Lun 27.01.2003

SOCIEDAD  › UN ESTILO EN CRISIS POR EL CASO GARCIA BELSUNCE

Vida de country

Fueron la marca en el orillo del estilo menemista, una vidriera de la nueva riqueza y una supuesta huida hacia la privacidad y la seguridad. Un asesinato dejó entre signos de interrogación sus virtudes: sólo el temor a una devaluación impidió la venta masiva de casas en el Carmel, escenario del crimen. Una breve historia del fenómeno country, con los favoritos de políticos y empresarios, y otros escándalos que se pudieron tapar.

› Por Susana Viau

Hicieron explosión en los ‘70, aunque dos o tres de ellos, como el Tortugas o el Mapuche, nacieron mucho antes. A principios de los ‘90 se insinuó su ocaso, el declive del modo de vida country club. Pero el vaticinio no era aún verificable: estaba apenas en la cabeza de las inmobiliarias que preparaban su sustitución por el barrio cerrado o los megapueblos. La desesperada lucha de los aspirantes a una existencia segura, a salvo de las violencias urbanas y planificada inter pares –o como sanción del ascenso social y obtención de nuevas relaciones– seguía sembrando de clubes de campo el Conurbano bonaerense. Pilar se llevó las palmas en materia de precios, cantidad de enclaves y número de desplazados en pos de la ilusión rural, una expansión favorecida por las autopistas que ponían a sus habitantes en el corazón de la city en contados minutos. Para 1996, Pilar y sus aledaños se habían duplicado en población, en demanda de servicios y en un consumo de alto standing rápidamente detectado por los hipermercados de mayor categoría y tiendas exclusivas. Fue a mitad de la década que los agentes de bienes raíces empezaron a lanzar una nueva advertencia: “Pilar ya fue”. El boom y la decadencia del proyecto dibujaron, dicen, una parábola similar a la de Puerto Madero. Otros, desde un ángulo diferente al del valor del metro cuadrado, sospechan que allí ocurrió lo que en Pinamar. Para reducir a cenizas el prestigio del balneario bastó una madrugada: la de la aparición del cadáver calcinado del fotógrafo José Luis Cabezas, en el verano de 1997; para poner en cuestión la salud del estilo de reclusión lujosa basta una breve sucesión de historias violentas. La sobreacumulación en pocas hectáreas de tanto dinero y tantas influencias ya no parece ser un ideal.
El cielo
“Los que vendieron la idea de que era más barato vivir allí que en la ciudad, vendieron una burbuja: hay que tener tres coches, el costo fijo es alto, los colegios son caros, la seguridad es de puertas adentro, pero es inseguro llegar. En algún momento vender la casa del centro y comprar más barato en un country pudo pensarse como un negocio. Hoy, sin crédito ni políticos deseosos de mostrarse con sus ganancias, sin gente que quiera mostrar la plata que gana, el producto de la situación que creían eterna se pinchó. Una muestra es que las dos estrellas de los ‘90, Pilar y Puerto Madero, expresión de la euforia consumista, son las que más sienten el bajón”, dice un especialista del mercado.
El fenómeno, como todo, fue bueno mientras duró y el menemismo y sus riquezas instantáneas generadas al contacto con el poder y con las privatizaciones se le plegaron en masa. Genaro Contartese, ex Guardia de Hierro, masserista y pieza clave en el affair IBM-Banco Nación –era miembro del directorio del BN–, no dudó en afincarse en Las Praderas (Luján), reducto regularmente visitado por Carlos Menem para jugar al golf con su funcionario. Adelina Dalesio de Viola saltó de un pequeño departamento de San Telmo a un piso en Barrio Norte y una casa en El Argentino. El contador de la curtiembre Yoma, el riojano Erman González, se aposentó en Miraflores (Escobar), de un rango algo inferior a los mencionados, aunque de perfil más democrático. En Miraflores se expansionan también el senador Eduardo Menem y Juan Carlos Cattáneo, gran amigo de Alberto Kohan (quien lo llevó a la Secretaría de la Presidencia) y propietario de Consad y CCR, las dos empresas de informática que firmaron los fabulosos contratos con el Banco Nación y la DGI.
Víctor Alderete, el diminuto ultramenemista que ocupó la presidencia del PAMI, ya contaba desde hacía tiempo y pese a las quiebras de sus prepagas médicas con una parcela en Lagartos (Pilar). Allí y hasta que decidió sacar a la venta su propiedad, solía escribir curiosos artículos para sus condómines en el boletín del country. Los socios no iban a quedardesprotegidos: Miguel Angel Toma había llegado para quedarse, aunque solicitando una guardia personal en la puerta de su vivienda. Se lo suele ver salir a bordo de un Volkswagen Passat metalizado, con sus clásicos sweaters amarillo patito, la inseparable campera de gamuza y gorra de golfista. Algunas de las salidas del actual secretario de Inteligencia consistían en ir de compras y así andaba, empujando un carrito en el Jumbo de Pilar, menester al que tampoco le escapa el ex ministro de Justicia León Arslanian, propietario de parcela y casa en el country Armenia (Pilar). En el Armenia ha realizado inversiones quien fuera titular de la Casa de la Moneda, Armando Gostanian, con seguridad una carta de reserva puesto que nunca se sabe si la amplia quinta de Don Torcuato deberá volver a acoger a un preso famoso.
Muy cerca de Lagartos, casi pegado, está el Haras del Pilar (Pilar), donde se ha afincado el ex ministro del Interior e importante magnate de los medios, José Luis Manzano. El Haras del Pilar no se encuentra lejos de Villa Rosa, asiento de las quintas de Enrique Nosiglia, Luis Cetrá –lo que dio pie a que el paraje fuese rebautizado como Villa Coordinadora– y, por cierto, la que alojó al ex presidente Fernando de la Rúa durante los sombríos meses que siguieron al 20 de diciembre. El ex ministro del Interior, Carlos Corach, tenía, para los fines de semana, residencia en Highland (Pilar-Del Viso), un country elegido para descansar también por Graciela Fernández Meijide, si bien en calidad de inquilina estacional. El senador por Catamarca y ex dirigente de gastronómicos, Luis Barrionuevo, estableció su colonia de vacaciones en el Golfer’s (Pilar), aunque con una escritura labrada a nombre de su mujer, la ministro de Trabajo, Graciela Camaño. Ahí suele descansar el senador, entre mate y mate, mirando los links.
Los vecinos aceptaron a regañadientes la presencia sindical. De todos modos admiten que sólo alguna noche la calma del Golfer’s fue interrumpida por las jaranas y risotadas que llegaban de la casa de ladrillo visto. Si ocurría, podía asegurarse que Barrionuevo pasaba la velada con Rulo, su amigo, y un grupo de gremialistas. Al concretar la adquisición, en 1994, eran varios los menemistas que habían pagado casa, parcela y los 12 mil dólares que costaba la inscripción: Mario “Pacho” O’Donnell –que ofreció una controvertida función tanguera para los pobladores del Golfer’s con dinero público–, Andrés Marutián, ex secretario de Política Penitenciaria del Ministerio de Justicia; y Humberto Bellocchio, ex director de la Anssal y de la quebrada obra social APS.
La comisión de admisión es el primer regulador de la vida del country y sus decisiones resultan inapelables: la bolilla negra fulmina las aspiraciones del candidato a socio. Y si bien no resulta sencillo atreverse a aplicar el veto a un representante del poder, no fue el temor lo que cimentó la buena acogida que estas cofradías dieron al funcionariado menemista. Al fin y al cabo, eran las beneficiarias de sus políticas globales, y de su trato personal nacieron brillantes negocios particulares. En todo caso, si existe, el disgusto queda confinado a las largas sobremesas entre amigos, una vía de escape que se suele alternar con la temática favorita de los clubes campestres: el cotilleo sobre la vida privada de los habitantes de ese pequeño universo. Para el resto de la humanidad, vale la premisa de que en los countries no compra quien quiere sino quien puede.
Una víctima de los estrictos criterios de selección del Mayling (Pilar) fue el arquero Carlos Fernando Navarro Montoya, desairado sin piedad en su pretensiones de ingreso. Murmuran que también la aceptación de la solicitud de Daniel Hadad se debió a una “distracción”. Suena a excusa. Al menos, la gran mayoría de socios de Mayling asistió embelesada a la exhibición de fuegos artificiales que la noche del 31 de diciembre último ofreció el periodista y magnate de los medios. Mientras el cielo seiluminaba, Hadad, feliz y rodeado de cajas de champagne, invitó a brindar en vasos descartables, aclarando de paso que bengalas, globos y demás artificios eran “de canje”. Hadad es un pionero en la reversión de la tendencia y ha reemprendido el regreso a la ciudad: el country es su sosiego de sábados y domingos. En la semana vive en un tríplex de Avenida del Libertador donde refulge, cuentan sus vecinos, una majestuosa escalera de mármol de carrara.
Al Mayling coinciden en definirlo como un country de altos niveles gerenciales. No en vano uno de los residentes es Guillermo Stanley, ex BIBA y pieza clave en las relaciones públicas del Citibank. Otro era Jorge Vives, ejecutivo de Massalin. Aunque por prudencia no esté escrito en sus reglamentos, es un secreto a voces que este club de campo –como muchos otros de su especie– no admite judíos. El catolicismo allí es acendrado y por sus casas rota la imagen de la virgen. Cualquier informalidad en el pase de mano de la imagen puede abrir una herida incurable.
Pero sin duda el country donde se concentran más políticos por metro cuadrado es el Tortugas, magnífico en sus 18 pistas de tenis, sus cuatro canchas de polo y su campo de golf. En él conviven Huberto Roviralta y su madre, la marquesa de Maura, con los tres hermanos Anzorreguy, Hugo, Jorge y Carlos, impulsores del equipo de polo del lugar, que comentarios insidiosos daban como financiado gracias a los fondos reservados de la SIDE. Alvaro Alsogaray y su hija María Julia son parte del microcosmos, igual que el ex banquero Raúl Moneta, el ex intendente y ex ministro Jorge Domínguez, el ex DGI Ricardo Cossio.
El poder adquisitivo y la adhesión multitudinaria de hombres de gobierno a ese estilo de vida no evitó que en alrededor de 70 countries –entre ellos el Carmel, Martindale, Tortugas y San Diego– se detectaran infracciones por “fraude y hurto de energía”: los muchachos se colgaban de la luz, ejercitando un método que hasta ese momento se creía privativo de casas tomadas y villas de emergencia. Otra práctica que rompió con las barreras de clase fue la ocupación ilegal de terrenos, el trapicheo con los lotes o la transgresión de las normas de construcción. En 1990 se denunció que el San Diego ocupaba ilegalmente 70 hectáreas de tierras fiscales; ese mismo año, la construcción del Altos de Palermo, en Villa de Mayo, un emprendimiento del grupo Pérez Companc que construyó en 500 lotes asentados sobre 107 hectáreas, taponó los desagües que terminaban en el arroyo Darragueira, afluente del Luján. Una madrugada tormentosa, la corriente arrastró a dos jóvenes que murieron ahogadas. La vida en el country continuó sin alteraciones, protegida de las barriadas pobres que lo circundaban por un paredón de dos metros, que los del lado de afuera bautizaron de inmediato “el muro de Berlín”; el Tortugas cambió a la municipalidad unos lotes de escaso valor por otros urbanizados. La “permuta” aprobada por el intendente fue legalizada por Graciela Balbiani, escribana comunal y cuñada de Hugo, Jorge y Carlos Anzorreguy, familia con peso determinante en el Tortugas.
El infierno
Obsesionados por la idea de la privacidad, los socios de los clubes de campo quisieron que dentro de los cercos perimetrales se erigieran sus propias capillas. Algunos lo lograron, otros se vieron obstaculizados por la jerarquía eclesiástica que hizo llegar la opinión de que no era conveniente acentuar hasta tal punto el aislamiento. La atención médica también se abría como un frente de conflicto: las clínicas privadas de la zona no garantizaban una atención de excelencia o alta complejidad, y los maltratados establecimientos públicos obligaban a una penosa frecuentación del mundo exterior. Instalada en Pilar, la Universidad Austral aportó la solución: la construcción de un hospital privado, al servicio de una clientela exclusiva y con planteles profesionales integrados, depreferencia, por miembros del Opus Dei. La formación de los niños y adolescentes se encauzó, cuando no en el interior de los mismos countries, en los colegios de elite abiertos en los alrededores.
El encapsulamiento y su contracara de libertad interior, no obstante, se han mostrado contraproducentes, al punto de que sólo el silencio y la protección diferencian las gamberradas que se producen en los elegantes clubes de campo de los casos de delincuencia infantil que registra la crónica policial. “Nos encontramos con casos de vandalismo de chicos de nueve años en un country –relató la socióloga Maristella Svampa, autora de Los que ganaron, una radiografía del country–. Doce casos en poco tiempo, donde los chicos entraban a las casas recién terminadas y las dañaban. Y hay episodios frecuentes de vidrios rotos o muebles arrojados a la piscina.” Hechos similares sucedieron en Tortugas, protagonizados por el adolescente hijo de un ex ministro quien, junto a un grupo de amigos del lugar, se dedicó a limpiar de televisores y computadoras las moradas de los vecinos. De que la sangre no llegara al río, es decir, no avanzara hacia juzgados de menores, se encargó uno de los responsables de la seguridad del country, coronel retirado y hermano de Jorge “El Tigre” Acosta. Hay quienes descreen de la tan mentada preservación de la vida privada, tanto como de los aires de libertad que soplan en el interior del club de campo. En favor de esa sospecha, recuerdan la famosa batalla legal entablada por un propietario del San Jorge Village puesto que su segunda mujer, con quien convivía desde hacía añares, debía pagar por ciertos servicios como cualquier “invitado”.
La irrupción de los rostros desagradables de la realidad en la vida cotidiana del country tiene un efecto demoledor, si bien raramente lo extraordinario sale a luz. Boca cerrada y discreción rodearon la extraña e inoportuna muerte de Cristina Onassis en Tortugas, donde su amiga, Marina Dodero, alquilaba una casa. En aquella oportunidad, la supermillonaria también fue hallada en la bañera y su tránsito al otro mundo diagnosticado como fruto de un edema pulmonar. Su cuerpo se trasladó, como si estuviera aún con vida, de provincia a Capital, y tampoco entonces se realizó autopsia antes de su reenvío a Europa. El asesinato de María Marta García Belsunce en el Carmel (signado por la presencia del capital financiero: allí viven, por ejemplo, Carlos Pando Casado, procesado por el Banco General de Negocios; y Juan Carlos Cassagne, titular de un prestigioso estudio especializado –como Horacio García Belsunce padre– en derecho administrativo) enrareció la atmósfera del lugar, puso sobre la mesa amoríos bien guardados, blanqueó a la fuerza negocios realizados bajo cuerda y elevó el voltaje de las rencillas de vecinos.
Pero, además, provocó casi la implosión de los precios del club. Media docena de casas, cuentan, anunciaron su salida a la venta y sólo la intervención de uno de los directivos llamando a la sensatez y a la preservación del patrimonio detuvo la estampida. El jueves, otra historia de violencia ensangrentó los countries: el médico de 62 años Armando Pochat apareció acuchillado con un tramontina en su casa del San Diego. Al tiempo que trascendía esa muerte, se informaba que Horacio Conzi, un “Rambo” criollo propietario del restaurante Dallas de San Isidro y acusado de matar a tiros a un joven de poco más de veinte años, era buscado en la casa que un oficial de la Marina tiene en Las Glorietas, uno de los clubes de campo que alberga Nordelta, el megaemprendimiento de Eduardo Constantini. El bostezo generalizado ante las maniobras de salvataje político, el tedio del verano han hecho que las clases medias se ceben con las internas de los countries y que los socios de los sofisticados clubes estén pensando en la conveniencia de permanecer en ellos.
“¿Quién se mudaría de un departamento porque en el piso de abajo se cometió un crimen? –se pregunta el avispado agente de bienes raíces–. ¿A quién se le ocurriría ponerle los puntos a un propietario porque traeamantes a la casa cuando su mujer está de vacaciones? En estos lugares, en cambio, después de algo así no se puede seguir viviendo. Los ojos de los otros, siempre encima de uno, se convierten en un infierno, y el estallido del drama siempre tiene una magnitud inconmensurable. ¿Por qué? Para que la onda expansiva dañe menos, los explosivos se hacen detonar dentro de una caja blindada o a campo abierto. Los countries no lograron ser lo primero y se negaron a lo segundo. Están pagando los precios.”

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