SOCIEDAD › LA HISTORIA DE LA PAREJA, LA SEXUALIDAD Y LA FAMILIA EN LOS SESENTA
Si el chat y las redes sociales son hoy el refugio para el encuentro, pensar una era donde los grandes cambios se producían en el espacio público resulta revelador. La historiadora Isabella Cosse lo emprende en esta entrevista.
› Por Soledad Vallejos
La década del ’60 es inevitable y modélica: si se piensa en juventud y transformaciones, mentarla es obligatorio. Ni en Argentina ni en otros países la referencia a esos años es casual: algo pasó entonces, aun cuando no sucediera de modo radical. Así lo señala la historiadora Isabella Cosse, cuyo interesantísimo Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta (ed. Siglo XXI) acaba de llegar a las librerías con un subtítulo revelador: “Una revolución discreta en Buenos Aires”.
Cosse acota que buscó “jugar con tres ideas”. La primera, que “no hay una sola revolución, pero sí múltiples y diversas fracturas” que “se superponen con contradicciones y ambigüedades”. La segunda, que la revolución fue, literalmente, “discreta”, porque esos años implicaban “conmoción y cambios”, pero a la vez “limitaciones, moderación” de esas rupturas en el orden familiar. La tercera de esas ideas es “poner en entredicho” la idea de que la revolución fue instantánea y abrupta, de que las parejas y las familias cambiaron de repente: “Este tipo de cambios culturales en el orden de las formas de pensar, sentir, valorar no son de una vez y para siempre. Por definición, son contradictorios, ambiguos. Claro, lo difícil es pensarlo así; por eso tendemos a reclamarles una radicalidad que no tuvieron, que no podían haber tenido. O a concebirlos como una transformación profunda que tampoco fueron. No fue una revolución radical, tampoco completa”.
–En el libro queda retratada una clase media diversa y ascendente, que tanto quiere romper y redefinir con modelos rígidos de pareja y familia como formar parte de ellos. Hay una contradicción permanente.
–Sí, y en ese sentido hay cosas interesantes. El cambio cultural, familiar en los años ’60 articula de un modo nuevo la distancia generacional con la distancia social. Y esto implicó que, por un lado, este movimiento de clase cultural atravesó a la clase media y la traspasó. No se trató sólo de clase media, sino también de los trabajadores y otros sectores menos claramente definidos. Y por el otro lado, esas aspiraciones de cambio cultural terminaron asociadas a las posibilidades de modificar el lugar social. Los cambios de sociabilidad entre los jóvenes eran concebidos como una forma de distinguirse del lugar de origen, y a la vez quedó articulado como clave generacional. Hay un doble movimiento: permite la distancia del origen social y de los padres. Es claramente una ruptura generacional: hijos que discuten y confrontan con las normas.
–A diferencia de lo que pasó en otros países, en esos años el feminismo argentino fue débil. Eso y la situación interna del país marcaron diferencias con los resultados de los años ’60 en otros lugares.
–Desde ya que el autoritarismo, la polarización política y la creciente violencia generalizada marcaban un contexto distinto al que estos movimientos tenían en otros lugares. La censura, las campañas moralistas y el autoritarismo limitan y recontextualizan los significados, la percepción de este tipo de innovación, de consignas que vinculaban la desestructuración o la confrontación con el orden sexual o familiar. Las campañas de Onganía y las anteriores ponían presos a los jóvenes por andar con el pelo largo, por bailar. Eso hace que esas acciones tuvieran un significado muy singular. Algunas actitudes que en otro contexto no tenían importancia, en ese contexto, marcan diferencias.
–Es muy notable cómo la calle, los bares, los espacios públicos en general eran centrales para la vida social de chicas y chicos.
–En la socialización, el espacio era central en buena medida para los contactos, los enamoramientos, los coqueteos. Pero para las primeras fases de una relación también, porque las propias relaciones transcurrían en espacios públicos. En buena medida, para escapar al control de los padres, pero también porque los jóvenes circulaban mucho. Inclusive había algo en cierto punto democrático en eso. Un entrevistado me explicaba: “La forma más barata que había para tener éxito era caminar por Buenos Aires y tomar un café. Yo no tenía un mango, pero eso sí lo podía hacer. Y caminábamos, caminábamos, caminábamos...”. Y eso, en un contexto de censura que imponía ciertas limitaciones. Era frecuente que los jóvenes fueran vigilados por la policía. La calle, los bares, ciertos espacios culturales funcionaban como un espacio de cruce que significaban experiencias subjetivas fuertes. En las entrevistas que hice también hubo menciones a los hoteles alojamiento como una singularidad. No olvidemos que son espacios para tener sexo fuera de la casa, sin necesidad de tener auto y sin que sea el parque. Eso implica una aceptación de la sexualidad, la existencia de un espacio para el sexo que es específico y distinto de los espacios cotidianos, y que además era un tópico de época. Su existencia hablaba de por sí de un cambio en la moral.
–Podría pensarse que su investigación sobre las y los jóvenes de los ’60 y ’70 versa sobre los padres de quienes ahora tienen alrededor de 30 años y más.
–Es que en realidad el proceso es tan complejo que probablemente una misma persona haya pasado por distintas experiencias, por eso es difícil pensar en una linealidad. Empecé a delinear el panorama a fines de los ’40 porque me interesaba poner en perspectiva lo de los ’60 y principios de los ’70, para comprenderlo de modo diferente, para comprender de dónde provienen esos conceptos. Es una perspectiva histórica. Pero a su vez me interesaba no pensar que todo comienza después de la caída de Perón y la supuesta modernización social y cultural. Hay cosas importantes, como los cambios en cortejos y noviazgos, en una flexibilización marcada a fines de los ’40. En los ’60, cristalizan procesos que habían comenzado antes. En los ’70, se pueden ver ciertos cambios en los contenidos de los medios, que amplifican ciertas tendencias y las normalizan. Cuestiones como la virginidad, que era tema de discusión a principios de los ’60, que en los ’70 pierden centralidad, porque las críticas a la doble moral sexual se habían naturalizado, en cierto modo. Lentamente, la asociación entre virginidad y respetabilidad, el rechazo a las relaciones prematrimoniales, habían comenzado a erosionarse. En buena medida, los cambios dejan en el centro las diferencias entre mujeres y varones, y las desigualdades existentes para las mujeres.
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