SOCIEDAD
› MUJERES EN LA PLAYA QUE ABANDONARON EL CUIDADO DEL CUERPO
Cuando la crisis sepulta las dietas
No hubo tiempo ni ánimo, confiesan, para dedicarse al gimnasio, el aerobic y las dietas. Y en muchos casos llegaron a la playa de apuro y en medio del estrés. Pero una vez allí no dudan en ponerse una bikini. Crónica de los prejuicios que se dejan de lado en épocas de crisis.
› Por Alejandra Dandan
Desde Pinamar
“Tengo 46 años, no fui nunca un minón infernal ni lo voy a ser ahora: y viendo a tantas gordas, me dije `me pongo la bikini y a la lona’”. La lona de Alicia Flores Allende está en uno de esos lugares donde las playas de Pinamar ya no tienen sitios vacíos. De todos modos, a ella no la intimidan ninguna de esas miles de miradas que andan dando vueltas por ahí. Como buena parte de sus colegas, este año llegó a la playa casi de apuro: no hubo tiempo para largas dietas ni ánimo, lo reconocen, para hacerlas. En medio de la crisis que crece, las mujeres intentan abandonar los prejuicios y destaparse. Lo hacen en esta nota, y van más allá de los límites dados por sus mallas: hablan de las obsesiones más íntimas, de esas que perturban cuando se ponen la malla y las persiguen hasta cuando intentan ponerse al día con los diarios, la crisis y las noticias.
Estas vacaciones son demasiado cortas para todo, incluso para andar preocupadas con las dietas. Los días de descanso programados por Alicia son exactamente cuatro, ni uno más ni uno menos. “Mientras uno no sea una cosa desagradable –aconseja–, no hay problema. Si ni a los 20 tenía un lomo espléndido y andaba con un cuerpo más o menos, de mi misma estatura, que es baja, ¿entonces? no lo voy a tener ahora.” Pero eso no significa que esté completamente reconciliada con su cuerpo, ni con su celulitis ni con su bikini bastante ancha, ni su panza. Su destape es real pero recatado, de esos que hacen pero con un poco de esfuerzo.
–¿Y queeeeeé? –dice con fuerza–: ¿No lo voy a hacer porque tengo la cintura más ancha que hace 20 años? Lógico que voy a tener la cintura más ancha: los años no pasan, se te caen encima.
Después de varios sondeos entre esas mujeres que están arrojadas en la playa, hay síntomas constantes. La crisis no sólo retrajo la salida de vacaciones y cercó las cuentas de buena parte de ellas, también causó estragos en sus cuerpos. Están las que suspendieron las clases de aerobics que repetían todos los años antes de empezar la temporada y las otras, las que se sometieron a demasiadas presiones y lo que menos piensan es en las dietas.
Por eso la cosa es clara: “¿Qué voy a hacer? No me gusta mi celulitis, tampoco hago nada por modificarla, tengo humo, tomo café, hago vida sedentaria, trabajo todo el día sentada: a esta altura, si los problemas pasaran nada más que por la celulitis viviríamos en un país de maravillas”. Al menos el país de esta Alicia ni siquiera se aproxima a una vida de maravillas. Y la opinión entre la raza de mujeres de Pinamar no difiere.
De eso también está convencida Adriana Romano, que salió apurada de Buenos Aires cuando se dio cuenta de que podía tomarse al menos cuatro días para estar en la playa. En unas horas llegó, buscó departamento, lo alquiló, bajó el equipaje, instaló todo, se puso la malla, le puso otra a Barbarita, su hija de tres, volvió al auto y se metió en la playa. Esa velocidad es el resultado de estos últimos meses en la vida de una profesional al borde de un ataque de nervios: “Yo trabajo todo el día, no tengo ni tiempo de ir al gimnasio, ni nada y dedico todo el tiempo libre a mi hija, soy divorciada y salgo a trabajar y aparte de eso tengo después la nena”.
–De repente cinco kilos más –sigue–, te pone mal, pero con todo lo que está pasando en el país, esto no es nada.
En estas horas se ha dado cuenta de que tiene panza, le faltan abdominales y le sobran gaseosas. Pero todo eso realmente es nada frente a lo que ha vivido este año. “Terrible, todo se cayó, mis negocios se están cayendo y dije, me voy. Y no me paré a pensar si tengo un kilo extra.”
Pero estas decisiones pueden ser fatales para el resto del público. Por un lado están las que hacen lo que pueden para fortalecer su imagen frentea los cuerpos espléndidos que andan por ahí. Por otro, están las otras y los otros, aquellos que no tienen nada que hacer en la playa excepto llevar adelante una de esas actividades de voyeurs, típicas en los balnearios. Y entre ellos, están ellas, ese grupito de tres mujeres de más de cincuenta, que se pasan el día agazapadas contra una enorme sombrilla. Las tres, Norma Felice, Sara Cenci y Nora Godotti están ahí, con los cuerpos tapados casi hasta las rodillas.
–¡Por el amor de Dios! –salta Sara–. Se ve cada cosa por acá, que Dios nos libre.
–Tenés que tener buen cuerpo para andar así y para ser antiestética me quedo como estoy, prefiero –dice Norma mientras Nora, la tercera, prepara su propio bocadillo:
–Hacer el ridículo a mí no me gusta nada: yo critico un montón, mirá si voy a ponerme eso.
Tal vez por todo eso, Laura Russo no se anima a asomarse por la playa. Es una de las más jóvenes de por aquí, pero no camina: teme encontrarse con alguno de esos tribunales de estética y pacatería despiertos a cualquier hora del día: “Que use colaless –explica– no significa que voy a andar por la playa mostrando mi cola, no camino, ni siquiera con bikini”. Rodeándola están sus padres, que aprueban de buen grado su postura. Ella sigue hablando y protestando contra esas costumbres argentinas: “No me siento libre por más flaca que sea para andar por la playa sin nada”.
En el entretiempo, mientras piensa y habla, su papá, don Aldo, toma la palabra. Es uno de los más liberales de esta playa y anda con uno de los slips que se trajo de alguno de sus veranos en las costas de Brasil. Ahora le tocó el turno de ponérselos en tierra argentina, donde encima está de moda “andar con unas bermudas tan largas que todos parecen vestidos con piyamas”, dice Aldo.
Mientras los distintos frentes de resistencia siguen en pie, frente a la línea del mar pasa Liliana Garrone, con una panza de seis meses de embarazo y una malla de dos piezas ajustada. La cuestión de la bikini en su vida parece un tema resuelto, pero no siempre fue así. Un día, cuando tomaba sol en la pileta del club, en Lomas de Zamora, se le ocurrió que este año podía usarla. Lo consultó con su marido y ahí empezaron las dudas: “Pensó que iba a estar como una ballena y para que no pasemos papelones quiso ir a una playa alejada”.
La playa más lejana que alcanzaron está después del centro. Ella ahora está tranquila, pasea mientras Adriana sigue con la cara clavada en su panza de cinco kilos extras. Es que contra eso no hay quién pueda: “¿Y qué vamos a hacer? A las mujeres nos gusta que nos miren siempre, porque es así ¿viste? Es como un mimo”.