Mar 28.07.2009

SOCIEDAD  › APUNTAN CONTRA EL MARIDO DE LA APUñALADA EN CóRDOBA

El asalto que no fue

Natalia Vercesi murió degollada en su casa en Córdoba. Su marido dijo que los habían asaltado. Pero un chico confesó que el marido le pagó para asustarla, pero que él no la mató.

Un asesinato inicialmente considerado como un evento más de un presunto clima de inseguridad terminó convirtiéndose, bajo el peso de las evidencias, en un caso de violencia de género. A principios de julio, el asesinato de Natalia Vercesi, una joven embarazada, sucedido en su propia casa y ante su marido, Alejandro Bertotti, conmovió a Córdoba. El viudo declaró a la policía que dos hombres lo habían obligado a dejarlos pasar, no se habían conformado con los tres mil pesos que había en la casa; la situación se había violentado hasta incluir golpes a él y cuchilladas a su mujer. Los ladrones escaparon, ella se desangró. El episodio conmocionó a la ciudad de San Francisco, donde sucedió, al gobernador Juan Schiaretti y al jefe de la policía provincial, Alejo Paredes, quien llegó a hacer declaraciones apocalípticas: “Estamos ante una situación difícil en cuanto a homicidios”. Sin embargo, con el correr de los días los indicios cuestionaron el relato de Bertotti; el domingo pasado, un joven testificó que había sido contratado por el viudo para “asustar” a la mujer, pero que no le había asestado las cuchilladas fatales. Según trascendió, la declaración detallaba cómo la embarazada había sido asesinada por su propio marido. Ayer, el fiscal de la causa, Bernardo Alberione, realizó dos allanamientos. Fuentes de la provincia dijeron a Página/12 que los procedimientos tenían por objetivo detener a Bertotti, aunque el fiscal prefirió no confirmar ni desmentir. “Hay que ver cómo se define, porque se está trabajando con dos líneas investigativas”, confiaron, luego, fuentes policiales. La familia de Bertotti guarda silencio, mientras que los deudos de Vercesi defienden con vehemencia al viudo. Bertotti sigue libre.

El domingo, Leandro Forti, un chico de 19 años, se presentó ante el fiscal Alberione con su padre y un abogado: declaró que Bertotti le había pagado 5 mil pesos por matar a su esposa, pero que no había podido sino asustarla. No contaba con cómplices. El testimonio alcanzó para que Forti quedara imputado bajo la acusación de homicidio en ocasión de robo, y para que la conmoción inicial se transformara radicalmente: de viudo doliente, heredero del prestigio deportivo de una familia respetada (su padre había sido un basquetbolista destacado, como él mismo), Bertotti pasó a quedar cubierto por un pesado manto de sospecha. Al cierre de esta edición, sin embargo, no había sido detenido. Ayer por la tarde el fiscal Alberione realizó dos procedimientos en lugares que no quiso develar a Página/12, aunque este diario pudo saber que uno de ellos tuvo lugar en la casa que compartían Bertotti y Vercesi, el otro en casa de la familia Bertotti, y que la intención era detener al viudo. El abogado de Bertotti, José Buteler, supo mantenerse inhallable toda la tarde; el de Forti, Sergio Corón Montiel, mantuvo la misma tesitura. El fiscal Alberione dijo a este diario que no tendrá “más contactos con la prensa hasta que haya algún elemento que así lo amerite”.

La conmoción comenzó al caer la noche del 8 de julio, cuando se conoció que Natalia Vercesi, una joven de 27 años que iba por el sexto mes de embarazo, fue asesinada en su casa. La voz de alarma fue dada por su esposo, Alejandro Bertotti, un ex basquetbolista de 33 devenido kinesiólogo. Los servicios de emergencias encontraron a la mujer con ocho cuchilladas, desangrándose por una cuchillada fatal que la degolló; su marido estaba golpeado. Ella no sobrevivió, y él declaró que dos ladrones encapuchados lo habían obligado a franquearles la entrada a la casa. La conmoción de San Francisco, la ciudad cordobesa de 75 mil habitantes donde todo sucedió, encontró pronta solidaridad en el gobernador Juan Schiaretti, quien se interesó por el caso y declaró que “acuchillar a una mujer que lleva un hijo en su vientre es una aberración”.

Ningún vecino había visto a los dos ladrones. Según había contado el viudo a la policía, uno de ellos, que ostentaba un arma corta, lo presionaba para que les diera dinero, mientras que el otro, que blandía un cuchillo, “le empezó a cortar los brazos a ella” cuando les aseguró que sólo había tres mil pesos en casa. Bertotti relató al comisario Nelson Carrizo que, al ver la sangre, “enloqueció y comenzó a forcejear y a golpearse con el que tenía el revólver”, y ella “luchó todo lo que pudo” con el atacante del cuchillo.

Días después, una empresa ubicada frente a la casa del matrimonio compartió las cintas de su cámara de seguridad con la Justicia: demostraban que ambos había entrado juntos, caminando, sin nadie más cerca. A eso se sumaron contradicciones del propio Bertotti, por ejemplo si los ladrones tenían capuchas cómo hizo la joven para arrancarles mechones de cabello, o que no cerraba que hubieran usado guantes de látex. El clima de sospecha estaba ya instalado, y fue el suegro de Bertotti quien pretendió disiparlo: “Lo vamos a defender a muerte”, declaró Víctor Vercesi, padre de Natalia. Su esposa, Rita, lo apoyó: “Mi hija no podría soportar que se digan estas cosas”. La familia de Bertotti, en cambio, sostuvo un tenaz silencio.

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