SOCIEDAD › EL CASO DE LOS ANCIANOS ASESINADOS PARA APROPIARSE DE LA CASA DONDE VIVIAN
Un joven está preso acusado de haber matado a un anciano sin familia para quedarse con su propiedad. Los que investigaron y descubrieron todo fueron los vecinos de la víctima. Hay otro caso idéntico. Sospechan que el detenido tenía una red de complicidades.
› Por Emilio Ruchansky
El 15 de marzo pasado varios vecinos vieron cómo Clemente Mamani partía de su casa en un auto nuevo y caro, acompañado por dos hombres. Ese día Mamani cumplía 71 años y al rato de su partida llegó Armando Javier Olson, otro vecino que vive a un par de cuadras, quien intentaba meterse en la casa del anciano. Hicieron la denuncia y el intruso debió irse. Sin embargo, pasaban los días y Mamani no aparecía. Hicieron todo, realmente todo lo que pudieron para encontrarlo: recorrieron geriátricos, neuropsiquiátricos, hospitales y morgues; pegaron carteles desde Ramos Mejía hasta Merlo, contactaron a la prensa, a las ONG y hasta enviaron un hábeas corpus en los tribunales federales de Morón. Hace un mes, luego de rastrillar un descampado donde había aparecido el cadáver de otro anciano (Francisco Rodríguez Ocampo) encontraron su cuerpo enterrado. Rodríguez Ocampo y Mamani tenían mucho en común: vivían solos y no tenían familia.
Ahora, los vecinos buscan que la organización Madres y Familiares de Víctimas (Mafavi) se constituya como parte damnificada en la causa para apresurar y profundizar la investigación. Sin embargo, el pedido fue rechazado por la Justicia. Reunidos a la vuelta de la casa de Mamani, ubicada en Santos Dumont 642, dos matrimonios del barrio reconstruyeron ante Página/12 la trama de los asesinatos. Lo primero que aclaró uno de ellos, Carlos Báez, es que “hay una estructura municipal detrás, puede ser en Rentas o en Acción Social por el nivel de impunidad con el que se manejan”. A su lado, Andrés Rodríguez completó: “Olson no puede sacarse los mocos solo, tiene 26 años, una motito y trabaja en una panadería, hay más gente implicada”.
Olson fue detenido el 10 de junio, cuando apareció el cadáver de Rodríguez Ocampo, un asesinato que le es atribuido. El anciano vivía en Moreno, al lado de la casa de la hermana de Olson, y según los vecinos, un hermano de Olson que trabaja en un destacamento militar en la provincia de La Pampa fue quien lo delató. Lo hizo ante sus superiores, quienes informaron la localización del cuerpo. “El cuerpo de Rodríguez Ocampo apareció el 10 de junio y como vimos que se estaba retrasando el rastrillaje un grupo de vecinos decidió buscar por su cuenta –repasó Báez–. Encontraron el cuerpo de Mamani a menos de cien metros de la fosa donde habían enterrado a Ocampo. Al parecer, a Ocampo lo enterraron vivo porque tenían la palma de la mano hacia arriba, cubriéndose la cara de la tierra.”
Cuando la policía allanó la casa de Olson se encontró con un contrato de alquiler que lo incriminaba. “El contrato tenía la fecha del día siguiente de la desaparición de Clemente y estaba firmado con una huella digital, la del dedo gordo izquierdo”, aseguró Andrés Rodríguez. Además había una copia de un comparendo con fecha de marzo de 2007 en la comisaría segunda de Moreno. En ese papel se certifica que Olson hacía entrega de documentación de dos pagarés celebrados entre Rodríguez Ocampo y Olson por la compra de un terreno y casa valuados en 12 mil pesos. También había una fotocopia de una orden de allanamiento librada por el juez de Mercedes, Juan Radrizzani. El motivo era la averiguación de paradero de Rodríguez Ocampo, quien le había “vendido” su casa al sospechoso.
Olson está en pareja con la familiar de un empleado de la Municipalidad de Ituzaingó. Al momento de la desaparición, el hombre trabajaba en el área de Acción Social. Según los vecinos, este funcionario usó un vehículo oficial de esa área (una camioneta Mercedes-Benz Sprinter) para saquear la casa de Clemente, cuando éste desapareció. “Está de vacaciones en Misiones”, fue la respuesta que recibieron los vecinos de enfrente cuando vieron la camioneta y preguntaron por el paradero de Mamani.
Esta no era la primera vez que intentaban intrusar la casa de este albañil de profesión y oriundo de Bolivia. “Hace algunos años fue acusado de intento de abuso sexual de un menor en una causa armada. Se pasó cuatro años presos y lo soltaron porque se les venció el plazo para tenerlo detenido sin juicio ni pruebas. Adentro lo golpearon y cuando salió ya no era el mismo, se vino abajo”, comentó Roxana Báez. Tony, un albañil amigo evitó que intrusaran la casa de Mamani, quien tuvo que pagar 10 mil pesos a su abogado. En bancarrota y con el peso de los años encima, Mamani se dedicó a cartonear para seguir viviendo.
En el barrio nadie le retiró el saludo. De hecho, lo ayudaban con lo que podían. Una abuela que atiende el quiosco frente de la casa de Mamani lo recordó por su amabilidad. “Clemente tenía problemas para dormir, así que se quedaba sentado en el umbral y era una especie de protector de nuestros chicos, cuando volvían de bailar tarde. En verano, hacía parrilladas sobre el frente de su casa y compartía con los chicos de la cuadra. Era una buena persona. Lo conocíamos todos”, dijo la señora, que lo conoció 40 años atrás, cuando llegó al barrio. Era, como definió Andrés Rodríguez después, “parte del paisaje”.
Mamani había tenido una infancia terrible. A los 18 años decidió escapar de los golpes que su padre le propinaba y cruzó la frontera para terminar viviendo, de prestado, en el fondo de la casa que él mismo le construyó a un viejo profesor de música en ese barrio del oeste del conurbano. Pasó el tiempo, el dueño de casa falleció y Mamani siguió viviendo en ese lugar, aunque no tenía las escrituras. Tal vez, coincidieron varios vecinos, eso lo convertía en un blanco fácil para los usurpadores, que no sospecharon del cariño y el respeto que el hombre se había ganado en el barrio.
Hoy, el expediente cursado a partir de su desaparición supera las 800 carillas, según comentó Alicia Angiono, presidenta de Mafavi. Aún no hay resultados de la autopsia del cuerpo ni forma de que esta ONG pueda querellar en la causa. Mientras tanto, el patio delantero de la casa de Mamani está cubierto de afiches con su rostro y lleno de cosas que el anciano había cirujeado mientras cartoneaba. Sus cinco perros y siete gatos siguen habitando esa casa. Las niñas que él supo cuidar cuando volvían de bailar son las mismas que ahora llevan comida a sus mascotas. Un pasacalle resume la indignación generalizada: “Por esa casa, los corruptos, los ineficientes, los okupas y los delincuentes mataron a Clemente”.
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