Sáb 11.01.2003

SOCIEDAD  › SECUESTRAN A UN FINANCISTA PARA QUE PAGUE LA DEUDA

Al rescate de lo que debía

Le dieron bonos cordobeses para convertirlos en pesos. Pero no pagó. Lo llevaron a la fuerza a San Luis para que “cediera” una propiedad. Lo liberó la policía. Y ellos fueron todos presos.

Fue una sola patada, la fuerza de los brazos trabajados de los hermanos Sáez sobre el cuello, las trompadas shockeantes del comienzo y Juan Carlos Acareda, mayorista de cambio de bonos cordobeses, quedó reducido a un montón de nervios crispados: su vida ya tenía precio. Los raptores, siete para ser exactos al momento de abordarlo en su oficina céntrica, no eran en absoluto una banda de las tantas que han incursionado en el abundante delito del secuestro extorsivo. No necesitaron experiencia: funcionaron bastante bien como patota dedicada al apriete. El objetivo era recuperar como fuera los doscientos mil que le habían dado entre todos al bueno de Acareda para que les devolviera en pesos efectivos como un buen cambista debería haber hecho tras cobrar su comisión. Pero Acareda no había cumplido, como tampoco el que debía cumplir con él desde más arriba. Cansados de esperar que les pagara, los amigotes del cambio cordobés se reunieron para obligarlo a vender un campo pegado a Merlo, la más turística de las ciudades de San Luis. Los agarró la policía cuando Acareda estaba a punto de firmar, con la mano temblorosa, no pudiendo creerlo, una escritura, cediéndoles la propiedad de mil hectáreas llenas de monte virgen y al lado de los cerros.
Los personajes de la historia resultan unos particulares exponentes vip que podríamos poner en una serie argentina de esas donde los ladrones tienen vestuarista, lo más alejado de “Tumberos” que uno podría imaginar. Ayer se lo contó entre temblores y llantos el propio secuestrado a la policía puntana y a la cordobesa. Cuando lo rescataron, estaba a punto de quebrarse: lo hizo cuando se relajó al hablar con los suboficiales que lo recibieron en la comisaría de Villa Mercedes, el lugar donde habían planificado obligarlo a hacer esas transacciones comerciales truchas para resarcirse de lo que les habían currado. A Sebastián y Matías Saez, se les habían sumado en la empresa los también hermanos Javier y Manuel Mascerata, José Cavañe, Maximiliano Aguad, Mario Walter Becacece, Eduardo Ragazzini, Agustín Lázaro y Gabriel Trechi. Los hombres, producidos jóvenes de entre 25 y 35 años, con buen pasar, y gusto para los autos, se movilizaron hasta Villa Mercedes en un Audi, un BMW y un Citroën Xzara.
Cuando entraron a Grupo Juncal, la casa de cambio que aunque en negro Acareda tiene en la céntrica calle Rivadavia de la capital cordobesa, los muchachos, además de exhibir sus dotes para el boxeo amateur, hicieron sus pininos en la actuación: “¡Nos llevamos la plata o cerramos acá y no contás más el cuento!”, le soltó largándole ese aliento desodorizado Sebastián Sáez desde su metro noventa. “Desde ese momento en adelante
el pensó que lo iban a matar si no hacía lo que le pedían ellos”, le contó ayer el comisario Juan Carlos Nievas, jefe de la Brigada Antisecuestros de la policía de Córdoba a Página/12.
Nievas recién terminaba de escuchar el testimonio del cambista liberado. Un tipo de un metro setenta, sin mucho músculo, para nada dedicado al cuerpo, enfrascado a los cuarenta años solo en las corridas cambiarias, poniéndolo todo para mejorar el negocio que lo tiene en la cumbre desde que el país terminó de venirse abajo. Todo indica, sobre todo por esa franca apariencia de fisicoculturista en los hermanos Saez, que no la pasó nada bien el bueno de Acareda.
En la estadística del comisario Nievas, el de Acareda es el tercer secuestro extorsivo ocurrido en Córdoba. Y tal como en los dos casos anteriores, esta vez el secuestrado era del ambiente del cambio de bonos Lecor por pesos. La diferencia es que con Acareda, la extorsión era a cambio de una devolución, ilegal, pero devolución. Los siete hombres que se lo llevaron lo habían pensado entre el Año Nuevo y el miércoles. Estaban convencidos de que si no lo apretaban, no iban a volver a ver sus bonos. Se los habían dado a comienzos de diciembre para que, haciendo una operación de un millón, sacara más rédito con un operador porteño.Acareda les juró que el hombre, su contacto mayorista en la Capital, se había piantado con todo lo encargado.
Era de esperar una mala reacción por parte de sus clientes defraudado; en esos campos no se expenden recibos: pero lo del secuestro fue toda una originalidad. Acareda les había dicho, en una de las tensas conversaciones en la que le exigieron que pagara, que esperaba vender sus 1500 hectáreas supervaloradas a la vera de los cerros puntanos. De eso se aferraron: buscaron comprador como si las tierras fueran de ellos mismos. Lo encontraron en un norteamericano de Nevada que buscaba seguir ocupando porciones de lo más lindo de Argentina. Aunque el campo está valuado en unos 450 mil pesos lo venían en 250 mil para sacar lo que les debían, más los intereses por la mora. En eso estaban. Lo habían llevado hasta Villa Mercedes, donde durmieron en una hostería para que el jueves, ante un escribano, pasara el campo a nombre de uno de sus acreedores. Pero no se entiende por qué le permitieron hablar con su socio. Acareda le contó que por propia voluntad vendería para pagarles. El socio no creyó en esa posibilidad más que como resultado del apriete. Llamó a la policía, que irrumpió cuando el cambista estaba a punto de pagar su propio rescate. Ahora están todos presos.

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