SOCIEDAD
Una guerra de palabras en la final del campeonato mundial de scrabble
Los fanáticos del juego siguieron el torneo que disputaron en un hotel de Buenos Aires 54 expertos de países de habla hispana. El vencedor fue un venezolano. Aquí, una crónica para leer con el diccionario.
› Por Horacio Cecchi
Palabras más, palabras menos, el vértigo se desató en el Salón Dorado del Marriot Plaza Hotel. Diez mil dólares en juego, gritos, aplausos, abucheos, maldiciones, protestas y alguna zuriza ante las propias narices del hafiz, aunque no llegara a mayores. Estaban prohibidas las cadetas e internet, pero sí las aprendizas, mucho mor, mu y cloc. A última hora de ayer, después de dos jornadas agotadoras, los organizadores podían considerar que el encuentro no fue aborrajado. Finalmente, el venezolano Carlos González logró coronarse frente al argentino Rocco Laguzzi, como el nuevo campeón de la especialidad. Nada que ver con lo balompédico. Fue un torneo mundial de scrabble en lengua hispana. Este diario, único tórculo que cubrió el evento, pudo confirmar: nadie se rasgó el casaquín ni terminó nafrado.
El que concluyó ayer fue el sexto campeonato iberoamericano de scrabble en español –el primero que se realiza en Argentina–, en el que participaron 42 jugadores latinoamericanos e ibéricos. Todos defensores a ultranza de la “ñ”. Ni un eubeo, porque, como es bien sabido, hablan en euboico. La organización corrió por cuenta de la empresa Mattel, fabricante del juego, la Asociación Argentina de Scrabble y la Federación Internacional. El encuentro se desarrolló en dos días en los que hubo permanentes atisbos de eutrapelia.
En realidad, todo se inició en el ‘97 cuando un aviso en un diario convocó a un torneo de la especialidad y se juntaron alrededor de medio centenar de fanas. Ese año se organizó la AAS, que anduvo deambulando hasta que en agosto pasado sentaron tablero en Teodoro García 2474, con más de 140 socios, ninguno socairero.
En el encuentro, todas las miradas estuvieron puestas en el domingo. Ayer, después de una trajinada jornada, quedaría resuelto quién sería el poseedor del cetro y, por añadidura, de los 7 mil dólares de premio. El chileno Jorge Carrasco, el venezolano Carlos González, el argentino Rocco Laguzzi y el mexicano Federico Chavira eran los semifinalistas y se enfrentaban para dirimir quién llegaría a la final.
Detrás de una mesa, cinco jurados, todas mujeres, resolvían los entuertos. “Ruñar existe”, dijo Rosita Cassín, presidenta del jurado, mientras tecleaba el verbo en la laptop para confirmar y su colega Hebe Piñeiro firmaba el acuerdo. “Ichal existe”, reveló Alicia Schverdfinger, quien con semejante apellido no podía otra cosa que ser jurado de scrabble.
–¿Qué es ichal? –preguntó desconcertado el cronista que quería evitar a toda costa transformarse en criticastro.
–¿Y qué va a ser? Un lugar donde hay muchos ichos –respondió Cassín. A todo esto, uno de los participantes de la vicésima mesa metía “arrugiras” en el tablero. Sentencia: impugnado. Y “befo” pasó “porque corresponde”.
Finalmente, Laguzzi y González quedaron para la final. Antes se produjo uno de los momentos más álgidos del torneo (el scrabble también desata pasiones) cuando al venezolano González le tocó enfrentar a su compatriota y anterior campeón mundial, Benjamín Olaizola. Este último ya no tenía posibilidades de acceder a la final y González enfilaba derecho hacia el trofeo. Habrá que tener en cuenta que los jugadores de primerísima línea no bajan de un promedio de 500 puntos por partida. Pero en ese encuentro, sugestivamente, Olaizola sumó poco más de 300. No pasó. Primero un murmullo desaprobatorio, después reclamos airados (“le regaló el partido”, decían) terminaron impugnando la partida. La volvieron a jugar y volvió a ganar González, sin discusión. “Jugué para el bien común, que es Venezuela”, reconoció Olaizola a Página/12.
Pero las suspicacias no empañaron el torneo. Y llegó la final. Los organizadores se esmeraron en todo: ambos contendientes se enfrentarían a puertas cerradas, con la sola presencia de un veedor, el jurado y dos camarógrafos que transmitirían las imágenes proyectadas sobre dos grandespantallas en el salón, donde se reuniría el público, más de cien personas. “Se puede gritar, ellos no escuchan”, aclaró uno de los de la asociación.
Resulta difícil describir el vértigo de la partida. Comienza Rocco. “Zallar” estampó. Aplausos en el salón. “Casi un scrabble”, decía eufórica una mujer. González tenía en su atril f, u, r, i, s, o, y dos e. “Esfuerzo”, se escuchaba desde el fondo del salón. “Ya la vio”, decía otro. Y González estampó esfuer-o sin esfuerzo sobre la z de “zallar”. Una joven costarricense llevaba el cálculo de los puntos. Porque, también cabe aclarar, estos fanáticos saben de memoria cuántos puntos vale cada letra y cuántos puntos cada casilla, como ábacos humanos. Mientras en otra mesa del salón, una pareja reproducía en un tablero las jugadas. “¡Uyyy, mirá lo que le quedó!”, dijo una mujer. Se refería a Rocco, que en su atril tenía n, l, s, n. A todo esto, el venezolano se anotó un “nexo”, “ve” y “ox”, con lo que sumaba 81 y desataba la euforia de sus compatriotas.
“No ves que el venezolano tiene más culo que cabeza”, soltó una del público cuando González recibió el segundo comodín. “¿Qué quieres decir?”, preguntó la costarricense. Pero Rocco metió un uppercut con “aseñorea”. “¡Scrrrraaaaabelll!”, gritó una eufórica de edad avanzada que al saltar mostró su henojil bajo la falda. No duró mucho, dos scrabble al hilo de González dieron por terminado el asunto. Por más que Rocco metió “ño”, “ña”, “bolearse” y “ajea”, el venezolano sacudió con “oquedad”, “uce” y “uño”, redujo a curuvica a su contrincante, y se coronó campeón con un triunfo guango. Después, González dio una lición a todos con sus etiqueteras palabras hacia Laguzzi. Al final, todos terminaron a los ósculos.