Dom 15.12.2002

SOCIEDAD  › CESAR CIGLIUTTI Y MARCELO SUNTHEIM QUIEREN SER LOS PRIMEROS EN LA UNION CIVIL PORTEÑA

Listos para el sí

Son pareja desde hace cinco años. Ambos son dirigentes de la Comunidad Homosexual Argentina, la entidad que impulsó la flamante ley de unión civil que ellos quieren inaugurar. Aquí relatan cómo vive cada uno su orientación sexual, cómo se lo contaron a sus familias, cómo funciona la pareja. Y cómo cambiarán sus vidas con el reconocimiento legal que tendrá su unión.

› Por Mariana Carbajal

Se conocieron en una Marcha del Orgullo Gay. Marcelo estaba trepándose a uno de los faroles de la Plaza de Mayo para enarbolar una bandera del arcoiris, cuando César lo descubrió y –dicen– quedó flechado. César ya era activista y Marcelo recién comenzaba a empaparse en la lucha por los derechos civiles. El romance oficial comenzaría un par de años más tarde. Hoy llevan más de cinco años de convivencia y quieren ser los primeros en dar el “sí” para inaugurar el flamante Registro Público de Unión Civil que nació en la mañana del viernes en la Legislatura porteña. César Cigliutti es presidente y Marcelo Suntheim, secretario de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), la entidad que peleó durante más de un año y medio para que el proyecto que parecía una utopía se convirtiera en ley de la Ciudad. “Va a tener que pedir mi mano a mi padre”, bromeó César ante Página/12, sin dormir después de la maratónica sesión, y con un hilito de voz apenas audible, por los gritos que dejó en el recinto para darle el último empujón a la histórica votación.
Quedaron tan agotados que ni les quedan fuerzas para expresar la euforia que les sacude el corazón. La única con energía es Rebecca, la perra Samoyedo que completa la familia.
–Todo el tiempo teníamos la sensación de que la votación se caía -confiesa César.
Son las cuatro de la tarde del viernes y el teléfono de la casa que comparten en La Boca, hogar de la pareja y sede de la CHA, no deja de sonar. Son periodistas y productores de radio de la Capital y del interior del país que lo buscan a César para entrevistarlos. Pero él no puede atender porque está ronco. Recordar el momento de la votación, en las gradas colmadas de militantes gays y lesbianas, lo emociona hasta las lágrimas: “Estábamos todos tomados de las manos y cuando se aprobó, nos pusimos todos a llorar”, dice, forzando las cuerdas vocales.
La ley, saben, no es la que hubiesen querido, sino la posible.
–Tiene beneficios pequeños pero concretos. En nuestro caso, vamos a poder estar en la terapia intensiva del otro en caso de internación, una posibilidad que hasta este momento la teníamos negada. Además, no vamos a tener que tramitar un certificado de convivencia en el CGP cada vez que necesitemos presentarlo en algún lado –detalló Marcelo.
–Más allá de los beneficios personales, la ley tiene una dimensión social. Hace más de un año y medio que la venimos peleando. Es la primera ley que se ocupa de nuestras parejas –destacó César.
Comparten vida y militancia. Hace poco más de un año se mudaron a La Boca y están reciclando una vieja y amplia casa de techos altísimos. En la planta baja, funcionan las oficinas de la CHA. En el primer piso, el hogar familiar. En el patio, se ven rastros de la vida de la pareja: de una soga cuelgan un par de pantalones y camisas ya secos, que seguramente planchará César, porque en la negociación por el reparto de tareas domésticas, ésa le tocó a él: Marcelo la odia. El arreglo mínimo es que uno cocina y el otro lava los platos. Y eso no se discute, dicen.
César
Cigliutti tiene 45 años y trabaja hace casi una década en un organismo del Estado nacional. Su jefe, que es el gerente general, sabe de su militancia, pero prefiere que no nombre la dependencia. Antes de dar a conocer su orientación sexual, César fue profesor de Letras en colegios católicos y en la Universidad del Salvador.
Nació en una familia acomodada de clase media de Belgrano. Tiene tres hermanos, dos mujeres mayores que él y un varón, menor. Su padre es un militar retirado antes de la dictadura. Su madre, maestra jubilada. Los dos tienen más de 70 años.
–No tengo un registro de cuando me di cuenta de que era homosexual. Pero sí recuerdo que en la adolescencia me daba cuenta de que me gustaban más mis amigos que mis amigas. Hasta que en cuarto año tuve la certezacuando me enamoré de un compañero. En realidad, no tuve ningún conflicto porque fue tan evidente que estaba enamorado... El problema fue con mi familia. Empecé a no contar qué hacía o con quién salía.
Finalmente, un hecho casual lo obligó a salir del “closet”. Sus padres habían alquilado una quinta durante el verano, donde toda la familia menos él pasaban las vacaciones. Pero sorpresivamente, el menor de sus hermanos regresó a la casa y lo encontró durmiendo con su novio.
–Fue la peor manera de enterarse. Yo ya era grande, tenía como 26 años.
César se vio forzado a hablar con sus hermanas y su madre, quien le pidió que no le dijera nada a su padre. Empezó a militar en la CHA y era amigo de Carlos Jáuregui, fundador y presidente de la entidad hasta su muerte, quien solía visitar su casa. “Todos sabían que era activista menos mi padre. Le decía que trabajaba en una ONG de derechos humanos con Carlos.” Hasta que un día, Mirtha Legrand lo invitó a Jáuregui a almorzar. Como el padre de César veía el programa, la madre decidió llevarlo de compras. “Tenían que comprar una cocina y lo llevó a un negocio de electrodomésticos. Cuando llegaron, había veinte televisores con el programa de Mirtha, mostrando a Jáuregui con el título de presidente de la Comunidad Homosexual Argentina. Entonces, mi vieja me llamó y me dijo: ‘César, me parece que tenés que hablar con tu padre: se enteró ....”.
Recién cuando Jáuregui murió, César resolvió que para honrar su memoria, era hora de dejar la militancia anónima y dar la cara. Así se enteraron en su trabajo.
–Era el ‘96 y con un grupo de la CHA estábamos yendo a la Biblioteca Nacional para presionar en la Constituyente de la Ciudad para que se incluyera la orientación sexual como causal de discriminación. Acababa de morir Jáuregui y habíamos hecho unos carteles con su cara. El diario La Nación nos sacó una foto y en el epígrafe nos mencionó como militantes homosexuales. Mi jefe no leía La Nación, compraba Página y Clarín y pensé que no lo iba a ver. Pero otro gerente se encargó de fotocopiar la nota y dejársela en su escritorio. Una compañera me avisó. Entonces, fui a encarar a mi jefe y le dije que era activista para adelantarme a cualquier planteo. “Me parece muy bien César que defiendas tus derechos”, me respondió. Y me dejó helado.
El hecho de ser activista, en la práctica, le ha permitido gozar de un manto de protección ante actitudes discriminatorias. Sin embargo, aclara, no todas son rosas.
–El decir que sos homosexual puede tener sus beneficios, pero sin dudas tiene sus límites: nunca vas a llegar a ser gerente.
Marcelo
Suntheim nació en Misiones, donde viven sus padres y sus dos hermanos. Se mudó a Buenos Aires cuando terminó el secundario. Tiene 34 años y está terminado ingeniería química en la UBA, la cuarta carrera que empezó: antes llegó hasta cuarto año de ingeniería electrónica, después pasó por la licenciatura en física y por ingeniería aeronáutica. Está desempleado y busca trabajo.
Su definición sexual fue más precoz que en el caso de César.
–Los primeros recuerdos de que me gustaban los hombres son de los 7 u 8 años. Tenía claro que me gustaban físicamente mis amigos de esa edad. El conflicto vino más tarde, cuando alrededor de los 13, mi mamá me empezó a decir que los homosexuales eran degenerados. A partir de ahí me di cuenta de que no lo podía decir.
Su padre tiene 56 años, es obstetra y “muy machista”. Su madre, 54, es partera, y “católica muy practicante, del tipo chupa sirios”.
En ese marco, Marcelo tuvo que ser heterosexual. En plena adolescencia, su hermana mayor le consiguió una novia, con la que empezó a salir resignado, pero de la que finalmente se enamoró. Duró un año y medio.
–A los 24 años empecé a ser gay y me di cuenta de que empezaban otros problemas: buscar lugares para tener sexo, que el sexo era más pasional,que tal vez no tuviera hijos... Y empecé a preguntarme cómo se lo iba a contar a todos.
En su caso tampoco fue una decisión sino más bien una imposición lo que lo llevó a contarle a su familia sobre su homosexualidad.
–Le había alquilado un departamento a un amigo y me lo dejó con una deuda enorme de expensas y teléfono. Le reclamaba el pago, pero en su entorno me empezaron a amenazar con que les iban a decir a mis padres que yo era gay si insistía con cobrar ese dinero. Así que decidí decírselo yo. Lo llamé y se lo dije por teléfono, así me ahorraba el pasaje hasta Misiones por si me echaba. Me sorprendió: se lo tomó serenamente y me dijo que no me preocupara, que eran cosas privadas, que si necesitaba ayuda, se tomaba un avión y venía.
César & Marcelo
Hace tiempo que se consideran una pareja sólida. Por eso, quieren inaugurar el Registro Público de Unión Civil.
–¿Cómo viven la imposibilidad de tener hijos juntos?
César: –Cuando me enteré de que era VIH hace 16 años, archivé la idea. Pero ahora hay técnicas para eliminar el virus del semen. También se puede adoptar, al menos, como persona sola. Pero me di cuenta de que la cuestión biológica me importa.
Marcelo: –Hemos charlado mucho sobre si adoptamos o si lo tendríamos con alguna chica por inseminación artificial. Particularmente, pienso que uno puede trabajar en esa idea a partir de la consolidación de la pareja. Y la posibilidad de la unión civil ayuda en ese sentido.
–¿Cuál será la próxima batalla?
C.: –Tenemos que trabajar a nivel nacional para que en la Ley Antidiscriminación se incluya la orientación sexual. Se lo planteamos a de la Rúa cuando la estaba redactando y se negó. Sería una marca muy importante para poder plantear otras reinvidicaciones legales. Y cada vez que cambie el ministro de Trabajo pediremos por las pensiones.
–¿Qué balance hacen de la lucha de la CHA?
C.: –Cuando empezamos hace 18 años solo un gay podía hablar bien de otro y había uno solo que lo hacía que era Carlos Jáuregui. Si alguien hablaba bien de un homosexual era sospechado de ser homosexual. Ahora si una persona es homofóbica, se sospecha sobre su sexualidad, no digo que sea gay, pero algo le anda pasando. La homofobia está desprestigiada. Ese es un gran cambio. Y esta ley es una muy buena forma de terminar el año.

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