SOCIEDAD › OPINION
› Por Claudio Morgado *
Hace muchos años, en los comienzos de la recuperación democrática, se discutió la ley de divorcio. Era una situación extraña porque ya sabíamos el resultado final. Sin embargo, en ese momento un conglomerado de fuerzas conservadoras realizó toda clase de presiones y campañas para impedir ese progreso social. Fue en vano: la sociedad ya había cambiado y demandaba que la legislación se adecuara a esos cambios.
Lo mismo sucede hoy en día con la discusión sobre el casamiento entre personas del mismo sexo. El resultado es irreversible, porque la sociedad argentina está ya en condiciones de aceptar y defender esa realidad.
Es que la tarea legislativa, entre otros aspectos, tiene la función de adecuarse o adaptarse progresivamente a las transformaciones de nuestra sociedad y de sus costumbres. En la medida en que no es capaz de hacerlo, la ley tiende a convertirse en una artificial traba para la vida de estas transformaciones que, por otro lado, son indetenibles. Y cuando esto ocurre, lo que en un momento era vivido como natural, aunque no lo fuera, pasa a ser vivido como una gran injusticia que las leyes están cometiendo contra una parte de la población. Esto se llama de muchas maneras, una de ellas es justamente discriminación. Por eso estamos aquí.
Siempre existen sectores que se oponen a acompañar el surgimiento de nuevas formas de sociabilidad, sensibilidades, sexualidades y formas del amor, amparándose en una idea perimida y excluyente de lo que es natural, de qué es lo natural alrededor del matrimonio, por ejemplo.
Hay que afirmar tajantemente que el matrimonio como unión y derecho exclusivo de una pareja heterosexual nunca fue algo “natural”: lo que llamamos comúnmente natural es siempre una construcción social y cultural que intenta clasificar y disciplinar sujetos y cuerpos. Sabemos que estos constructos sociales pueden ser tan hegemónicos como para ser concebidos y vividos por los hombres y las mujeres como lo natural. La institución civil del matrimonio siempre ha utilizado preceptos enormemente patriarcales para alejar de ella a más de la mitad de la población durante siglos. Hay que recordar que el matrimonio ha sido una institución vedada a la inmensa mayoría de la ciudadanía de todos los países del mundo a lo largo de la historia de estos últimos años. Por ejemplo, los esclavos no se podían casar porque no eran libres; los negros no se podían casar porque no eran blancos; estuvieron prohibidos los matrimonios interraciales; los homosexuales, transexuales y bisexuales.
Por otro lado, buena parte de la filosofía contemporánea plantea que el “sexo” entendido como la base material o natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el efecto de una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la normativa del género. En otras palabras, que la idea del “sexo” como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del género. Eso no significa que el sexo no exista, sino que la idea de un “sexo natural” organizado en base a dos posiciones opuestas y complementarias es un dispositivo mediante el cual el género se ha estabilizado dentro de la matriz heterosexual que caracteriza a nuestras sociedades.
A la vez, se sostiene el argumento de la tradición. El argumento de la tradición también es insostenible en este sentido: la Argentina puede tener tradiciones como la violencia familiar. Sin embargo, ante ella lo único que hay que hacer es erradicarla. O sea que no hay ninguna razón para sostenerla por el hecho de tratarse de una tradición. Puede tratarse de una tradición de centenares de años en la Argentina, en México o en Francia y que igualmente tengamos todas las razones del mundo para erradicarla.
Cuando sostenemos nuestras ideas en una invocación de lo supuestamente natural o de la tradición como resguardo de nuestros valores amenazados estamos olvidando que las sociedades son construcciones dinámicas y que la democracia es el régimen que más alienta y permite esta vida y esta transformación progresista. La libertad nos coloca siempre ante el desafío que significa el establecimiento de nuevos horizontes de justicia, el reclamo de nuevos derechos, las nuevas ideas de lo que es la igualdad y el reconocimiento como ciudadanos con plenos derechos.
Millones de personas en el mundo luchan hoy por la posibilidad de casarse con una persona del mismo sexo y en muchos lugares esto ya es posible. Un pequeño repaso nunca viene mal: Países Bajos, Bélgica, España. Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal. Además, es legal en seis estados de Estados Unidos.
Llegó la hora de que ocurra en la Argentina.
* Presidente del lnadi.
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