Lun 15.03.2010

SOCIEDAD  › OPINIóN

La secundaria depende de lo que hagamos todos

› Por Adriana Puiggrós *

Es común considerar que el buen profesor es aquel que reprueba a muchos alumnos, y bueno aquel colegio secundario que castiga con dureza a quienes no cumplen con la aprobación del 80 por ciento de las materias. Sin embargo, es necesario analizar la situación, porque respondemos automáticamente reproduciendo las reacciones coherentes con un sistema educativo que descalifica antes que calificar, que expulsa antes que implementar medidas que retengan a los adolescentes, que se enorgullece cuando tiene pocos alumnos pero cumplidores de plazos de aprendizaje impuestos para todos por igual, sin tener en cuenta diferencias individuales, grupales, institucionales e incluso regionales.

Hagamos un razonamiento simple: frente a los resultados que obtiene un alumno al finalizar cada año escolar, se lo puede alentar por lo que aprendió o bien “ningunearlo” y sólo reprenderlo por aquello que no supo, no quiso o no pudo aprender. Cuando, desde esta segunda postura, se obliga a un estudiante a repetir el año porque reprobó tres materias (la mayor concentración de repetidores se produce con tres materias) se descalifica su esfuerzo en el estudio de las otras diez (o hasta doce en algunas provincias), se lo obliga a volver a cursarlas separándolo de su grupo de pertenencia y se lo coloca en el lugar del fracaso. Muchos chicos deciden, contra la voluntad familiar, no regresar más a la escuela y cargan, quizá para toda la vida, con una fisura profunda de su autoestima y de sus proyectos.

La derrota de un alumno frente a la enorme valoración social que tiene el avanzar en el sistema escolar trasciende el caso individual para ser un problema de consecuencias sociales. Como lo es el del estudiante que adquirió conocimientos de ciencias médicas durante algunos años, pero no concluyó su carrera universitaria: es considerado un desertor, un fracasado, en lugar de reconocerse los saberes que adquirió y habilitarlo como personal paramédico, que tanta falta hace en el país. Lo mismo puede decirse de lo que ocurre en otras áreas del conocimiento y de la actividad laboral.

En cuanto a los adolescentes, lo peor que puede hacerse es facilitarles la huida frente a obstáculos que no pudieron superar y luego quejarse porque muchos de ellos “no trabajan, no estudian, ni nada”. La escuela expulsora forma parte de una concepción elitista que hay que ir superando. La Ley de Educación Nacional de 2006 reconstruyó legalmente la secundaria y la destinó a formar a los alumnos para la continuación de los estudios en el nivel superior y, al mismo tiempo, para el trabajo y para la ciudadanía.

Recientemente, el Consejo Federal de Educación acordó implementar “los procesos de revisión, reformulación y/o reelaboración de las regulaciones sobre a) evaluación, acreditación y promoción de los estudiantes; b) acompañamientos específicos de las trayectorias escolares; c) condiciones de ingreso, permanencia, movilidad y egreso de los estudiantes y d) convivencia escolar”, así como “propuestas formativas, reorganización institucional y estrategias pedagógicas para la escolarización y sostenimiento de la trayectoria escolar de los alumnos”. Luego, la presidenta de la Nación y el ministro de Educación anunciaron medidas concretas que dan cuerpo a aquellos acuerdos: reunificación de cargos de los profesores, planes con un máximo de diez materias, retención en los establecimientos a los chicos que fracasan, introducción de tutores. Ofrecer apoyo pedagógico especial a los alumnos de la educación pública es una medida de justicia social: es costumbre que quienes tienen la posibilidad paguen la cuota de un instituto o un docente particular para ayudar a sus hijos a aprobar las materias más difíciles, de modo que la diferencia con los que no pueden es uno de los tantos dispositivos incrustados en el sistema escolar al servicio de la reproducción de las diferencias sociales. Es necesario que los gobiernos provinciales y el de la CABA actúen con decisión y de manera práctica en las escuelas secundarias; que el gobierno nacional intervenga en lo que le corresponde. Para llevar a cabo la transformación de la secundaria en una institución habitable, productiva y pedagógica se cuenta con docentes que han salido de la pobreza en la cual estuvieron sumidos durante tantos años –aunque hay que trabajar para que su retribución sea cada vez más digna–. De inmediato se trata de poner toda la atención en su capacitación que debe ser gratuita, obligatoria, en servicio y con puntaje; debe abordar las especialidades de los profesores para que adquieran la seguridad que otorga ser idóneos y estar actualizados en su área y debe introducirlos en las nuevas lógicas y tecnologías de la información. Al mismo tiempo tienen que recibir apoyo para entender la problemática juvenil y mejorar su formación como conductores de grupos cuyas problemáticas son complejas. La tarea de los directores e inspectores es relevante y en muchas provincias son quienes deben conducir el proceso de cambio, limar las resistencias a aplicar las nuevas normas, trabajar contra los prejuicios, preconceptos y otros dispositivos de rechazo instalados en la escuela y su entorno social.

La construcción y reparación de escuelas avanzó mucho y debe continuar rápidamente. Ya se están repartiendo 250 mil notebooks entre los alumnos de las cuatro escuelas técnicas. Hay que avanzar con PC suficientes en las aulas. Pero es indispensable la colaboración de los clubes, sociedades de fomento y las diversas instituciones que poseen espacios con poco uso, campos de deportes, salas de exhibición, cines, cibercafés, así como las radios y cables locales. El ámbito de enseñanza-aprendizaje no puede circunscribirse a las cuatro paredes del aula. Hay una cantidad de experiencias al respecto con buenos resultados que deben generalizarse. Los municipios podrían ser ciudades educativas, compartiendo con las escuelas actividades para los adolescentes.

Así, como estaba, es un sistema que corresponde a una sociedad que no tiene la costumbre de reconocer y acumular los productos materiales y simbólicos de sus propios esfuerzos sino que, una y otra vez, desconoce el propio esfuerzo. Superar el drama de la escuela secundaria es un tema del cual debe ocuparse toda la sociedad, superando prejuicios, amando a los chicos y ayudando a generar las condiciones para que el vínculo pedagógico pueda realizarse. De esta manera, en un futuro no muy lejano estaremos diciendo que 900 mil jóvenes más, estudian y/o trabajan o ambas cosas a la vez.

* Diputada (FG-FpV), presidenta de la Comisión de Educación.

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