Mié 06.02.2002

SOCIEDAD

El primer plan de empleo en la ciudad es para madres solidarias

Trescientas mujeres, jefas de hogar y madres de varios hijos, trabajan en colonias de verano y en escuelas porteñas.

› Por Eduardo Videla

Hasta hace poco se debatían en sus casas entre “gastar los últimos centavos en el colectivo, para buscar trabajo, o comprar un pedazo de pan”. Tienen entre cuatro y once hijos y son, casi todas jefas de hogar. Por eso, para ellas, esta sea tal vez una oportunidad para arrancar de nuevo y salir del pozo. Se trata de 300 mujeres, habitantes de los barrios más pobres de la ciudad, que participan del programa “Madres solidarias”: a cambio de un subsidio de 200 pesos mensuales, trabajan en las colonias de verano y, a partir de la semana próxima, cumplirán distintas tareas en escuelas públicas porteñas. El programa dura tres meses pero tienen la chance de prolongarlo hasta completar un año, si presentan un proyecto individual o colectivo que el gobierno decida apoyar.
El programa se lleva a cabo en las colonias dependientes de la Secretaría de Educación. Como la actividad termina esta semana, las beneficiarias pasarán a cumplir a partir de la semana próxima tareas de limpieza en escuelas porteñas. Mientras, arman su propio proyecto. Como el que explica Norma Rodríguez, voz cantante del grupo de seis madres que, desde mediados de enero, trabajan en la Escuela Media Nº 3, del Bajo Flores: “Queremos crear un espacio de contención para los adolescentes de la escuela, que a veces no tienen confianza con los docentes o los psicopedagogos para contar sus problemas”. Todas las mujeres del grupo tienen hijos en la colonia y todos los días ayudan en la limpieza de la escuela, sirven el almuerzo y acompañan a los chicos en las actividades que hacen fuera del establecimiento.
“En esas salidas vimos que los chicos se empezaron a acercar a nosotras, nos empezaban a tener confianza y nos contaban cosas”, cuenta Norma. Y ente todas recuerdan esa vez en que uno de ellos fue a parar a la comisaría por sacar mercadería de un kiosco, en el Parque Roca. “Después se acercó a hablar con nosotras. Es probable que no tenga en su casa alguien con quien confiar el problema”. Episodios de este tipo no escasean en la escuela, y las madres vislumbran allí un lugar para ellas.
Mientras tanto, se empeñan en las tareas de la escuela. Todas se acercaron en los primeros días de enero, gracias a un volante que llevaron sus hijos. Después de inscribirse, tuvieron una entrevista preselección: para un total de 1000 mujeres inscriptas –en todas las colonias– había un cupo de 300.
“Elegimos a las mujeres en mayor situación de vulnerabilidad: las que tienen más hijos, las que son jefas de hogar o tienen sus maridos desocupados y las que tienen hijos discapacitados”, explicó a Página/12 María Prince, coordinadora del programa.
Los subsidios son parte de los 5000 planes de empleo que obtuvo la ciudad de Buenos Aires. De ellos, 600 fueron destinados a la Secretaría de Educación, la mitad de los cuales fue dirigido a madres desempleadas. “En ningún momento están a cargo de grupos de chicos –aclara Prince–. Tampoco reemplazan al personal auxiliar ni al contratado para las colonias”.
En el jardín de Infantes Nº 3, de Mataderos, también se cuecen propuestas. Allí trabajan nueve madres de la Villa 15 (Ciudad Oculta) y los barrios Piedrabuena y Los Perales, lugares donde la pobreza hace estragos. “Hay familias destruidas por no tener trabajo: las parejas se pelean, hay mujeres que se prostituyen por los hijos, hay hombres que salen a robar...”, dice Cristina Lescano, que trabajó como auxiliar de enfermería y en limpieza de oficinas, y que hace dos años no consigue empleo “porque ya tengo 47”.
Pasó el mediodía y la hora del almuerzo. Las mujeres limpian con entusiasmo y eso explica la pulcritud del lugar. “También van a hacer las compras, se encargan de los materiales y acompañan a los chicos cuando salimos de excursión”, explica Luis Tenewicki, coordinador de la colonia, a la que asisten 120 chicos menores de seis años. “Yo quisiera terminar la primaria”, propone Gladys, madre de siete hijos, a quien todas conocen como “La Gringa”, por los ojos celestes y el pelo claro. Completar los estudios es una de las propuestas que contempla la Secretaría de Educación para extenderles el subsidio hasta enero próximo, y esa idea es la que más prendió en el grupo. Otras, como Marisa (cuatro hijos) también piensa en extender un incipiente club del trueque, porque “con 200 pesos es mucho más que nada, pero no alcanza para una familia”. Marisa tenía un puestito en la feria hasta que los saqueos la dejaron sin nada.
Las mujeres se ven alegres en el trabajo: podría decirse que compartir la tarea y un proyecto les cambió un poco la vida. “Aprendí mucho en estos días: tratando con adolescentes aprendí a entender más a mis hijos”, dice Mónica, en la Escuela del Bajo Flores. Tiene seis chicos, el mayor de 15, el menor de seis meses. Hace cinco meses perdió un trabajo de nueve años en una casa de familia, y su vida cayó desde un alquiler en Caballito hasta una casilla en la villa 1.11.14.
Participar en el grupo también ayudó a salir del olvido al que parecen condenados algunos barrios, como el de Riestra al 3200. “Parece que fuéramos leprosos, porque nadie nos recibe, no tenemos comedor ni atención médica”, se queja Gladys Garay, que acerca un SOS escrito por los vecinos de su barrio: “Antes por lo menos trabajábamos con los carros, vendiendo diarios y cartones. Ahora salimos nada más para comer de la basura, revolviendo las bolsas”, dice el manuscrito.

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