Lun 19.04.2010

SOCIEDAD  › LA MONTARON DOS ESTUDIANTES DE FILOSOFíA Y LETRAS Y ES ABSOLUTAMENTE FUERA DE LO COMúN

Una librería lejos del gran negocio

Se llama Cobra, igual que una novela de Sarduy y que un grupo de artistas de los ’60. Es tan rara que hay gente que cree que es un vivero. La organizaron dos estudiantes de Filosofía y Letras. Empezaron llevando sus propios libros y armaron una biblioteca.

› Por Sonia Santoro

Aranguren 152, cortada por el Pasaje Numancia, a dos cuadras de Parque Centenario. Afuera, un canario blanco, France, relojea las visitas. Debajo, una silla de fierros blancos cuadriculados en la que muchas veces hay gente mirando pasar el tiempo. También hay una maceta con alguna planta achicharrada de tanto sol. Un cactus. Una canasta llena de revistas de poesías de 2006 y hasta fragmentos de una novela inédita de María Moreno junto a postales de bares. Sobre el canario y cubriendo la puerta un techito de lona blanca, con un austero y negro Cobra. Nada más. Mas atrás, en la otra esquina, un enano también blanco posa cargando un cactus sobre el hombro derecho.

–Hay gente que pensaba que esto era un vivero –-dice David Leda, 36, camisa amarilla patito con alforzas en los hombros mientras saca una maceta con forma de cisne setentoso andando sobre ruedas de mueble minimalista.

Pero no lo es.

Un vecino –bermudas y anteojos cuadrados de grandes marcos negros– revuelve estanterías. Busca algo para un amigo, cómo saber qué. Lo que sabe es que ahí pasan cosas. “Venía a ver bandas”, dice. En eso estaciona un auto y bajan otros dos señores de treinta y pico aniñados. Entran a toquetear libros, revistas.

En algún momento, alguien puede pasar por la esquina y sorprenderse de ver gente amontonada sobre una pantalla. Los ciclos de cine gratis suelen cortar las vacías tardes domingueras. Y la gente se amontona para estar ahí junto a otros con los mismos gustos.

Así es Cobra. Irrumpe con el placer.

Empezó en mayo de 2008 con la idea inicial de Christian Nanclares y David Leda, ex estudiantes de Filo, Puán, “tener un lugar para juntarse con amigos y compartir cosas: libros, música. Un amigo tocaba y lo poníamos en Facebook, o invitábamos a ver películas. De a poco la gente se fue enterando y fue llegando más”, dice Leda, desde una silla cercana al piso, no apta para mayores. Y sin embargo, dice, entre sus habitués, aparte de los más obvios estudiantes de letras, diseño, arte, hay muchos jubilados del barrio.

Empezaron trayendo a esa esquina por momentos bucólica lo mejor de su biblioteca personal, libros que no se consiguen, rarezas como Bird of La Plata de W. H. Hudson en la primera edición de 1930, simpáticos hallazgos como Cientoveinticinco, un libro de poemas de Guillermo Vilas, o El tenis y la sexualidad de los escritos secretos de Freud (hay dudas sobre su validez intelectual) o libros del exterior como No one belongs here more than you Stories by Miranda July.

Y armaron un sistema de biblioteca para los que no pueden comprar tanto como quisieran o no tienen lugar en sus casas para llenarse de libros o simplemente les place recordar cómo era eso de sacar un libro de una biblioteca. La gente se asocia, paga 25 pesos por mes y se puede llevar uno durante todo ese lapso.

Luego empezaron a llegar editoriales independientes como Mansalva, Eloísa Cartonera o Entropía y les ofrecieron vender allí. A no perder tiempo en buscar a las grandes editoriales, no las quieren. Pronto los estantes estuvieron repletos de esos libros esquivos en otras librerías.

Allí están, conviviendo en estos días con la muestra “Papeles” de Leo Estol. Se puede ver sus dibujos en hojas A4 pegados por donde los dejen, junto a palitos de helado con frases (“no cerrar las frases”, “ta bien”), cucharitas de colores, una pieza de dominó, tapitas de gaseosas colgando de un hilo, “objetos que acompañan la muestra”, explica Leda.

Hasta aquí, cine, librería, biblioteca y galería de arte. También hay libros artesanales, como era de esperar, de esos que dan ganas de ponerse en la cartera y salir huyendo. A modo de ejemplo Donde el agua se une a otras aguas de Raymond Carver. Y los sábados por la tarde ofrecen además un taller de encuadernación artesanal.

–Sacamos este mueble y ponemos la tabla con caballetes -–explica Leda ante la mirada incrédula de la cronista.

Hay que aclararlo, todo sucede en un ámbito de no más de tres por cuatro metros. ¿Necesitan más? No por ahora. Aunque no lo descartan, tal vez ese momento llegue en los próximos meses, cuando participen de ArteBa y alcancen la masividad.

¿Por qué Cobra? Así se llama una novela de 1963, de Severo Sarduy, un escritor neobarroco cubano.

–Por un grupo de artistas artistas de los ’60, por Copenhague, Bruselas, y nos gustaba cómo sonaba –-larga al final Leda.

Nada de lo que sucede en ese espacio parece escapar al gusto, no hay cosa que hagan por obligación o por vender más. Sólo una vez alguien se atrevió a desafiarlos: una revista de publicistas quiso poner un punto de venta y la rechazaron. Y lo único que aceptan a veces sin mucho gusto son “cosas que como están hechas por principiantes y en una librería grande se las van a rechazar, las aceptamos”. ¿Es que había objetivo entonces?

Cobra produce un curioso efecto: a medida que lo mirás, van apareciendo cosas, y más cositas. Allá, junto al enano, Estol dejó una rueda de bicicleta sobre un banquito de madera. Una cita a Duchamp o un chiste. Como esas colecciones de monedas donde lo que abundan son las actuales argentinas de 10 centavos (o como María Moreno en una canasta de saldos).

¿Cuál es el sentido de todo esto? Es algo que nunca se preguntaron pero en la práctica no hacen otra cosa que difundir arte (siempre que les guste).

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