SOCIEDAD
› HABLA MARIA ARENAS, LA VIUDA DEL MOTOQUERO ASESINADO POR LA POLICIA
“Murió para que seamos libres”
Lo vio por televisión, ya muerto. El 20 de diciembre, la policía mató de un balazo a su marido, Gastón Riva, padre de tres hijos. “El fue a la plaza porque quería que ellos fueran libres”. Por primera vez, cuenta su historia.
› Por Adriana Meyer
”Mi marido y los que murieron ese día dejaron algo, y me queda el legado de transmitirles a mis hijos que su padre quería que fueran libres. Por eso estuvo en la Plaza.” María Arenas es la esposa de Gastón Riva, el motoquero de 30 años que fue asesinado en Tacuarí y Avenida de Mayo durante la masacre del 20 de diciembre, cuando la Policía Federal reprimió la rebelión popular que expulsó al gobierno de la Alianza. “Vi a Gastón en la pantalla del televisor, lo llevaban colgando y el cronista decía que era uno de los muertos... Pensé que no podía ser, que estaba soñando. No se le veía la cara y me desesperé. Pero reconocí su contextura física, su remera, su riñonera.” A casi un año de los sucesos, Arenas aceptó abrirse ante Página/12 y describir su dolor, los sueños que estallaron con las balas, su esfuerzo por sobreponerse cada día, la dimensión social a través de su propio drama. E imploró por la aparición de algún testigo que haya visto en vivo la escena del crimen.
“Este año nos daban una casa que estábamos pagando en Ramallo. Ahora tengo que explicarles a los chicos que paso todo el día afuera porque tenemos que comer”. Se muestra entera, habla con voz de locutora pero en realidad esta mujer de 30 años, con sus tres hijos –Camila de 9, Agustina de 4 y Matías de 3– duerme poco y mal, y come peor al acercarse el día 20 de cada mes. Ama la radio pero desembocó en ella por la poesía. “Cuando pasó lo de Gastón me sugirieron que hiciera algo que me gustara para salir adelante, para canalizar todo esto que es mucho más que dolor”. Ahora estudia locución en ETER y trabaja como productora en Radio Ciudad. Se había casado con Riva en 1996, cuando ya llevaban cuatro años juntos.
–¿Cómo era Gastón?
–No era un tipo alegre ni amargo, se brindaba con la gente que quería. En casa tenía sus días de rayado, explotaba, pero a los dos minutos estaba haciéndome mimos. Era muy divertido, de ponerle apodos a la gente, jugaba mucho con los chicos. Empezó a trabajar a los 14. Hizo de todo, trabajó en una maderera, en el campo juntando huevos... (se ríe). Como era un pibe le daban esos trabajos de mierda. Siempre cuenta... o sea... contaba, que apenas terminaba de juntar, las gallinas ya habían puesto 200 huevos más. También trabajó en Somisa. Una vez mi suegra me mostró toda orgullosa una foto en la que había salido él en primera plana en medio de un conflicto.
–¿Tenía militancia gremial?
–No, nunca la tuvo. Fue a algunas marchas del Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes (Simeca), porque hacía tres años que trabajaba como motoquero. Es un laburo duro, a comisión, todo el día en la calle, que te abren una puerta... Sabés las veces que volvió a casa lastimado. Gastón trabajaba 12 horas, llegaba a casa, tomaba unos mates y se iba a una pizzería como repartidor. Nos veíamos poco.
–¿Cómo fue aquel 20 de diciembre?
–Todo empezó el 19 a la tarde. Le dije que no fuera a la pizzería, que nadie iba a pedir pizza con el lío que había, ya se escuchaba gente en la calle. Pero él no faltaba nunca. Cada vez estoy más convencida de que las casualidades no existen. Yo nunca cenaba con él sino con los chicos, pero esa noche comimos juntos. Fue como la última cena. Mirábamos por la tele todo lo que pasaba. Me dijo “la verdad Mari que tendríamos que salir a hacer un poco de ruido ¿no?”. Al día siguiente al mediodía hablamos por teléfono y antes de cortar le dije “no te vas a andar metiendo en líos”. Me contestó “dejame de joder”, y me colgó. Fueron las últimas palabras que intercambiamos. Después me enteré que salió de su oficina, por la calle Tacuarí, fue a entregar un sobre por la zona y se encontró con la manifestación. Creo que en el fondo tenía idea de hacer algo, de protestar de alguna manera. Estábamos todos muy calientes. Los chicos me preguntaban por qué la policía le pegaba así a la gente, a las Madres, y yo les decía que eran unos hijos de puta. En un momento lo vi en la tele, reconocí su remera y su riñonera pero como no le podía ver la cara me pusedesesperadamente a buscar esa remera, yo sabía que la tenía para planchar. No estaba. Mi hija me decía “qué te pasa” y le pedí que me ayudara a encontrar la riñonera. Revolvimos todo.
–Necesitabas confirmar lo que habías visto.
–Necesité que me dijeran “falleció”. Toda esa tarde tenía la esperanza de que fuera un error. Llamé al dueño de la mensajería, le conté que lo había visto por televisión... me tomó por loca. Lo buscamos en hospitales y comisarías. Hasta que su compañero vino a casa a avisarme que lo había encontrado en el Argerich. Fue un viaje interminable porque la calle estaba hecha un desastre. Cuando llegué al hospital no me dejaban entrar hasta que una psicóloga me explicó que había fallecido. Estaba desencajada, caí a la tierra, pensé ¿qué le digo a mis hijos? Salí del hospital, llovía pero no sentía nada. Sólo lloraba, temblaba.
–¿Qué pasó después?
–Tuve que ir a declarar a una comisaría, la 23 me parece. Me hicieron esperar. Mientras el quilombo seguía afuera escuché al comisario que les dice a unos canas que “a partir de ahora, pase lo que pase no desenfundamos el arma. Si hay quilombo nos vamos despacito pero no como cagones, con dignidad”. Quise putearlos a todos, pero ya no tenía fuerzas. Esa noche no dormí pero en un momento cerré los ojos y vi entrar a Gastón por la puerta diciéndome “quedate tranquila, ya estoy acá”. Enseguida me desperté. Recién el 21 me dieron el cuerpo. Les dije que lo quería ver, abrieron la bolsa y estaba bien porque la bala que le entró por el tórax lo destrozó pero por dentro. Me volví a descomponer, me puse a gritar. Al día siguiente lo llevamos al cementerio de Ramallo.
–¿Tuviste algún apoyo después?
–Recibí la solidaridad de la gente de Simeca, que me llaman todas las semanas, del Grupo de Arte Callejero, de H.I.J.O.S. Eso me levanta.
–¿Estás conforme con la investigación judicial?
–Quisiera decirle a la gente que vio algo que por favor me ayude porque sobre la muerte de Gastón, de Almirón y de Lamagna hay muy pocos testimonios y muy pocas pruebas. Quiero decirles que ahora el 20 no se queden en su casa. Que estábamos por algo en la plaza, que no dejen pasar la oportunidad de que se haga justicia. El que lo mató no va a poder salir nunca más a la calle tranquilo. Seguro que no va a ir preso pero por lo menos que se le vea la cara y podamos putearlo y escupirlo.
–¿Nadie vio quién disparó contra tu marido?
–No. Yo entiendo que todo fue un caos, que los policías tenían los cascos puestos. Pero aunque sea que hayan visto el contexto, eso serviría. Ese día los motoqueros dieron todo para resistir. Ahora pedimos que nos ayuden, entiendo que hay miedo pero también hay que superarlo.
–Los fiscales acusaron al jefe de los policías que estaban en ese sector, el comisario Sergio Weber, como autor mediato aunque la jueza María Servini de Cubría no quiso indagarlo por esos hechos.
–Entiendo hasta ahí que no le hayan preguntado a (Fernando) De la Rúa por su responsabilidad en las muertes pero no comprendo cómo no le preguntan a Weber, que estaba en la calle.
–¿Qué significado tiene su muerte en el contexto de lo que fue el 20 de diciembre para todos los argentinos?
–Le encontré un sentido, aunque adentro tengo tanto dolor. Gastón era así, le ponía el pecho a la vida. Siempre salía adelante (Le tiembla la voz, los ojos se le llenan de lágrimas). La única manera de pararlo era matándolo. Aunque no parezca hubo un cambio de mentalidad, no muy general ni muy fuerte. Yo estoy distinta y a veces me parece que el aire cambió, que la gente puede pensar distinto, ser un poco más solidaria. Siento que sirvió para algo, que los que murieron ese día dejaron algo. Gastón tenía una sabiduría popular, muy casera, y después de su muerte, hilando cosas me doy cuenta de que el sistema de vida que esperaba para nosotros es el mismo que yo quiero. Me queda como el legado de transmitirle a mis hijos lo que era la ideología de su papá. Y llevarlo adelante como se pueda.
–¿Cuál era?
–Ser libres, sin vueltas. En definitiva, es por eso que estaba en la plaza ese día. No me lo dijo pero estoy segura de que era así.
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