SOCIEDAD › LAS INSóLITAS FIESTAS PROTAGONIZADAS POR PERSONAJES RESCATADOS DEL OLVIDO
Pablito Ruiz o Los Sultanes. King Africa o Donald. O Sergio Denis. O Johnny Tolengo. Y público de 20 o 30 años. Las Bizarren Miusik Parti, un fenómeno de lo bizarro y lo retro.
› Por Soledad Vallejos
Una paradoja recorre la noche porteña: la renovación del boliche llegó de la mano del pasado. Claro que la idea habitual de disco o salida puede entrar en crisis cuando se trata de citas mensuales (aunque agoten dos mil quinientas entradas, o hayan llegado a las ocho mil otra vez), y en las que lo importante es la música, sí, pero sólo a condición de que sume show y permita jugar. Tampoco podría decirse que se trata de una discoteca tradicional cuando la concurrencia, en lugar de recurrir a los afeites de embellecimiento habituales, se trajea como Superman, inventa una estructura para convertirse en mesita de luz o bola de boliche, o recurre a tan llamativos como posiblemente nada cómodos looks de caramelo Sugus o Pac Man. Que el evento en cuestión haya sido bautizado Bizarren Miusik Parti (www.bizarren.com.ar) algo dice.
La fauna asiste a la aparición estelar del pasado, que vuelve, pero no solamente para rescatar el concepto del número vivo (¡!), sino también para revolver, con descaro, el arcón de la cultura pop argentina. Un clima así es el único que permite exhumar el espíritu festivo que, dicen los adoradores del fenómeno, en las discotecas fue enterrado hace rato. A lo largo de toda la noche, artistas y estéticas de los tardíos ’80, de los ‘90, clásicos nacionales de los ’70 son ovacionados por... veinteañeros, vale decir, chicos y chicas que difícilmente hayan asistido a su debut, suponiendo que ya hubieran nacido. Hasta los one-hit-heroes locales más olvidados, esos fenómenos de ventas y de discotecas en las que bailaron su adolescencia los actuales treintañeros, encuentran públicos inimaginables, compuestos por los que entonces eran sólo niños (en el mejor de los casos) y ahora son jóvenes adultos, y hasta comienzan a reconstruir carreras de su mano.
Había una vez una movida nocturna en la que había ganado lo previsible: el afán de ser fa-shion, la busca de la pose cool, el baile al son de una música indiscriminadamente electrónica y el aburrimiento que ni horas de permanecer en el boliche podía paliar cuando la suerte no acompañaba. Entonces, Nicolás Cors, un chico que trabajaba en una empresa metalúrgica, quiso probar cómo era organizar una fiesta pequeña, reservada a los conocidos. Eso fue en 2006. Ahora, a unos días de la versión “Todopoderosa” de la fiesta, que ya agotó cuatro mil entradas para el viernes 16 a fuerza de ofrecer shows (Willy Polvorón, La Nueva Luna, Pablito Ruiz, Amar Azul, Los Sultanes), pero también servicio de transporte en tren de la alegría desde el Abasto hasta Pompeya, recuerda que los inicios fueron tímidos. “A todos mis amigos, cuando los invitaba, les decía que tuvieran cuidado con la gente que invitaban”, recuerda Cors. También dice que tenía miedo. ¿De qué? “¡De que se aburrieran por no entender la onda! No era habitual que en una fiesta pasaran Johnny Tolengo, Carlitos Balá, Clericó con Cola, Pablito Ruiz, King Africa, Jazzy Mel, Machito Ponce, Tremendo, Donald...”
La prueba inicial fue tan divertida que hubo una segunda vez, y luego siguió una tercera y otra... A dos años de la decisión de dar estabilidad al formato, las Bizarren son de todo menos eventos improvisados: las entradas se venden por el mismo sistema que las de los grandes eventos, las ¡siete horas! de fiesta están guionadas de cabo a rabo, se preproducen durante un mes, dan trabajo a cincuenta personas a lo largo de esa noche; el formato es contratado por algunas empresas para sus fiestas institucionales, y también ha comenzado a viajar al interior. ¿La fórmula del éxito? A la animación que el anfitrión (el propio Cors, en su encarnación del Capitán Kors) realiza echando mano de tramoyistas y técnicas circenses, se suman un rincón de juegos (el sapo, el tejo...) y la participación constante, desatada del público. “Chetos, cumbieros, rockeros, en la fiesta son todos iguales”, acota Cors, que todavía se asombra ante las bondades democratizadoras del espíritu lúdico.
–¿Por qué este público se fanatiza con una estética y unos artistas tan anacrónicos para ellos?
–A mí me cuesta entender cómo puede disfrutar de Johnny Tolengo alguien que nunca lo vio, pero lo veo y es así. Se genera una cosa de camaradería, de que más allá de que ni lo vivieron ni saben qué es, lo festejan igual todo. En parte imagino que debe haber algo como hereditario: de alguna manera ellos también disfrutaron, o disfrutan ahora lo mismo que sus padres o hermanos mayores. O también puede ser que en este país todo tiempo pasado fue mejor, y estamos mirando para atrás. Claro que no sólo es de ahora: a fines de los ’90 estaban de moda las fiestas ochentosas...
Hace un par de años, Pablo, un contador que andaba por los 20 y tantos, se había lesionado un tobillo y estaba con muletas. “Y con unos amigos vimos que había una fiesta, que iba a estar Alcides, y dijimos vamos a ver qué onda. Yo mucho no podía hacer, claro, pero cuando llegamos y vimos todo nos moríamos de risa. De la nada, me salió una euforia de adentro, empezamos a saltar, todos estaban disfrazados. Yo estaba con las muletas al hombro, alguien se las pasó a Alcides, ¡Alcides autografió las dos! Era todo extrañísimo: nunca hubiéramos pensado escuchar a esos artistas, esos personajes que creías que ya no existían, verlos en esos lugares...” Pablo, de más está decirlo, es uno de los fanáticos irreductibles del evento. Aunque ya no tenga las muletas: “Las había alquilado, no sabés cómo me arrepiento”. “¿Qué diferencia estas fiestas de ir a bailar?”, repite Laura, politóloga, poco menos de 30, adoradora Bizarren, y en dos segundos replica que “es como llegar a un casamiento a las 4 de la mañana, sólo que es así toda la noche. Es el antiboliche. No hay un código de ir divina, la idea es ser ridículo. Uno no puede hacerse el langa o la divina si está bailando Cacho Castaña...”.
Hace poco más de trece años Martín Laacré bajó de los escenarios con la idea de no volver a subir. Siendo King Africa, cargaba con los hitazos Salta y Póntelo pónselo a cuestas, le incomodaba sentirse en ese sector vendedor (su consagración mainstream fue tocar en Ritmo de la noche primero y en Viña del Mar luego; desde allí estalló: Latinoamérica, Europa y hasta promesas de carrera en Norteamérica), pero nada prestigioso de la industria de los ’90 en el que se sentía hermanado con Jazzy Mel y Machito Ponce (ambos, dicho sea de paso, nuevas estrellas Bizarren). Dice “éramos bastardos de la música”, y agrega que por eso cuando le propusieron volver a cantar como una de las atracciones de estas fiestas, dudó. “Tenía recelo de tocar en Argentina, no quería. Pensaba: ‘¿Subir para qué? ¿Para que se rían de mí?’”. Pero un día bajó la guardia y probó. Con misma estética y mismos hits, encontró un nuevo público tan fervoroso que, en julio de este año, cruzó a Chile y tocó para nueve mil personas, teloneó a Technotronics (stars indiscutibles de la escena disco de los tempranos ’90 con Pump up the jam), fue convocado para registrar un tema para la Selección de fútbol...
“Gracias a Internet, también. De hecho, tengo mi estructura armada en base al blog”, acota con la certeza de quien sigue de cerca la cantidad de visitas al sitio (http://kingafrica.blogspot.com), también alimentado con materiales aportados por fans anónimos. “La primera fiesta. Fue increíble. Se ríen conmigo, no de mí. El fin de semana pasado fue la fiesta en Bahía Blanca, y me bajé del escenario y charlé con la gente, me saqué fotos con montones de personas. Está bueno sentirse querido.”
–Este público de veinteañeros era inimaginable para King Africa.
–Totalmente. Hace muchos años, iba a ser tapa de la revista 13/20, y tuve que ir a hacer las fotos a Costanera. Al lado, en Coconor, había una colonia de vacaciones de chicos de 4, 5 años. Cuando les dijeron que éramos los de “Salta, salta”, se volvieron locos... si a esa edad de entonces le sumamos el tiempo que pasó, mi público actual son ellos.
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