SOCIEDAD › OPINION
› Por Martín Granovsky
Ustedes perdonen, pero el desorden tiene su gracia. Y si no fíjense en el proyecto que despenaliza el aborto presentado el martes. Lo apoyaron en la Cámara baja 33 diputadas y diputados que, juntos, podrían ser considerados por la lógica pobre de los últimos tiempos como un revoltijo, una bolsa de gatos, el agua y el aceite, un contubernio, el ejemplo de pacto por debajo de la mesa y, naturalmente, un ataque a la santidad de los partidos políticos.
Están, por ejemplo, el abogado cegetista Héctor Recalde y el economista de la Central de Trabajadores Argentinos Claudio Lozano. La diputada del Frente para la Victoria Juliana Di Tulio y la integrante de la Coalición Cívica Fernanda Gil Lozano, que votaron distinto en todos los últimos debates importantes. Victoria Donda, de Libres del Sur, que dejó el kirchnerismo pero a veces vota junto con el bloque oficialista y a veces no. La radical Silvana Giúdici, la más firme opositora a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual aprobada el año pasado. Martín Sabbatella, que apoya la estatización de las AFJP pero no es precisamente un aliado de los intendentes peronistas del conurbano. Los socialistas aliados al radicalismo y a la Coalición Cívica y al radicalismo en las últimas elecciones, como Roy Cortina. Los socialistas aliados al Gobierno, como Jorge Rivas y Ariel Basteiro. O Adriana García y Lorena Rossi, del Peronismo Federal.
Sin embargo, no hay uno de cada casa. Entre los 33 faltan representantes, por caso, de Francisco de Narváez y del sector que responde al vicepresidente Julio Cobos.
Un dogma profundizado en los últimos tiempos dice que el gran problema de la Argentina es que faltan partidos políticos al estilo europeo. El contraejemplo suele ser Chile. Sin embargo, los dogmáticos no suelen recurrir a los datos. En Chile la Democracia Cristiana, integrante de la Concertación, se astilló primero y luego le siguió el socialismo. Partidos sí, pero en crisis, como por casa. Y además ganó Sebastián Piñera, de la derechista Renovación Nacional, aliada a la pinochetista Unión Demócrata Independiente, que a través de Joaquín Lavín detenta en el nuevo gobierno nada menos que el Ministerio de Educación. Conviene recordar que en Chile sólo el impulso de Ricardo Lagos consiguió que el Congreso aprobara el divorcio recién en el 2004 y saliera así del dueto mundial que integraba con Malta, el territorio de los argentinos Esteban Caselli padre e hijo.
La primera pregunta es si la Iniciativa Treinta y Tres no vulnera ese dogma sobre la bondad absoluta de contar con partidos políticos disciplinados. La segunda pregunta es si, al vulnerarlo, no produce un hecho interesante y positivo por sus consecuencias futuras.
Otro dogma asegura que el problema son las famosas listas sábana, por las cuales el elector vota una lista completa dentro de la cual, en el mejor de los casos, conoce a la cabeza. Luego vendría un pelotón de desconocidos que serían, ellos sí, el verdadero problema. Pregunta: salvo tres o cuatro excepciones, ¿los Treinta y Tres son los más conocidos del equipo?
Hay un dogma que sataniza a las organizaciones sociales. Vendrían a ejercer una democracia deliberativa sin duda peor que la democracia representativa por la cual el pueblo delibera por medio de sus representantes, en este caso los diputados. Otra falacia: en el caso del proyecto sobre el aborto tomaron la iniciativa las organizaciones de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal y luego hicieron suyo el proyecto las diputadas y diputados de varios bloques. Parece que una y otra democracia se complementan. O que democracia –mezclada, creativa, plebeya– hay una sola.
De todos modos, inventar dogmas de sentido contrario a los anteriores parece tener poco sentido.
Incluso en medio de la fragmentación y el personalismo, es probable que la lógica de partidos siga imperando en los próximos años. Las elecciones son un gran disciplinador en ese sentido, porque terminan actuando como un embudo y fuerzan las definiciones. En ese punto la transversalidad temática suele sucumbir ante la unicidad práctica necesaria para llevar adelante un proyecto político.
Por vía de la hipótesis habría que plantear, entretanto, un interrogante. Como en las elecciones presidenciales del 2011 podría haber, según pinta hoy, un escenario de doble vuelta, y como en la segunda vuelta los votos no responden tanto al núcleo duro de los partidos sino a combinaciones de mayor raigambre social, ¿no sería bueno tomar hechos como el proyecto Treinta y Tres como un indicio de agrupamiento de ciudadanos en torno de valores que algunas veces atraviesan las fuerzas políticas y cimentan mayorías sociales? La hipótesis no es, obviamente, que quien levante la cuestión del aborto ganará la Presidencia. Se trata de algo más amplio. Por un lado, la atención sobre la fuerza de valores que surgen no tanto de las convicciones en términos de absoluto, sino de las ideas que deja la vida cotidiana. Por otro, el efecto de cruce político y de falta de prejuicios cuando, justamente, la vida cotidiana aflora en toda su crudeza. Y hay pocas cosas tan crudas como el aborto perseguido penalmente y permitido sin peligro, entonces, sólo a quien puede pagarlo.
Más paradojas, por si faltaba alguna: el proyecto surgió desde el Parlamento y contiene la firma de varios oficialistas y algunos de sus aliados ocasionales (el ejemplo de Cecilia Merchán) o permanentes (como Carlos Heller).
¿Cambiará el actual panorama de un Congreso de pasillos arduos, negociaciones lentas y maniobras repentinas en medio de un tablero de alianzas solamente temáticas? No, lo más posible es que ese panorama siga igual, por lo menos hasta que se definan las candidaturas para el 2011.
Sería ingenuo tomar la Iniciativa Treinta y Tres como un partido en sí mismo o como la consagración de los temas por sobre la acción política. Pero también sería cándido negar la fuerza social que representa y, sobre todo, su conexión profunda con necesidades concretas de gente concreta.
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