SOCIEDAD
› MUESTRA DE LA HISTORIA IMPOSITIVA
Cuando hasta los perros pagaban impuestos
Si vivía cerca de la Plaza de Mayo, el dueño del perro pagaba más. También oblaba un impuesto el titular de una bicicleta y aquel que en el frente de su casa tenía una chapa con la numeración. Todo puede verse en una muestra sobre los impuestos de la Dirección General de Rentas.
› Por Eduardo Videla
Aquel vecino que viva dentro de las seis cuadras de la Plaza de Mayo y sea dueño de un perro deberá pagar un impuesto de quince pesos, y si está fuera de ese radio, el gravamen será de seis pesos. También el que posea una bicicleta tendrá que abonar un derecho de 10 pesos anuales. Y a la hora de pagar, también habrá que afrontar un derecho por la chapa que indica la numeración frente a cada casa. No se trata de nuevas imposiciones del Fondo Monetario ni de un delirio del Gobierno por aumentar la recaudación. Son las exigencias impositivas que estuvieron vigentes en algún momento de la historia de Buenos Aires y que hoy pueden verse en la muestra “El impuesto y la ciudad. Un recorrido histórico de 1840 a 2002”, que se exhibe en la Dirección General de Rentas, de Suipacha y Viamonte. Las imágenes ayudan a comprender por qué el afán recaudador de los gobiernos siempre fue antipático para los contribuyentes y cómo, en muchos casos, tuvo una cuota de arbitrariedad. También se puede entender, de paso, que no siempre el tiempo pasado fue mejor.
Las boletas más antiguas que pueden verse en la muestra corresponden a 1841, época en que el brigadier general Juan Manuel de Rosas era el hombre fuerte de Buenos Aires. Por entonces se pagaba la “contribución de serenos”, aquellos personajes encargados de encender los faroles de alumbrado público cuando oscurecía y de apagarlos al amanecer. Y las boletas daban cuenta de las feroces diferencias políticas de la época: “Viva la Confederación Argentina, Mueran los Salvages Unitarios” (sic). Esas consignas se hicieron más irracionales a medida que decaía el gobierno rosista, como lo demuestra la leyenda en un impuesto de 1951: “Muera el Loco Traidor Salvage Unitario Urquiza”.
El servicio de serenos funcionaba en Buenos Aires desde la época de la Colonia, pero en 1934 se estableció el impuesto para sostenerlo, que era cobrado por “una comisión de ciudadanos”. Los grandes negocios pagaban diez pesos, las casas con patios y escalera 3 pesos, y los cuartos de familia a la calle, 1 peso por mes. El grupo de serenos desapareció de la ciudad en 1872.
De la época de Rosas también son los impuestos al perro: un decreto de 1845 establecía una patente de 15 pesos para los animales radicados a seis cuadras de la Plaza de Mayo (por entonces, de la Victoria) o de 3 pesos para los que vivían en casas de zonas rurales. En esa época, el problema no era la caca de los perros. “Desde los tiempos de la Colonia, constituían una amenaza por la existencia de la rabia. Su reproducción se favorecía por la facilidad para conseguir alimento, por la actividad de los saladeros”, explica a este diario Lidia González, del Instituto Histórico de la Ciudad.
Otros documentos de 1876 refieren ya la existencia del impuesto de Alumbrado, Limpieza y Barrido: una boleta con filigranas y el escudo de la Municipalidad, con el importe escrito de puño y letra por el cobrador para cada uno de los rubros (alumbrado, limpieza y barrido) y la suma del total. De 1873 quedó como testimonio un impuesto a la Policía de Seguridad, y de 1872, una tasa de sereno y alumbrado, con valores diferentes si la iluminación era a gas o a kerosene.
En 1901 no había autos en Buenos Aires y por eso aún no existía en impuesto automotor. Pero pagaban patente los carruajes y también las bicicletas y velocípedos (aquellos llamativos rodados con una rueda delantera gigantesca). Un vecino de Venezuela 715 pagó ese año 5 pesos por su bicicleta. Si no lo hubiera hecho, se exponía al secuestro del rodado y su depósito en un galpón municipal.
De 1902 hay constancia de otro curioso impuesto pagado por un vecino de Guevara 1459: un peso moneda nacional “por la chapa de numeración, del corriente año”. Y del 1900, un “derecho de contraste de pesas y medidas”, o para decirlo en forma sencilla, un control de las balanzas en los comercios. Lo que no está en imágenes, pero se cuenta en los textos redactados por la investigadora Ivana Ratner, es el paisaje de la esquina conocida hoy como Suipacha y Viamonte, donde se levanta la Dirección de Rentas: un arroyo corría desde Rivadavia hasta el río, y lo cruzaba un puente conocido como “de los suspiros”, porque era el sitio elegido por los enamorados. Suspiros menos románticos hubo tiempo después, cuando se tapó el canal y se levantó allí el Banco de Empeños, frecuentado por burreros y jugadores empedernidos. Allí se construyó, a principios del siglo XX, el actual edificio, el mismo donde hoy se realiza la exhibición, de lunes a viernes hasta las 15.30.
La muestra se organizó a partir del aporte de dos coleccionistas privados, Eugenio Berisso y Alfredo Luis Fernández. “Parecía impensable unir el trabajo de Museos y el de Rentas, era una fórmula tan difícil como juntar el agua y el aceite”, explican la directora de Museos, Mónica Guariglio, y el titular de Rentas, Alejandro Otero. “La idea es sacar los museos al espacio público y acercarlos a la gente”, dice Guariglio. Y destaca que desde que se inauguró, esta semana, mucha gente se acercó a ofrecer viejos recibos de sus antepasados.
Radiografía de aspectos poco conocidos u olvidados de la vida cotidiana porteña, la exhibición pretende divulgar documentos que revelan el esfuerzo de los vecinos, a lo largo de la historia, para construir y sostener la ciudad. Y de paso, paliar en alguna medida el mal humor que genera ponerse al día con los actuales impuestos.