Sáb 01.08.2009

SOCIEDAD  › A CINCO AñOS DEL INCENDIO EN EL SHOPPING DE ASUNCIóN, DONDE FALLECIERON CASI 400 PERSONAS

Pablo, el argentino que murió ayudando

Trabajaba como repositor y antes de escapar de las llamas salvó a cinco personas. Luego murió por el humo respirado. Su hijo, Demián, tiene 9 años y vive en Avellaneda. Cobra una pensión de 200 pesos por mes, aunque no siempre. Nunca se logró la indemnización.

› Por Emilio Ruchansky

Hoy se cumplen cinco años de la mayor tragedia civil de la historia paraguaya, el incendio del supermercado Ycuá Bolaños, en el que murieron 396 personas luego de que Juan Paiva, el dueño, ordenara a un guardia de seguridad: “Cerrá las puertas, que no nos roben”. Entre las víctimas fatales hubo un solo argentino; se llamaba Pablo Torres y trabajaba como repositor. Tenía sólo 23 años y aunque tuvo oportunidad de salir, decidió quedarse y salvar a cinco personas. Torres tiene un hijo, Demián, de 9, que viajó a Asunción para participar de la manifestación en reclamo de justicia. Nadie está preso por la tragedia. La madre del niño, Carla Pérsico, se quedó en casa y recordó el largo peregrinaje desde la muerte del padre de su hijo hasta ahora. En su historia, negligencia y burocracia se hermanan hasta el cansancio. Todavía no cobró la indemnización pero ya gastó 12 mil pesos en abogados.

Sobre la mesa de la cocina, rodeada de álbumes de fotos, recortes y una carpeta donde guarda todos los papeles que fue juntando en estos cinco años de golpear puertas, en Buenos Aires y en Asunción, Pérsico enseña a Página/12 el afiche que su madre acaba de traer de Paraguay, donde dejó a Demián con sus abuelos paternos hasta el 6 de agosto. “Que la Justicia cumpla su rol, exigí vos también”, dice.

“Casi voy, pero es mucho gasto con las nenas”, asegura la mujer, de treinta y pico, que se separó de Torres a los 10 meses de tener el chico, cuando la víctima tenía 19 años. De regreso, formó una nueva familia. Tuvo dos hijas con David, “el padre de corazón” de Demián. El nene, cuenta, acaba de salir por televisión en Asunción. “Le preguntaron qué le dirías a los jueces y dijo: ‘que se haga justicia, que hagan lo que tienen que hacer’. Es chico, pero a medida que crece va entendiendo más y más.”

“Con Pablo, el padre de Demián, nos conocimos en Asunción. Mi mamá es paraguaya y mi abuelo es camionero, así que viajaba seguido a Paraguay –recuerda–. Allá nos reuníamos con un grupo de argentinos. Empezamos a salir, yo trabajaba de moza hacía un año en Asunción. Me quedé embarazada, como yo tenía obra social y queríamos que naciera acá el nene, vinimos a Buenos Aires. Después nos separamos.”

Sin embargo, la relación con su ex siempre fue buena. Torres llamaba constantemente para hablar con Demián, lo hizo incluso la noche antes del incendio ocurrido un domingo. Quería viajar con el padre a Buenos Aires pero en Dinamus, la empresa intermediaria entre la fábrica de embutidos y el supermercado que vendía esta mercadería, se negaron a adelantarle las vacaciones 15 días. Su padre viajó igual para ver al nieto y a una hermana que vive en la localidad bonaerense de González Catán, donde se alojaba.

“El padre de Pablo me trajo al nene el mismo domingo del incendio, veinte minutos antes. Como estaba por almorzar, le pedí que se quedara y en eso llamó su hermana para avisar que había explotado el supermercado. Y ese mismo día, él viajó a Paraguay. Pablo estuvo internado 24 días en coma con respirador antes de morir. No se quemó tanto pero aspiró mucho monóxido de carbono, se le secaron los pulmones y bueno... estaba bastante delicado”, dice Pérsico.

A partir de testimonios de sobrevivientes en la causa, a la que tuvo acceso, ella pudo reconstruir las últimas horas de Torres en el supermercado. El joven repositor estaba con una chica embarazada de cuatro meses, a quien le mostraba el movimiento del mercado. Era una promotora. Estaban en la planta baja cuando en el primer piso, el del patio de comidas, se oyó una explosión. Fue en una cocina. Todo el mundo corrió, ellos también. Algunos pudieron salir antes de que Daniel Areco, el guardia de seguridad de 21 años, escuchara la orden de Juan Paiva, el dueño, y la cumplió.

La poca gente que pudo salir salió por las escaleras. Otras personas quedaron amontonadas sin poder salir. Pérsico dice que Pablo y la promotora no sabían que había muertos arriba. “Llegaron hasta un descanso entre el primer piso y la planta baja. En ese descanso estaba roto el vidrio porque la gente de afuera trataba de romper los vidrios para que los de adentro salieran –relata–. La chica le dijo: ‘Saltemos, Pablo’. El descanso tendría como mucho dos metros. La chica saltó y dice que miró para atrás y lo vio a Pablo y Pablo la miró a ella y se volvió otra vez. El sacó a esta chica y a tres o cuatro personas más.”

Por el momento, Pérsico cobra una pensión, “el derecho a vientre de Demián”. Son 320 pesos por mes, que recibe a través del Instituto de Previsión Social (IPS) de Paraguay al que Torres había hecho aportes. No los cobra por banco ni por débito. “Tuve que hacer un poder a una prima de mi mamá y bueno, acá me llegan 200 pesos, porque, pobre, ella vive re lejos, tiene que perder un día de trabajo para ir a cobrarlo”, dice amargada.

Después de un año y medio de ocurrida la tragedia pudo empezar a cobrar. Para ello, tuvo que mandar cartas hasta a la Presidencia de la Nación argentina. En el medio, cerró el kiosco con el que sostenía económicamente a su familia. Tenía que viajar a Paraguay cada tres meses y lo hizo hasta que quedó embarazada. “Se hicieron juicios pero no progresaron. Hay mucha gente que arregló, a mí me ofrecieron 30 mil dólares, pero no acepté. Quiero que se haga justicia y que mi hijo cobre lo que corresponda”, comenta.

Entre viaje y viaje conoció la corrupción y la flexibilidad laboral que rodeaba la tragedia. La empresa Dinamus, afirma, le hizo firmar una renuncia en blanco a Torres. “En su momento esta empresa negó que él estuviera trabajando. Hicieron parecer que él había dejado de trabajar 20 días atrás. Lo vi en la causa: ¿qué hacía Pablo Torres ahí?, preguntó el fiscal. Y los abogados de Dinamus ponían: “Que siendo que trabajó tanto tiempo fue a ver a compañeros...”.

Pérsico agradece a la Secretaría de Emergencia Nacional paraguaya, que la acompañó en ese instante, cuando los abogados de la empresa dijeron que no sabían que Torres tenía un hijo. “Y sí sabían, porque se habían presentado los papeles, incluso en el IPS. O sea que estaban mintiendo. Los de Emergencia les dijeron: ‘Miren que esta gente va a seguir y van a hacer juicio, así que digan la verdad’. Ellos se retractaron de todo”, recuerda.

Tuvo cuatro abogados y todavía no sabe a quién reclamar, pese a que gastó 12 mil pesos en total. La última vez que estuvo en Paraguay fue hace dos meses y medio. Hacía un año que no cobraba. “Antes llamé al IPC para contarles que había quedado embarazada y no estaba en condiciones de viajar. Me decían vení que vas a cobrar. Cuando fui no había plata y dijeron que cada tres meses tenía que presentar certificado de vida y residencia de Demián en Paraguay para poder cobrar. Me hacen viajar pero ellos saben que el chico vive acá”, insiste.

En un momento de la charla, Pérsico tira una cifra. “Tengo entendido que hay 132 millones de dólares en un banco a nombre de las víctimas. Lo vi en la causa”, jura. Por ahora, no vio ni un peso de esa indemnización. “Muchos cobraron 10 mil dólares y con eso, que es mínimo, se tuvieron que conformar. Allá no hay clase media. Tenés la gente que come y la gente que no come”, asegura. Sin kiosco y con las cuentas en rojo, Pérsico se dedicó a alquilar cuartos de su casa y a las changas de enfermera.

Mientras su hijo se dispone a participar de la marcha en reclamo de justicia, Pérsico recuerda, en voz baja, que lo llevó al entierro y tuvo que sacarlo porque el niño se deshacía en llanto. En ese viaje también visitó las ruinas del supermercado, donde se erigió un santuario. “Era impresionante el olor a carne quemada”, dice. “Ver el lugar era como imaginarme una película. Me imaginé que había muchas familias sentadas, muchos chiquitos, todos en el patio de comidas. Cuando fue la primera explosión, la gente quedó carbonizada sentada. Fue tremendo”.

–¿Cómo cree que afectó a la sociedad paraguaya la tragedia?

–La gente lo ve como un crimen. Golpeó a todos. A los que tienen plata también. Ellos se dieron cuenta de que todos acá sobre la Tierra tenemos el mismo precio.

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