Dom 25.04.2010

SOCIEDAD  › OBRAS DE ARTE EN LA LINEA C TAPADAS DESDE LA DICTADURA

Los murales que molestaron a Videla

Están en la estación San Martín. Recuerdan la gesta del prócer y sugieren imágenes cuyo horror habla de las dictaduras. Fueron tapadas en 1977. Su creador reclama en vano su restauración.

› Por Pedro Lipcovich

Un extenso Guernica porteño, compuesto por seis murales, permanece invisible en la estación San Martín de la Línea C de subterráneos: hace 33 años, la última dictadura militar lo cubrió con pintura marrón. La obra todavía puede vislumbrarse, ya que está hecha en relieve. Durante todo este tiempo su creador, Rodolfo Medina, ha reclamado la restauración, y hace unos meses realizó un video –en sí mismo un compendio de arte– que permite apreciar cómo serían los murales si no les hubieran quitado el color. Los motivos que tuvo aquel acto de vandalismo de Estado no son fácilmente accesibles: en su momento, la intervención militar en el subte adujo que el Comando en Jefe había ordenado tapar “inscripciones subversivas”. En 2006, el gobierno de la Ciudad inició trabajos de restauración que poco después se interrumpieron y ya no se reiniciaron. El tema oficial de la obra es la gesta sanmartiniana pero la versión no vandalizada –tal como puede ser reconstruida a partir del video– sugiere imágenes cuyo horror califica la dictadura bajo la cual, en 1969, fueron concebidas y, sobre todo, anticipa la dictadura que, en 1977, las cubrió por completo.

En 1969, el artista Rodolfo R. Medina ya era un muralista reconocido; venía de hacer cuatro murales en la estación Once de Ferrocarriles Argentinos, y Subterráneos de Buenos Aires lo convocó para hacer una serie en la estación San Martín de la línea C. Los trabajos debían ser alusivos a la gesta libertadora de José de San Martín.

La obra fue inaugurada el 1º de diciembre de 1969. Está compuesta por seis relieves de seis metros de largo por uno de alto y dos de tres por uno; el artista los realizó a partir de un modelado en arcilla, mediante el cual confeccionó un molde de yeso y, con éste, el trabajo definitivo en cemento policromado, es decir, cubierto con pátinas de diversos colores. Ubicada en los pasillos de acceso al subte C, frente a la plaza San Martín, el conjunto contaba con un sistema de iluminación específico, necesario para su valoración, que también se perdió.

“Un día, en septiembre de 1977, pasé por la estación y vi que habían cubierto todos los murales con pintura marrón”, recuerda su autor. El artista habló con el capataz que había comandado la cuadrilla vandálica: “De arriba me ordenaron que los tapara. Pero quedaron bien, todos parejitos”, recuerda Medina que le dijo el capataz. Medina, entonces, reclamó ante las autoridades del subte y le contestaron que a su vez habían recibido órdenes del Comando en Jefe del Ejército, porque en los murales habían aparecido “inscripciones subversivas”.

En 1978, Medina le inició juicio a Subterráneos de Buenos Aires. El pleito lo ganó, en 1982, pero lo único que obtuvo fue “un dinero en reparación por daño moral, que alcanzaba para comprar un televisor blanco y negro. Enseguida vino la guerra de Malvinas, eran años complicados”, y el mural no se restauró. Ya en democracia, el artista presentó notas ante todos los secretarios de Cultura que fue teniendo la ciudad. En 2006, pareció que iba a ser escuchado: “La arquitecta María de las Nieves Arias Incolla, de Patrimonio Urbano, se interesó por el tema –cuenta Medina– y comenzaron trabajos de restauración”, a cargo del prestigioso especialista Domingo Tellechea. Pero a éste no le renovaron el contrato y poco después, cuando el gobierno de Aníbal Ibarra finalizó abruptamente, los trabajos se detuvieron; Tellechea había llegado a retirar la pintura de cuatro de los murales.

Los relieves tienen otros daños, que son menores y serían fáciles de reparar: hay algunas chorreaduras y marcas de salitre porque “cuando llueve mucho, entra agua; Tellechea había pedido que protegieran las obras con una canaleta pero no le hicieron caso”, señala Medina. Tampoco se instalaron nunca unas placas explicativas que, junto a cada mural, ayudarían al pasajero a introducirse en la obra.

Estos murales admiten por lo menos dos niveles de lectura. La historia oficial se desarrolla en ocho paneles temáticos, que van desde “Prolegómenos de la emancipación”, el primero, hasta el “Mural del triunfo”. Para realizarlos, “dediqué varios meses a leer acerca de la historia de San Martín. La lectura permanente sobre un tema viene a propiciar que aparezcan las imágenes, que al principio son tenues y fugaces; siempre tenía papel a mano y así hice muchísimos bocetos”.

A partir de los bocetos, Medina hizo ocho maquetas en cemento policromado, similares a los murales definitivos; las conserva en su taller y servirían para restituir la policromía perdida. Mientras tanto, “al faltar el color, se pierde la lectura del mural: se desbarata el recorrido por las formas que, mediante los colores, el artista ha destacado”. La técnica de ejecución de estos murales, ubicados en un lugar de tránsito, “permitía una lectura sucesiva, al paso, que podía efectuarse de izquierda a derecha o de derecha izquierda”, explica el artista.

A fines del año pasado, en el marco de su esfuerzo por lograr que la obra fuese restaurada, Medina encaró la producción de un video, que fue dirigido por Mónica Suwa, con música de la Camerata Bariloche. El video presenta los bocetos –obras de arte en sí mismos– y, por intermedio de la maqueta policromada, permite apreciar el aspecto que tenían originalmente los murales. Ahí se hace evidente la presencia del Guernica de Picasso, no sólo como legítima influencia formal, sino en cuanto camino expresivo que haga factible la trasmisión de un horror. La policromía permite detenerse en los soldados como ciegos bajo sus morriones; en los ojos sin esperanza de una mujer a la que una mano, en bajorrelieve, le deforma la cara; en las mordeduras de los caballos. Todo fue tapado por la dictadura, y así sigue hasta hoy.

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