilan el pico para poder atravesar la ropa de invierno, zumban su descontento por el orden de las cosas, se aprestan a tomar el control y terminar de una vez con el mito de que las cucarachas son las que tienen más aguante.

Los mosquitos están mutando. Estamos condenados.

Leyes que limitan la circulación de humanos en zonas rojas mosquiteras, aparatos tipo Matrix que sirven de combustible a la nueva sociedad, escuadrones de la muerte alados en picada para poner de una vez las cosas en su lugar, reclamar la Tierra para sí y para todos los supuestos irracionales, hartos de testimoniar las barbaridades que los supuestos racionales cometen contra el planeta. De nada sirven los químicos y los aparatos con los que buscamos una falsa seguridad, cuidando de no aplicar repelente justo sobre la vacuna de la gripe por las dudas que le anule el efecto, aplaudiendo el aire con desesperación y saña. La hora de la justicia se acerca. Y no llegará con un gran campanazo o con el martillo del juez, sino con un mínimo batir de alas.

Bienvenidos a la Costa Mosquito.

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