SOCIEDAD › PREOCUPACION, PARANOIA Y ESCUELAS QUE ESTAN SIENDO DESINFECTADAS
Las dos escuelas cerradas en la Capital dejaron las calles del barrio más vacías y preocupadas. Las farmacias se quedaron sin barbijos y sin alcohol en gel. Los que se preocupan, los que “no damos pelota” y los médicos trajinados que tratan de calmar a la gente.
› Por Nacho Levy
Basta caminar y respirar, apenas una vuelta manzana, aspirando el aire de la atmósfera contaminada por el temor silencioso, que mantiene puertas adentro a muchas más familias que la propia influenza A, cuyo índice de mortalidad sigue siendo menor al uno por ciento. Tanta reclusión preventiva pintó el paisaje barrial con un aura de paz que ya afecta a los comerciantes, que vieron reducir sus ventas entre un 40 y un 60 por ciento. La excepción es la nueva vedette de Belgrano: la farmacia. “Entiendo que haya bajado el movimiento en los locales de la zona, porque es cierto que la gente sale menos a la calle desde que se confirmaron los casos de gripe, pero acá pasó todo lo contrario, porque con la permanente demanda de barbijos, Espadol en gel o jabón líquido, se incrementó el consumo en un 60 o 70 por ciento”, explica Carlos Bogado, de la Farmacia San Lucas, a dos cuadras del colegio Mamerto Esquiú, con 14 estudiantes afectados y dos semanas sin clase.
La confirmación del contagio en esa escuela, a partir de una chica que había viajado a los Estados Unidos, cerró el colegio por dos semanas, aisló a los chicos afectados y vació las calles 11 de Septiembre, Teodoro García, Aguilar y 3 de Febrero, alrededor del Esquiú. Lorena, mientras atiende el kiosco de la esquina del colegio, padece el cambio notorio de los últimos días: “La gente ahora se queda adentro y no sale a la calle, por precaución. Parece que estuviéramos en vacaciones de invierno por el poco movimiento que hay. Y en cuanto a los clientes, hoy entró el 50 por ciento menos que siempre”.
Con el cochecito de su beba y en familia, aparece Bárbara, conocida de Lorena y vecina de la cuadra. No hay barbijos a la vista. “No lo uso porque como tantos otros creo que eso nunca me va a pasar, pero a decir verdad no me sorprende esto, porque siempre creí que si seguíamos tratando así al planeta, algo iba a venir.” Y vino Claudia, a barrer un poco el frente del edificio donde trabaja de portera y a ratificar que “con el colegio cerrado y el tema de la gripe, se ve mucha menos gente por la calle”. Lo sabe bien Juan, que hoy puede tomarse un respiro en la caja del supermercado, en Aguilar y 3 de Febrero, “porque no hay nadie en el local, en un horario en el que solía haber cola”.
Desde la garita a la entrada al colegio, Angel enfoca en una obra en construcción, única imagen móvil. “El tema está complicado acá, y yo lo sé porque estoy hace diez años. Ya el último domingo, cuando vi que había reunión de padres en el colegio, imaginé que algo estaba pasando, pero acá nadie tomaba en serio la posibilidad de la gripe. Ahora, la cuestión es no caer en la locura y la paranoia, porque si bien trabajo al lado de donde se detectaron los casos también es una realidad que para llegar hasta acá tengo que viajar en trenes y colectivos que vienen llenos de gente, y no puedo quedarme encerrado.”
El empleado de mantenimiento que atiende el timbre del colegio asegura que la empresa contratada para la desinfección ya hizo una parte del trabajo. Se cuida con un barbijo, pero empezó hace poco en el trabajo y prefiere no hablar. Entonces, hablan ellos, los muchachos de enfrente, los de la construcción. “Yo no le doy mucha pelota –afirma Andrés–, porque en principio esto afecta a los que van a Estados Unidos, pero sé que no es tan así, porque ahora viene uno y enseguida contagia a todos. Por eso la gente está con miedo. Nuestra jefa venía todos los días a supervisar cómo marchaba todo, pero desde que se confirmaron los casos, sólo pasó un día, veinte minutos.” Su compañero Carmelo resalta que “nadie se imaginaba nada, porque no era ni un tema de discusión en el barrio, hasta que se empezó a comentar lo de la nena que había ido a Disney. Después, se dijo por ahí que en realidad son 19 los afectados, pero que intentaban que no se difundiera para cuidar la imagen de la escuela”.
Atrás del colegio, Laura Iparraguirre atiende la caja de Santos Sabores, una confitería que vio caer un 40 por ciento el ingreso de clientes, porque “al no estar el colegio, hay menos movimiento. Acá, de hecho, nos estábamos lavando las manos todo el día con alcohol, hasta que nuestra jefa nos trajo un higienizador de manos para que lo usemos permanentemente, porque estamos en contacto con los billetes. Y dijo que le costó conseguirlo porque en las farmacias no quedaba más”.
No quedaba más, ni entraría más. Mariel Santos, de la farmacia Portofino, a dos cuadras de la Escuela del Caminante, la otra cerrada por el virus, asegura que se hace difícil conseguir los insumos: “Desde que apareció la primera noticia de la gripe porcina en México, acá todos los días entra gente pidiendo alcohol en gel y barbijos. Ya se nos terminaron, pero nos resulta imposible reponerlos, porque trabajamos con 6 o 7 proveedores, pero ninguno tiene”. Y entonces, la prevención se pone en oferta, en la puerta de una cadena de farmacias, que propone sobre la avenida Cabildo, “Ganémosle a la gripe”. Y la educación se pone en alerta, en la puerta del Colegio El Arce, que invita a comunicarse “frente a cualquier situación, con el 0800 222 1002, línea gratuita del Ministerio de Salud de la Nación, para atender Gripe A H1N1”.
Osvaldo descansa contemplando la avenida Luis María Campos, con el hombro apoyado en la puerta de su edificio. Y a unos metros de la Escuela del Caminante, ajeno a tanta locura, se prende un cigarrillo. “No le doy bola –dice–, porque no dudo de que hubo muertes, pero no tantas como para que fuera considerada una pandemia, con semejante pavor. El punto es que la gente muchas veces compra lo que le venden y este miedo evidentemente les sirve a varios, pero a mí hay cosas que me parecen más graves, como la hambruna, que no tiene tanta prensa.”
A sólo dos cuadras de las farmacias, el poder del consumo está ganando la batalla al poder del pánico: “En el shopping no cambia nada, porque esto es otro mundo”, explica Bárbara, desde el mostrador de un local de ropa interior del Solar de la Abadía. Contratado para bregar por la seguridad de los clientes, Sebastián advierte que “acá nadie se entera de nada, por más que hayan cerrado un colegio a menos de una cuadra”. Y Evangelina, rodeada de brillos en la recepción de una joyería, lo confirma: “Yo me enteré de que habían cerrado el colegio de la esquina mirándolo por la tele. Ahí, enseguida se lo fui a contar a mi compañera, que tampoco estaba ni enterada”. Aislada de las noticias en sus horas de trabajo, y de casi todo lo demás, Ana Paola palpó la psicosis en la calle, camino al shopping, no bien comenzó a difundirse la expansión de la influenza A: “Un día me tomé el 132 para venir hasta acá, y muchos pasajeros viajaban con barbijo. Pero después entré acá y no me volví a cruzar a nadie hablando del tema, porque acá la gente deja a sus pibes jugando por allá y ya no les importa nada”.
Muchos vecinos corrieron a darse la vacuna contra la gripe, tantas veces subestimada y de vital importancia, aunque no incluye en el pool de virus a la influenza A. “Muchas familias de los edificios cercanos les exigieron a sus empleadas domésticas que se fueran a vacunar –comenta Florencia, mesera de un bar a la vuelta del Esquiú–. Supongo que será porque las niñeras andan mucho con los chicos del colegio, pero no me extrañaría que lo hicieran porque piensan que la peste viene del lado de los pobres.” Por una u otra, la concurrencia para vacunarse contra la gripe aumentó notablemente y Carlos Bogado, farmacéutico, confirma que “muchas empleadas de las casas cercanas vinieron a darse la vacuna en estos días, porque la preocupación de la gente es grande. En los últimos 3 días, la farmacia más cercana al colegio vendió 6 paquetes completos, de 50 barbijos”.
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