Sáb 28.12.2002

SOCIEDAD  › DOS PREDIOS VAN A SUBASTA CON OCUPANTES INCLUIDOS

La gente que está de remate

Uno está en Don Torcuato y el otro en Capital. En el primero, la gente figura en el pliego. En el segundo, ni siquiera. El remate de ayer fracasó por falta de oferentes. Pero la amenaza continúa.

En la larga lista de terrenos a ser rematados durante la Subasta Pública 36002, dos no pasaron inadvertidos. Detrás de los lotes 36 y 49, enumerados rápidamente por el fiscal de la subasta, no hay dos predios vacíos. Tras la General Paz, en Don Torcuato, la parcela 36 es parte de un lote en el que viven 23 familias, algunas desde hace más de 20 años, aunque no existan en los planos oficiales. El otro, el 49, es territorio porteño y tampoco es un baldío. Desde 1994 es la sede de la Asociación Civil Tierra, Techo y Trabajo, premiada tres veces por el Gobierno de la Ciudad como mejor institución del barrio de Chacarita, donde todos los días comen más de 600 adultos mayores. En la tarde de ayer, los dos terrenos fueron a remate como si se tratara de espacios vacíos, con la gente adentro, sin aviso previo y sin planes alternativos de vivienda ni de traslado.
Aunque fueron suspendidos “por falta de oferentes”, la venta ya fue decidida por el Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado (Onabe). Por esto, es probable que en un tiempo no muy lejano y con un valor más bajo como piso, el lote 36 y el 49 vuelvan a ser puestos a la venta. “Con todo lo que hay adentro, con familias, con abuelos comiendo, con chicos estudiando, con todos nosotros adentro”, definió ayer entre lágrimas Rosa Ana Correa, secretaria de Tierra, Techo y Trabajo.
“Nuestras casas están en los planos pero nosotros no. Rematan el lote con nosotros adentro pero no son capaces de poner en los papeles que ese lugar está ocupado. No somos ni siquiera intrusos. Directamente no existimos”, definió ayer Miriam Ortiz, una de las habitantes de la parcela 36, poco antes de que comenzara la subasta. Fue en el hall del tercer piso del Banco Ciudad, en Esmeralda 660, delante de las puertas cerradas del Salón Auditorio Santa María de los Buenos Ayres. Unas ochenta personas esperaban nerviosas, aunque dispuestas a resistir el desalojo.
En un lateral, había familias enteras llegadas desde la localidad bonaerense de Don Torcuato. Un cartel colocado frente a sus casas unos cinco días atrás anunciaba que parte del terreno en el que viven 23 familias, algunas desde hace más de 20 años, sería rematado ayer. El predio en cuestión, lindero a la estación de tren Don Torcuato, tiene 3 mil metros cuadrados y perteneció a Ferrocarriles del Estado. Sus habitantes son todos ex empleados ferroviarios, despedidos poco tiempo antes de la privatización de los trenes. Se habían instalado ahí llevados por la misma empresa. Hoy son desocupados y en su mayoría sobreviven con los 150 pesos que cobran por los planes de Jefes y Jefas de Hogar.
“Trabajé 11 años en el ferrocarril y fui despedido en 1994. Vivo ahí desde hace 20 porque la empresa me dio una casa y nunca nadie me vino a decir que era ilegal que estuviera ahí”, relató René Borraza, de 44 años, que hoy sobrevive con changas. Junto a él, un grupo de chicos de entre 3 y 17 años sostenía carteles: “Prioridad a los pobres”, “Basta de remates”.
En otro costado, un grupo de ancianas y ancianos esperaba junto a Rosa Ana Correa para resistir el remate del predio de Jorge Newbery y Warnes, del barrio de Chacarita, que hasta 1994 fue usado como desarmadero de autos. Hoy es un centro recreativo, un comedor para 680 abuelos y un merendero para 620 personas. Además, allí funciona una escuela primaria con título oficial a la que asisten 30 alumnos, una huerta orgánica y una sala de enfermería dependiente del Hospital Tornú.
Unos y otros esperaban en el hall en silencio que comenzara la subasta. Pero ni siquiera pudieron entrar al salón. Cerca de las 16, una hora después del momento previsto para el inicio del remate, se abrió una de las puertas. Desde el hall, la gente sólo pudo ver a dos efectivos de la Policía Federal que se pararon debajo del marco. Detrás de ellos, otros dos efectivos formaban una segunda valla. De repente, desde adentro, una voz leyó rápidamente uno a uno los números de lote seguidos de la frase: “No se vende”. Abrazos, felicitaciones y llanto de por medio, todos se retiraron enseguida felices por lo que acababan de escuchar aunque con la incertidumbre de cuándo volverán a ser rematados.

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