Lun 02.12.2002

SOCIEDAD  › CELIA MARTINEZ, DEL CUERPO DE DELEGADOS DE BRUKMAN

“Donde se levanta una mujer, ningún hombre se cae”

Fue ama de casa casi toda su vida, “apenas salía”. Hace diez años entró a la Brukman y hace 10 meses se descubrió como una de las líderes de la toma. En este diálogo, hace un sincero recuento de los problemas que tiene una madre para balancear familia, trabajo y política, cuenta lo que aprendió en la acción y explica sus ideas y dudas sobre el futuro de este país.

Por Washington Uranga y Natalia Aruguete

–¿Qué cambió a partir de la toma de la fábrica?
–Hay una diferencia abismal en el salario. Porque nosotros recibíamos, los primeros tiempos, 100 pesos por semana. Después fueron bajando los vales a 50 o 70 pesos. Según la patronal, esas variaciones dependían de las ventas. El último viernes, antes del 18 de diciembre, habíamos recibido dos pesos. Yo gasto siete pesos por día sólo para viajar. Eso hizo que se desatara todo lo que pasó después del 18. Pero hasta ese momento nuestro salario no contaba. Después de la toma de la fábrica, empezamos con vales de 50 pesos, teniendo en cuenta nuestra inexperiencia para la venta. Además, tuvimos que levantar la deuda de la luz, que eran siete mil pesos. Y del gas, otro tanto. Eso hizo que los primeros vales fueran de 50 pesos, de 70, a veces de 30. En ese momento sabíamos que la lucha iba a ser dura y no estábamos seguros de salir adelante. Salir a la producción después de estar un mes acá adentro... todo era muy difícil. Hasta que vimos que podíamos y empezamos a organizarnos. Ahora, el sueldo es de 150 pesos por semana.
–¿Recibieron ayuda?
–Lo hicimos solos. La ayuda que tuvimos y tenemos es a nivel humano. La gente que nos apoya en las marchas, algunas asambleas que nos acompañan a la Legislatura. También hay abogados de distintas ramas políticas que nos apoyan, además de nuestros propios abogados. La lucha fue más política, ya que ninguna de nosotras es militante de ningún partido político. Todo lo que vamos aprendiendo lo aprendemos sobre la marcha.
–¿Fue necesario “politizar” la lucha para salir adelante?
–Sí. Sabemos que si lo que estamos buscando no se da, es por falta de decisión política. Si hubiera una decisión política favorable a nosotros, ya estaría estatizada la empresa, que de hecho es del Estado porque la patronal le debe muchísima plata. También es política la decisión de no estatizar.
–¿Qué están haciendo para conseguir que la decisión política sea favorable a ustedes?
–Estamos luchando, como podemos y con las armas que tenemos, en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora nos están exigiendo que legalicemos la situación a través de una cooperativa. Si legalizamos nuestra situación podrían expropiar la empresa por dos años y darnos la maquinaria a préstamo durante esos dos años. Nosotros aún no nos decidimos a aceptar eso. Porque nuestra propuesta es otra, no la de crear una cooperativa. Además, los legisladores están decididos a no darnos más que un préstamo de la fábrica y nosotros eso ya lo tenemos: hace diez meses que tenemos la fábrica. Estamos acá adentro produciendo y damos las respuestas que el Gobierno no da.
–¿Qué respuestas no da el Gobierno?
–Si hubiésemos quedado en la calle, a nosotros no nos habrían dado ninguna respuesta. Estaríamos en un piquete o llorando en casa. Estaríamos viviendo de la ayuda de los familiares. Pero ésa no es vida. Uno está sano y puede trabajar, aunque sabemos que no hay fuentes de trabajo abiertas, que todas las puertas se fueron cerrando. Se hace muy difícil para gente como yo, que ya tengo 48 años, y para otras compañeras, que tienen 50, 60 y hasta más de 70. Nosotras no hubiésemos conseguido trabajo en ningún lado. Y el Gobierno difícilmente nos hubiera dado un Plan Trabajar, porque para eso hay que ir a hacer mérito a algún grupo de desocupados y tener muchos meses de marcha para demostrar que uno se merece los 150 pesos del plan. Nosotros pensamos que habernos quedado acá y tener la fábrica como la tenemos fue la mejor manera de lograr algo. Hasta podría decir que la tenemos legalmente, aunque muchos no lo entienden. Porque en el momento del desalojo, que fue el 16 de marzo, un juez dio la orden de desalojo pero después retiró la orden y declaró que no somos usurpadores, sinoobreros que estamos cuidando la fuente de trabajo. Ese juez nos dio legalidad para estar acá. Suponemos que otro juez no nos puede quitar esa legalidad.
–¿Qué pasaría si otro juez les saca esa legalidad?
–Sería un gran problema político, porque es todo política. Tampoco se decide Ibarra a desalojarnos porque tendría un gran costo político. Brukman viaja a todo el mundo con su historia. Tenemos donaciones de Francia, sabemos que se habla en Bélgica, en Alemania y en España. Sabemos que en todo el mundo está instalada la lucha de esta fábrica. Eso nos da fuerza para seguir peleando por lo que queremos, que es aceptar una expropiación pero con las mejores condiciones para nosotros. No una cooperativa vacía.
–¿Con qué herramientas están discutiendo en la Legislatura?
–Presentamos un proyecto con varios puntos. Pedimos la expropiación completa de la empresa, con la maquinaria incluida. No queremos la maquinaria en comodato, la queremos para nosotros. Que participe el Gobierno si quiere. Queremos que se nos garantice un sueldo mínimo de convenio, porque ahora estamos vendiendo pero habrá momentos en los que no se va a poder vender. Nosotros demostramos que podemos mantener la fábrica en marcha, pero eso no nos garantiza nada. Además, esta ropa es cara y no se vende tanto como una ropa común. Por eso pedimos un subsidio de 150 mil pesos para diversificar la producción y hacer un tipo de ropa más accesible al público. Estos son los ejes que estamos persiguiendo y creemos que lo vamos a conseguir.
–¿Tienen miedo?
–Yo personalmente no tengo miedo. No sé mis compañeras. De hecho estamos acá y eso demuestra que no tenemos miedo. Tenemos cuidado por algunas cosas, pero creo que ninguna tiene miedo. A veces viene gente que mira mucho y no compra nada y hace preguntas que no tienen relación con la compra. Con esas cosas tenemos desconfianza. De hecho, somos muy desconfiadas. Pero miedo no, dudo que alguien tenga miedo.
–¿Que la lucha de la fábrica esté en manos de mujeres le dio alguna particularidad a esta fábrica a diferencia de otras?
–Puede ser, porque la mujer desde siempre fue muy luchadora. Pero en este momento se destaca más la lucha de las mujeres, esta más vigente. Se está reconociendo que las mujeres podemos y sabemos trabajar. Y podemos tal vez hasta dirigir un país. Eso se está poniendo más a la vista, porque cuando un padre de familia queda sin trabajo, la mujer sale a la calle y hace lo que puede y lo que no puede, para conseguir la comida para sus hijos y seguir adelante. Hay un dicho: “Donde se levanta una mujer, ningún hombre se cae”. Eso es cierto.
–La toma de Brukman se da en un momento muy particular...
–Sí.
–¿Hubiera sido posible tomar la fábrica en otro momento político, por ejemplo, durante el menemismo?
–No creo. Pienso que sin querer caímos en un momento en que se levantó el pueblo, cayó un presidente, cayeron dos. Y todo eso fue favorable para la toma. La salida de toda la gente a la calle, las asambleas... eso hizo que toda nuestra lucha se instalara más en la gente, en la calle, y que se nos diera más apoyo. Porque la gente estaba muy enojada y eso fue decisivo. Y no sé si en otro momento hubiera sido lo mismo.
–¿Qué cambió en relación con sus compañeros y qué cambió en usted en esa relación?
–Antes nosotros no teníamos mucho contacto entre compañeros. Nos veíamos en el pasillo o en la entrada, a la mañana. Tampoco entre compañeros del mismo piso (yo soy del tercer piso) teníamos mucha comunicación. Las charlas eran muy por encima y se daba con tres o cuatro compañeras. Pero nada más. No había una comunicación fluida y tan a fondocomo ahora. Ahora hablamos de todo, de la familia, de los hijos. Se habla de las miserias y de las grandes cosas. Todo se habla y se ve, también. Estamos conviviendo muchas horas. Ya llevamos diez meses de lucha y de estar todos juntos. Además, estar en los momentos de tensión que pasamos...
–¿Cuál fue el momento de mayor tensión?
–El día del desalojo. Yo llegué cuando las compañeras estaban afuera peleando por volver a entrar. Algunas lloraban. ¡Yo tenía mucha bronca! Les decía a las compañeras: “¡No lloren! No sean mariconas, porque no es momento de llorar”. Todo eso me dio más fuerza y más capacidad de entendimiento con las compañeras y conmigo misma, porque yo ni me soñaba haciendo lo que estoy haciendo.
–¿Qué cosas hace ahora que no pensó que haría?
–Yo no tenía idea que podía enfrentarme a la policía. Pararme frente a uno de ellos e insultarlo, como el día que fuimos a apoyar a los compañeros de Metrovías. Cambió mucho todo. Nos sentimos mucho más solidarios. Nos ayudamos entre nosotros. Si uno no tiene algo, el otro sí... siempre está la solidaridad de por medio.
–¿Cómo era usted antes de empezar a trabajar en Brukman, hace diez años?
–Hace diez años yo estaba en mi casa. Cuidaba la casa, a mi marido, a mis hijos. Yo tengo cinco hijos. Todavía no tenía nietos en ese momento, pero me ocupaba de la casa y eso era mucho. A veces pasaban dos o tres meses y yo no salía a la calle. Siempre estaba en casa. No soy de salir mucho y no me preocupaba por salir. Yo vivía prácticamente encerrada en las cosas de la casa, siempre haciendo algo. No sé si era una vida normal, porque no salía, no visitaba a mis hermanas.
–¿Y cómo se ve hoy, después de la toma?
–Mi vida cambió desde que empecé a trabajar: salir todos los días, aprender cosas nuevas. Para mí esta fábrica fue descubrir cosas de las que yo no tenía ni idea. Empecé a hacer trabajos que no sabía hacer. Y cuanto más aprendía, más quería aprender y más preguntaba. Llegó un momento en el que pasaba acá adentro once horas y no me pesaban. Además, eso tenía su recompensa. En ese momento se pagaba muy bien. No teníamos problemas de sueldo y eso te incentivaba. ¿Ahora? Estoy acá y pienso seguir porque es lo mejor que me pasó. Porque es ver que puedo estar acá y salir a la calle y contar mi historia, contar la lucha de Brukman. Acompañar a los piqueteros, ver cómo son. Ver que son personas como nosotros, pero con otra manera de ver las cosas.
–¿Qué le aporta tener contacto con otras organizaciones?
–Todas esas son cosas que vas aprendiendo. Ves de cerca muchas cosas que a lo mejor siempre la viste un poco más lejos. Y ahora sentís casi que te tocan. Ver las mujeres que van con sus hijos a las marchas, reclamando un trabajo digno, un salario genuino. Eso te hace ver que el país no está bien. Si yo hubiera estado en mi casa, esto lo hubiera mirado por televisión. Y no me hubiera metido en nada. Estar acá en lucha, salir a la calle y compartir todas esas cosas te hace saber que tenés que hacer algo más para seguir adelante. Tratar de compartir esta fuente de trabajo para que muchos más puedan entrar a trabajar acá con nosotros. Esa gente que viene y nos apoya supongo que debe tener la esperanza de tener alguna vez un puesto de trabajo acá.
–¿Qué reacción tuvo su familia a partir de su lucha en Brukman?
–Mis hijos varones dicen que estoy loca. Me dicen: “¿Vos no pensás en lo que pasó en los años setenta?”, por los desaparecidos. Yo no tengo miedo y me parece que no es el mismo caso. Aunque se podría dar esa situación, ¿por qué no? Pero no tengo miedo. Ellos nunca vienen a una marcha o a un festival. No participan en nada.
–¿Y usted cómo se siente ante esa actitud de sus hijos? –Yo pienso que ellos se hacen los tontos para decir que... no es que no me quieran escuchar, pero cuando yo empiezo a hablar cambian el tema de la conversación, para hacerme olvidar. La que más participa es mi hija más chica. En el verano estuvo en todas las marchas, todos los días vino acá hasta que empezaron las clases. Cuenta en la escuela lo que hacemos. Me apoya un montón. Mi marido también, aunque está un poco decaído porque yo ya no le puedo hacer la comida. Yo salgo a la mañana y vuelvo a la noche. El trabaja de noche, así que casi no nos vemos. Pero me ayuda.
–¿Cómo cree que se sienten sus hijos?
–El otro día mi hija me escribió una carta en la que me decía: “Si vos te preocupases menos por las cosas de la fábrica, yo te podría contar muchas cosas”. Hay momentos en que yo llego muy tarde y ella se quiere ir a dormir... a veces no podemos hablar, si no es un sábado o un domingo.
–¿Estas dificultades para dialogar con sus hijos la hacen dudar sobre la lucha en la fábrica?
–A veces me pregunto si todo lo que estoy haciendo vale. Si dedicar tanto tiempo y dejar cosas de mi familia sirve para algo. Si esto llega a buen puerto, creo que va a servir. Pero a veces me lo cuestiono un poco. Tengo una nieta de ocho meses a la que veo poco y nada. A veces eso te hace aflojar un poco. Pero después sacudo la cabeza y digo: “¡No. Esto es lo mío!” Y tengo que estar.
–¿Su marido la escucha?
–Sí. Y me pregunta mucho. Y me aconseja. Como siempre trabajó en fábrica, me dice qué podemos hacer y que no conviene que hagamos. “Poné estos argumentos cuando vas a discutir a la Legislatura”, me dice. Esas cosas hacen que uno se sienta apoyado. Aunque el apoyo es mínimo, porque mis otros hijos ni me escuchan.
–¿Usted cree que la relación con su marido cambió a partir de la lucha en la fábrica?
–Nosotros siempre estuvimos muy unidos. Hace 33 años que estamos casados. Antes era yo la que le aconsejaba qué hacer, cuando trabajaba él solo. Siempre charlamos mucho sobre el trabajo. Cuando trabajaba en fábrica, me contaba las cosas que le pasaban. Ahora me tocó a mí ir a contarle a él lo que me pasa. Pero yo siento que la relación siempre está igual. Ya hace tanto que estamos casados que hay cosas que ni hace falta hablarlas.
–¿Qué cree que tendría que pasar en este país para salir de la crisis?
–(Hace silencio.) Yo te podría decir un montón de cosas que no debería. (Sonríe.)
–¿Por qué no debería?
–Porque hay cosas que... te podría decir que el pueblo se tendría que levantar. Eso sería lo justo. Vemos cómo vienen las campañas políticas. Y sabemos que no va a haber cambios. Una señora piquetera me decía hace unos días: “¿Para qué vamos a votar? Si está el hijo de puta y sube el pichón del hijo de puta”. ¿Si vuelve Menem qué hacemos? ¿Vamos a tener más de lo mismo o vamos a estar peor? ¿Va a venir a la fábrica y nos la va a sacar para privatizarla? Si la estatizamos ahora o si la expropian, qué va a hacer, si vendió todo nuestro país. Si viene Rodríguez Saá, ¿tenemos la seguridad de que va a manejar el país como maneja San Luis? Yo siempre fui peronista, pero con toda la decepción que generaron Duhalde y Menem... Uno se pregunta si debería haber una revolución y volver a empezar todo de nuevo. ¿Pero se podrá ver este país en ruinas por una revolución?
–Tiene más preguntas que respuestas...
–La solución sería que venga un gobierno de trabajadores, pero no como el de Lula, que se alió con un capitalista como su vicepresidente... aunque nuestro país no está preparado para eso. ¿Cómo llegar a eso, con más lucha, más miseria, más desempleo? No sé hasta cuándo la gente va a aguantar. Lo que sé es que la solución no va a salir de estas elecciones.
–¿Por qué sabe tanto sobre el panorama político nacional e internacional?
–Yo antes noticieros no miraba. En problemas políticos no me metía. Iba del brazo de mi marido a votar y listo. No tenía la decisión política de estudiar a un candidato, preguntarme qué hizo o que no hizo por el país. Todo lo pasábamos por encima. Antes no tenía por qué preocuparme. Hoy lo discuto todo el tiempo con mi marido. A tal punto, que de tanto hablar él ya no es más peronista. Ya no tiene la fe ciega de antes. Cuestiona más. Ese tema lo discutimos cuando llega de trabajar a las cuatro de la mañana y yo me levanto para venir a la fábrica. Lo que está pasando en el país y lo que nosotros estamos pasando como fábrica nos obliga a saber más. Por ejemplo, tenemos que saber que Enrique Rodríguez (legislador porteño) es el que corta el bacalao en la Legislatura, donde vamos a discutir. El dice que es imposible la estatización. Pero qué le podemos pedir a él si fue el que hizo la reforma laboral en la época de Menem.

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