SOCIEDAD › DE NOCHE, EN CUATRICICLO, HACIA EL FARO QUERANDI
Una travesía hacia la reserva natural y el mítico faro, a veinte kilómetros por hora en cuatriciclo, devuelve una imagen que se parece bastante a aquel lugar que conoció don Carlos Gesell.
› Por Carlos Rodríguez
Desde Villa Gesell
En la oscuridad, los faros traseros y delanteros de la treintena de cuatriciclos dejan una estela de luz que parece un gusano, según dicen los organizadores, o incluso una víbora luminosa que se arrastra en zigzag a una velocidad crucero de 20 kilómetros por hora. Mientras los focos artificiales van marcando una pista de arena, llena de médanos de varias decenas de metros de altura, en el cielo, la escasa luz terrestre permite que luzcan a pleno las constelaciones. El paseo por las dunas, a lo largo de unos 40 kilómetros, une el balneario de Mar Azul con la Reserva Natural del Faro Querandí, en una travesía nocturna que significa una aproximación al conocimiento de una extensión de 5757 hectáreas que se parece, bastante, a la Gesell que se encontró don Carlos, el fundador, cuando llegó a estas tierras en la década del ’30. “Fue hermoso.” “Impresionante.” “Fabuloso.” Esos son los lugares comunes a los que recurren, casi sin palabras para explicar sus sensaciones, los cincuenta turistas llegados de distintos lugares del país que participaron de la aventura.
“Son unos fenómenos. Tres de los pibes se ubican sobre la derecha de los turistas y el cuarto marca el camino al frente de la caravana. Se van turnando a lo largo del viaje, para evitar que haya problemas y para que el viaje siempre sea una fiesta.” Leo, a los 33 años, es el mandamás de la travesía nocturna, supervisando la labor que realizan los veinteañeros Ricardo, Catriel, Alejandro y Ezequiel, quienes arriba de sus cuatriciclos actúan como si fueran los perros ovejeros que conducen a la manada hacia un destino seguro. “Casi nunca hay problemas, pero si alguna de las personas no siguen las reglas, tenemos que intervenir para evitar cualquier problema”, subraya Ricardo, que luce un sombrero blanco, tipo cowboy, dibujado en la noche como si fuera un reflejo de la luna.
La empresa familiar que llevan adelante Leo y su hermano Juan Manuel fue iniciada hace 25 años por su padre, Héctor. “Esto es ideal para los que conducen un cuatriciclo por primera vez. Es seguro, es divertido, tanto en la excursión diurna como en la nocturna (se hacen dos todos los días, de lunes a domingo), aunque la de la noche tiene un gustito especial.” Los grupos son de 30 o 35 vehículos, a lo sumo, y en algunos casos llevan hasta 60 personas. Leo sigue todo desde una camioneta, a la que hace ondular sobre las dunas, siguiendo la huella abierta por los cuatriciclos.
“Las dunas están en permanente movimiento. Nunca podés seguir, a la noche, la misma ruta, siempre zigzagueante, que hiciste a la mañana. Y tampoco podés seguir mañana, la que hiciste hoy a la noche, pero estos cuatro pibes son bárbaros, nunca se equivocan.” La tarea no es fácil, entre la arena por momentos húmeda y bastante firme, o en otros casos seca, blanca y volátil. El viento deja huellas, cortes similares a una secuencia ininterrumpida de pequeñas lomas de burro. La altura de los médanos es irregular y por momentos, los cuatriciclos bajan y suben como si se tratara de la montaña rusa.
La llegada a la reserva abre un paréntesis, hasta el regreso, amenizado con choripanes, hamburguesas y gaseosas, además de los comentarios sobre lo vivido. “Vinimos sobre todo por los chicos, que tienen 12 y 13 años, y que desde que se corrió el Dakar vienen soñando que son (Marcos) Petronelli”, dice una mujer que se vino con su familia desde Paraná, Entre Ríos, y que también se sintió ella misma “un poco” como el argentino que ganó la competencia internacional en la categoría cuatriciclos.
El postre lo sirve Marcelo Latorre, “El Viejo”, un hombre de 61 años que desarrolló su don de anfitrión vendiendo gaseosas, domingo de por medio en cada una, en las canchas de Boca y de River. Marcelo les habla de la flora y fauna silvestre del lugar, de la importancia de la ecología y del Faro Querandí, al que se sube luego de trepar 276 escalones, en el corazón de la que fue la primera construcción de lo que hoy es el partido de Villa Gesell. El faro fue inaugurado en 1922. Además de su breve labor de guía (lleva a los turistas hasta al pie del faro y les muestra una a una las constelaciones), Marcelo, durante el receso del fútbol, se gana la vida vendiendo comida en la playa. Mientras habla, como si se tratara de algo previsto de antemano, el locuaz Marcelo tiene pegada en su hombro una mariposa nocturna y blanca, inmaculada, que parece prestarle atención.
La aventura termina en Mar Azul, lugar al que se regresa, esta vez, no a través de las dunas, sino por el camino de la playa, a una velocidad de 35 kilómetros. “Fue bárbaro el viaje, pero ahora nos quedamos con las ganas de hacerlo en el día, a pleno sol, que también debe estar muy bueno”, afirma el cordobés Marcelo, que llevó en su cuatriciclo a sus dos hijos de 8 y 12 años. La travesía nocturna tiene un valor de 200 pesos por persona y puede contratarse personalmente en la oficina de la empresa G-Rental-ATV, en calle 3 y paseo 150, en Gesell, y también en Mar Azul.
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